viernes, 16 de diciembre de 2011

Especie de ¡Regalo de Jánuca! de El partisano (cultural)

¿Te lo perdiste? ¿Dijiste "después lo leo" y nunca lo hiciste? ¿Te molesta leer de la computadora y más todavía del Blog? ¡No importa!
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miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Midrash y el relato III: la conversión de la historia en mitología y el sentido crítico del Midrash


La carta que leerán después de esta introducción es una invención, junto con las notas que la complementan. Sin embargo, no creo que sea descabellada por completo. Lean, por ejemplo, el siguiente artículo de Pedro Cobo:

http://biblioteca.itam.mx/estudios/60-89/72/PedroCoboTheodoroherzl.pdf


La vida de Teodoro Herzl, uno de los fundadores del sionismo político, es un caso claro de cómo una biografía personal e histórica puede, en función de una ideología, unos intereses y unos poderes, reescribirse para dar diversas impresiones orientadas a la propaganda o la pedagogía política, o al mero condicionamiento ideológico. La lógica del relato que completa y reinterpreta, del Midrash, no sólo sirve para crear nuevos mitos sino, en ocasiones, para desmitificar historias, incluso cuando lo hace desde una historia falsa porque, en ocasiones, al pensamiento crítico le basta con oponer una mera posibilidad alternativa a una historia oficializada. Sí esto puede ocurrir con una figura que se destacó hace menos de dos siglos, y de la cual hay abundante material empírico para analizar, cuanto más puede ocurrir con los relatos más antiguos.
No sólo son relatos canónicos aquellos sacralizados por una religión reconocible, sino también aquellos sustentados en una ideología cualquiera, incluso en una fracción de una ideología. Considero que es un instrumento válido y legítimo del judaísmo actual recuperar la lógica del Midrash para enfrentar sus fantasmas y sus circunstancias presentes y, por lo mismo, ninguna razón hay para referirlo únicamente a un cerrado coro de especialistas.  Estas son mis razones, aquí los invito a compartir esta otra:

La razón secreta


(El encabezado de la carta se ha perdido, pero por las indicaciones del autor se la estima de 1899).

Querido Maurice[i]:
Imagino que leerás esta carta llena de afecto al calor de tu hogar y en compañía de la querida Clara y la pequeña Rossana, que supongo será ya toda una damita. ¡No te das una idea de cuánto añoro esos maravillosos momentos en tu casa! Convaleciente de mi enfermedad[ii], no hago más que responder cartas y recibir visitas, todas ellas referentes a mi “loca idea”, tal como gustas llamar al Proyecto Nacional Judío.
Sé que hace menos de tres días te envié otra carta, detallándote mis circunstancias y las de los míos, pero en el ínterin recibí tu graciosa letrilla, y me siento obligado a responder tu pregunta. Te condolías risueñamente en ella de que, sí llegara a realizarse la empresa en la que me he embarcado, estaríamos demasiado lejos y yo no podría corregir tus obras ni tú burlarte de mi torpe arte dramática ¡Pero míranos ahora! Sólo unos días de saludable viaje nos separan y ya llevamos año y medio sin vernos.
He estado cavilando, debo confesarte, sobre esa pregunta que no supe responderte la primera vez que me la planteaste, hace ya varios años, ¿Cómo empezó toda esta locura? Este permanente trajín, esos debates interminables, esas horas perdidas. La respuesta que te daré no dejará de sorprenderte. Pero créeme, te sorprenderá menos que a todos mis admiradores, compañeros y detractores en esta tarea inacabable de lograr lo improbable.
A fines de 1878 o principios del año siguiente, ya conoces mi imprecisa memoria, aún para los asuntos más importantes, era yo un estudiante malhumorado y soñador, tan enamorado de las musas como ellas indiferentes de mi amor. Llegué a la conclusión de que era prisionero de mi aburrida vida, como suele suceder a los jóvenes, y decidí que sólo viajando podría alimentar mis vacíos espacios de inspiración.
La suerte me sonrió, con la infausta sonrisa de Minerva a Ayax[iii], y apenas subido al carruaje que me llevaría a un destino que nunca alcancé, el destino mismo me alcanzó, como suele ocurrirle a quien lo desconoce o intenta huir de él. Por razones que no recuerdo, tal vez porque diluviaba, el carruaje no emprendió su marcha. Sólo una pasajera esperaba conmigo en la húmeda y reducida estancia. Era una muchacha que me dedicó una extraordinaria sonrisa, tan llena de belleza y dulzura como carente de seducción. No puedo decir ahora que se tratara de una mujer hermosa, pero en aquel momento tuve la impresión de haber equivocado el camino y llegado por error al cielo musulmán, el más sensual de todos los paraísos prometidos.
Tenía el cabello recogido por una toca, de dónde escapaban algunos bucles decaídos por la humedad; sus ojos eran grises como el Dunav en enero y tenía un cutis perfecto, aunque sus facciones eran algo rígidas. Tan tensa era esa belleza, que daba la impresión de ser aquella la intención de la naturaleza, crear algo siempre a punto de descomponerse en una sonrisa perfecta o en una mueca horrorosa.
Afortunadamente se desarmó en sonrisa para mí aquella mañana lluviosa y tibia. ¿Qué más te diré de ella? Su vestido no ocultaba unas formas marcadas y generosas, muy desarrolladas para su edad, pues no creo que tuviera más de dieciséis años y comprenderás demasiado bien que para mí todo el conjunto era suficientemente atractivo como para hundirme en una indestructible timidez.
Fue ella quien comenzó la charla, creo que lamentando la demora, con el ímpetu juvenil característico de la mujer de cultura vienesa carente del empaque burgués, y a los pocos minutos ya había hablado bastante como para confundirme. Yo me sentía abrumado por semejante desfachatez, pero tuve la presencia de ánimo suficiente para interrumpir un momento su discurso con el objeto de  presentarme. Al escuchar mi nombre se puso seria repentinamente.
“Es su apellido judío, ¿verdad?”.
 Le respondí que así era, porque por aquel entonces yo pensaba que era posible formar parte de la sociedad comportándome como cualquiera sin negar mi descendencia.
“Yo también soy judía”, me informó al instante.
Me sorprendió. No la declaración, sino la intensidad de la misma, es como si hubiera dicho: “Judía, eso es lo que soy y debo ser”.
Ya sabes cómo algunos jóvenes superan su timidez frente al sexo opuesto: combatiéndolo; creo que eso es lo que hicimos.
A los pocos minutos estábamos discutiendo acaloradamente: ella era partidaria de conseguir la reivindicación de Palestina para el Pueblo de Israel, mientras que yo por aquel entonces era partidario de olvidar una vieja tradición anterior a la razón y proseguir el camino hacia el futuro junto con los demás pueblos[iv].
(Esta confesión implica otras, que le interesarán menos a tu agnosticismo político: aunque nunca leí El Capital, obra elogiada hasta por muchos sagaces conservadores, el Manifiesto Comunista y La Cuestión Judía eran moneda corriente en las bibliotecas de los amigos de mi padre, y llevado por mi curiosidad había leído ambas, si bien la segunda parcialmente, y fui naturalmente influenciado por esa oratoria precisa e incendiaria. Más tarde oculté y hasta negué, más de tres veces, esta tendencia política, mal vista por mi madre y escandalosamente repudiada por mis primeros maestros, que no perdían ocasión para defenestrar al socialismo, científico o no, y a sus ideólogos. Todo queda en el alma, sin embargo, y recuerdo que, ya adulto y trasmutadas mis exaltadas ideas juveniles, secretamente lloré el día en que supe que Karl Marx había muerto en Londres[v]).
No sería capaz de recordar los argumentos que utilizamos, pues poco sabíamos ambos del tema, y en verdad te digo que debatían nuestros corazones, no nuestros cerebros, nuestros sentimientos, no nuestras ideas.
La animada charla fue interrumpida por mi padre, que dijo llegar justo a tiempo, pues me necesitaba urgentemente por razones de negocios[vi], pues por aquel entonces ya había comenzado a ayudarle desganadamente.
Apenas tuve tiempo de despedirme de la muchacha, que pese a nuestra discusión no dejó de dedicarme su encantadora sonrisa.
No hace falta que declare que quedé profundamente enamorado de ella.
Querido Maurice, nadie conoce el fondo de mi alma como tú, y después de ti nadie mejor que tu esposa. En vuestra amorosa unión encuentro la dicha que nunca fue mía, pues sabes bien que no he sido feliz con mi esposa, ni ella conmigo[vii].
Fue el recuerdo de esa muchacha, o mejor dicho su búsqueda, lo que me llevó en primera instancia a reorientar mis ideas sobre la cuestión de mi pueblo, pues recorrí templos y comunidades buscándola sin éxito alguno.
Con el tiempo sus ideas construccionistas se asentaron en mi mente con más fuerza que el delicado recuerdo de su inflexible hermosura y su deslumbrante sonrisa. Creo que todo el trabajo político que he desarrollado desde entonces, con sus incesantes idas y venidas, no ha sido otra cosa que llegar a pensar igual que ella, en esos tiernos años, ya tan lejanos.
Te agradará, espero, conocer mi más íntima fantasía: ser el primero en abrir las puertas de un territorio soberano para el pueblo judío, y esperarla allí, para recibirla cuando llegue, pues no dudo que en ese instante sonreirá, y nada podrá impedir que la reconozca.
El malvado ángel de la melancolía ha llenado mis ojos de lágrimas, así que desisto de repetirme más en esta carta.
No puedo evitar sentirme culpable y expuesto ¿Quién sabe cuánta sangre valiente se derramará en este intento de llevar a la nación judía a su emancipación y la civilización del occidente a las bárbaras regiones de Oriente? Pero sólo soy una pequeña rama de una semilla que se ha sembrado en el fondo de la historia, no puedo creer en mi omnipotencia como para sentirme responsable, a pesar de que otros, como ese fatuo burgués de Hirsch[viii], de quien tanto te he hablado, se sientan motores del porvenir.
Así es la verdad, Maurice, acaso increíble, pero la verdad. ¿Cómo ha comenzado esta locura, de la que nadie conoce el fin? Por el amor juvenil, por el amor más incierto y pasajero, que se ha llevado, sin embargo, mi vida entera.  Toda una vida de esfuerzos por volver a hallar una sonrisa que perdí hace más de veinte años en una tarde anegada por la lluvia.
Hace un par de años, en el congreso que realizamos en Basilea[ix], fui objeto de numerosas palabras elogiosas por mi encendido discurso, pero debo decirte que a cada momento mi ideal se trastocaba y aparecía detrás y delante de aquel impreciso recuerdo, como si al fin y al cabo un sueño y otro no fueran más que uno y el mismo.
Cuando la edad avanzada me encuentre y me halle retirado de toda lucha y la prudencia no sea ya indispensable, publicaré mis memorias con esta confesión a la cabeza, sólo por ver las caras que pondrán unos cuantos aduladores.
Escríbeme pronto, pues desespero por conocer tu opinión sobre esto. Deposita en tu esposa y en tu hija mis bendiciones y mi cariño y no afiles tu ingenio siendo cruel con este pobre hombre que te quiere bien.
Sinceramente tuyo:
Tivadar.



[i]  Ninguna de las biografías de Herzl menciona a este misterioso amigo, ni se ha encontrado el resto de su correspondencia recíproca. Por esta razón, algunos han supuesto que no se trata más que una ficción literaria del gran dirigente sionista, pues la letra es indudablemente la suya; Ferdinand Fischermann ha incluso aventurado la hipótesis de que esta ficción se base en el recuerdo de Kanna, amigo íntimo de la juventud de Herzl, cuyo fallecimiento lo marcó profundamente. Nótese al respecto que el autor firma la misiva con su nombre húngaro: Tivadar (Teodoro).
[ii]  En esta época (1899) comenzaban ya a acentuarse las fatigas continuas de Herzl, ligadas tanto a fenómenos de carácter nervioso como a su crónica deficiencia cardíaca.
[iii] Se refiere a la ironía trágica presentada en el drama Sófocles. No es de extrañar que un judío moderno y bien educado a mediados del siglo XIX utilizara con más familiaridad ejemplos de los dramas griegos clásicos antes que historias hebreas análogas. En su permanente y exagerada defensa de la figura de Herzl, Bernard Noidstat ha sugerido que el misterioso Maurice no debía ser judío, o ser un judío completamente asimilado, pues de otro modo este ejemplo habría sido reemplazado por el del rey Sedequías en el libro de Jeremías.
[iv]  Es bien conocido el contraste entre las ideas asimilacionistas del joven Herzl y el proyecto de liberación nacional que ocupó sus esfuerzos en su madurez.
[v] Marx murió en 1883. Efectivamente, pese a la poderosa corriente socialista que desde el inicio tuvo el Sionismo político, Herzl se cuidó de demostrar sus simpatías en esta dirección, pues sus negociaciones incluían tratados con jefes de estado y financistas que naturalmente repudiaban todo acercamiento a la izquierda revolucionaria. Logró tan convincentemente el ocultamiento de sus afinidades que se opuso a las reformas socialistas propuestas ya en el Segundo Congreso Sionista y sólo esta carta hallada tardíamente devela esta faceta oculta de Herzl.
[vi] El padre de Herzl ocupaba un cargo general en el Banco de Hungría.
[vii] Se sabe que, efectivamente, el matrimonio de Herzl con Julie Naschauer fue bastante desdichado.
[viii] El Barón y multimillonario Mauricio de Hirsch sostuvo una polémica relación con Herzl pues consideraba impracticable su ambicioso proyecto; fue un importante propulsor de la colonización judía en Sudamérica.
[ix] Se refiere al Primer Congreso Sionista, en el cual tuvo una notable actuación como organizador y como orador, que le valió la adhesión de importantes sectores judíos para la causa sionista.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El Midrash y el relato II: motivos míticos y referencias multiculturales en el mito de Yaacov y Esaú


En esta breve serie, algún observador podrá apreciar algo que es una constante en los aspectos míticos de muchas historias antiguas, esto es, la presencia de hermanos que se aman y se odian, que se disputan herencias y se reintegran lealtades.
En la reinterpretación que sigue se recuerdan en realidad dos historias de hermanos: la trama principal re-visita el mito de Yaacov (renombrado Israel) y su hermano Esaú (apostrofado Edom, en la crítica seudo-epigráfica ulterior), el colofón recuerda, como trama secundaria, el mito de Isaac e Ismael, hijos de Abraham, dos a quienes se prometió la paternidad de “grandes naciones” . En esta segunda historia la pureza mítica no es tan grande como en la primera, pero es igualmente efectiva. Los estudiosos de las religiones han hallado cierto consenso en interpretar las luchas entre hermanos en varios niveles.
Casi todos los grandes héroes mitológicos tienen hermanos o compañeros de vivencias con los que sufren penas y enfrentamientos, a menudo fratricidas, o a quienes aman hasta la desesperación. Hay quienes han querido ver en estos motivos míticos la semblanza de comportamientos homosexuales. sin que sea necesario denegar esta tesis, hay elementos míticos mucho más importantes que la mera transición psicológica. La epopeya de Gilgamesh y su búsqueda infructuosa de la inmortalidad no se entienden sin la muerte de su amado Enkidu (a quien la diosa Ishtar -Venus, le enseña los secretos del amor heterosexual), el Osiris egipcio no tiene sentido sin su fratricida hermano Seth, en la mitología griega los ejemplos se reproducen en muchas variaciones hasta el hartazgo. 
Brevemente, podemos señalar que, en el nivel cosmológico, los hermanos representan las mitades ascendentes y descendentes de los ciclos anuales; en el plano teológico-político, recuerdan que el rey sagrado es sucedido por otro rey sagrado (el título de rey se asociaba originalmente a la posición religiosa obtenida del matrimonio con la Gran Sacerdotisa, en muchos cultos matriarcales en los que imperaba la diosa triple -véanse los clásicos: La rama dorada, de Frazer y La diosa blanca, de Graves-). Estos niveles se permutan y alteran sus sentidos en las historias bíblicas, en la medida en que deben adaptarse al culto patriarcal y monoteísta del templo de Jerusalén y se mezclan con otros sentidos.  Caín y Abel son también representantes de culturas pastoriles (Caín) y agrícolas (Abel), mientras que el tiempo asignó a Ismael e Israel las paternidades de dos grandes ramas del monoteísmo judío: el judaísmo saduceo-fariseo y el Islam.
La historia de Yaacov y Esaú es muy extraña en sus transformaciones: el héroe hebreo es Yaacov-Israel, cuyo comportamiento es desleal hacia su hermano y hacia su padre, mientras que Esaú es deshonrado posteriormente (y a pesar del propio texto bíblico, en donde perdona y recibe afectuosamente a su traidor hermano) por las interpretaciones Midráshicas, que lo convierten en enemigo secular de Israel al asociarlo primero con la cultura Edomita y luego con la dominación romana. Una interpretación llega a asegurar que Esaú llegó a someterse a una terrible operación para revertir su circuncisión, esto es, a hacer apostasía del pacto de Abraham.
Creo sinceramente que no hay inconveniente para hacer una interpretación, un Midrash más benevolente con Esaú y más coherente con el texto bíblico. El que sigue es un ejemplo literario que aplica la receta. El resultado es (si se molestan en revisar el relato anterior) precisamente la antítesis literaria: Caín y Abel van del desencuentro al fratricidio, mientras que Yaacov y Esaú van del rencor a la redención y al amor fraterno.     

 

El Perdón

Pero Esaú corrió a recibirlo y lo abrazó, y se echó sobre su cuello y lo besó; y lloraron.
                     Génesis. XXXII; 4.   
        
Salió de la tienda, reconfortado pero todavía furioso.
Vio de reojo a su madre, traidora infiel, pero ni siquiera le dirigió la mirada, tal vez no volviera a hablarle nunca.
Sintió el ardor en los ojos y una sensación de dolor en el amplio pecho, como si hubiera sido vaciado.
Había hecho mal Yaacob en escapar, pues su ánimo estaba tan abatido que de todas formas no hubiera podido perseguirlo.
Por segunda vez la primogenitura había sido robada, y así como la primera sangre de Abraham había sido privada de sus derechos, así la segunda generación hallaba un castigo similar. Esaú había perdido para siempre el liderazgo de la casa de Teraj, a menos que Yaacob muriera, sí, a menos que muriera. Y sin embargo no sentía prisa alguna, mientras se alejaba de las tiendas hacia el monte, pues la bendición de su padre era reconfortante al espíritu, si bien no era la que él había esperado.
De alguna manera también se sentía liberado de una carga que no comprendía, pues intuía que el gran pacto de Abraham se había roto en lo que a él concernía, que ya no se encontraba sujeto a su dura ley. De pronto comprendió claramente que nunca había querido esa carga, y por eso su hermano menor la había buscado. Esaú prefería cazar en el monte, cuidar de sus rebaños y perseguir bandoleros y ladrones con sus hombres antes que estrujarse los sesos con los problemas de crear un gran pueblo, de extender los dominios de un acuerdo al que no hallaba sentido ni utilidad para el cuidado de su hacienda.
Bien cierto era que las grandes riquezas y el poder de su padre no estarían en sus manos, pero comprendió también que la extensión de esas riquezas había convertido al viejo Isaac en lo que era, un eficiente administrador, pero un mal montero, un pastor incapaz, un luchador inútil.
Inconscientemente flexionó los poderosos brazos y estiro el grueso cuello, tensando los músculos de la espalda y estirando el pecho, que se hinchó con el aire ardiente. Cuando lo dejó salir, la furia y la tristeza se fueron con él al infinito. Nunca se había puesto a pensar lo poco que deseaba la carga que su hermano le había robado.
Su padre le hablaba de un Dios colosal y sin imagen, que él no comprendía, pues no adoraba a dios alguno, visible o invisible.
La noche lo encerró en su fría manta muy lejos de sus tiendas, pero Esaú no le temía a la noche. Comió unas frutas que llevaba en su alforja y se tumbó entre las piedras a dormir.
Pronto el sueño lo venció, pero pronto se llenó de imágenes.
Soñó que veía de lejos a su hermano menor, que dormía intranquilo. Lo llamó en voz alta pero su boca se había quedado sin sonidos.
Vio que el cielo no tenía estrellas y nada se escuchaba y nada se movía.
De pronto el cielo tronó con fuerza inusitada, y el suelo tembló tanto que las piedras se quebraban. Esaú no cayó al suelo y pudo ver claramente como Yaacob se levantaba asustado y se sostenía con dificultad.
Justo sobre su cabeza el cielo se abrió y se separó el suelo bajo sus pies, pero Yaacob no cayó al vacío y sus ojos estaban clavados en lo alto.
Esaú no conseguía moverse, y fue incapaz de hacer nada cuando una tormenta de fuego rodeó a Yaacob que comenzó a debatirse con aquella fuerza superior.
Entonces se sintió liberado y su espíritu voló hasta fundirse con su hermano y juntos lucharon hasta liberarse de ese extraño poder. En el momento mismo en que se liberaban se separó de Yaacob y comenzó a despertarse. Vio que una sorprendente claridad envolvía a su hermano y al abrir los ojos la misma claridad lo alcanzaba, pues el sol hería sus párpados con sus primeros rayos.
Corrió a encontrar a su padre, pues necesitaba desesperadamente narrarle su sueño, pero al entrar a su tienda lo vio sentado y sonriente.
–Te he visto ayudar a tu hermano en su necesidad, –le dijo a modo de saludo– te he visto luchar contra lo que no puede ser vencido; eres valiente, Esaú, hijo mío, y has ayudado a Yaacob a ser un hombre capaz de soportar su carga.
–¿Cuándo regresará?
–Yo no lo veré ya nunca, y no volverá hasta que sea padre de los padres de la gran nación que a mi padre le fuera prometida; pero tú lo verás ¿Qué harás entonces?
–Usaré con él toda la fuerza de mis brazos, para fundirme con él como en mi sueño.
–Ve y dile a tu madre que quiero hablarle y prepárate pues hoy enviaré a un mensajero con una invitación y quiero organizar una gran celebración... yo también tengo un hermano perdido, y debo abrazarlo antes de morir, quiero además que mi hijo primogénito Esaú, conozca a mi hermano primogénito Ismael.
En silencio, agitado y feliz, Esaú se apresuró para cumplir los deseos de su padre. 

viernes, 18 de noviembre de 2011

El Midrash y el relato: comentario y ejemplo en la re-interpretación del mito de Caín y Abel

Introducción

Uno de los modos de interpretación y re-interpretación de la tradición judía que más me ha interesado y preocupado es el relato conocido como "Midrash" (del cual hay, en realidad, diferentes formas). El Midrash consiste en construir, a partir de los relatos preexistentes, preguntas y comentarios que se articulan como nuevos relatos complementarios, orientados a resolver una cuestión presente que no parece tener respuesta en las interpretaciones pasadas. El Midrash establece un doble vínculo con los relatos precedentes. Por un lado, renueva su validez, al tomarlos como base sustantiva para nuevas reflexiones; por otro lado, los actualiza para permitir un cambio normativo, e incluso legislativo, sin que las normas originales deban ser impugnadas o cambiadas en la letra. Andando el tiempo, los Midrashim constituyeron una literatura complementaria y, en mi opinión, un rasgo singular de la filosofía moral judía que, junto con los contenidos específicos de los textos canónicos y otras tradiciones escritas puede y hasta debe ser conservado. Por otra parte, la presencia del Midrash hace necesaria la referencia y el conocimiento de los textos que constituyen la base escrita de la tradición judía, de tal modo que sólo pueden comprenderse y re-interpretarse a su vez en un contexto que asegure la supervivencia de las tradiciones escritas en su conjunto. En este sentido, creo que todo conocedor de la literatura canónica y tradicional judía es en sí un operador habilitado para hacer una nueva pregunta a los mimos y narrar un nuevo Midrash, de tal modo que nadie debe, en principio, ser privado de tal posibilidad, siendo una tarea que, en potencia, puede ser amplia y popular, y no reservada a una élite de estudiosos consagrados. En esta especie de democratización de la interpretación legítima radica una posible vía de supervivencia de las tradiciones judías y su actualización.
Acompañando a esta breve reflexión introductoria continúo con una re-interpretación especulativa y crítica de un relato bien conocido, del cual caben innumerables interpretaciones (desde lo psicológico hasta lo sociológico, lo filosófico, lo moral o lo antropológico). A lo largo de los años he redactado varias de estas historias alternativas, que tal vez comience a volvar de manera progresiva en este espacio.

Historias de hermanos I: El sacrificio

Y dijo Dios a Caín: –¿Dónde está Abel, tu hermano?                                                                
Y él dijo: –No lo sé ¿Soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?
Y dijo Dios: –¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Y ahora maldito eres de la tierra, que abrió la boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. 
                       Génesis IV; 9–11

Allí va. Así lo ve venir la Aurora, llevando su rebaño entre las piedras doradas. ¿Por qué habrá elegido ser pastor de rebaños? ¿Por qué abandonó las largas hileras de frutales, y las frágiles verduras, y las escondidas raíces?
No fue por temor a la ira del cielo, ni por las fuertes lluvias ni la escarcha o el pernicioso granizo.
Yo lo sé. Lo hizo por alcanzar el perdón de lo Más Elevado para nuestra raza maldita, la que ha comido del árbol de la ciencia y fue por eso expulsada hacia el trabajo, hacia los breves días del mundo y hacia la muerte negra y horrible.
Él camina sobre los verdes campos, entonando sus cantos de alabanza al Dios que es Uno e Infinito en su número, para guiar su rebaño hacia el altar que por tanto tiempo ha construido sobre el monte.
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el destino fijado para los hombres, que es el destino impuesto por Dios?
Tienen sus pasos la gracia del andar de nuestra madre, ágiles e incansables, como animados por una música insensible que se desprende de la tierra que marca con sus plantas; y tiene su rostro esa belleza delicada, aunque sus manos saben como desgastarse en el continuo trabajo de la vida.
Él quiere que aceptado su sangriento sacrificio un poderoso viento lo lleve al escondido jardín, en dónde una nueva hembra será creada para él desde la tierra y esta vez no habrá tentación, y la vida no acabaría nunca.
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el plan de Dios?
¡Si es esta la única verdadera vida, la que se consigue minando la alegría de la tierra, cuidando de sus frutos y tomándolos para satisfacer el hambre y sin olvidar sembrar las semillas para que nada acabe!
Dios mismo ha tentado a nuestros padres y los ha quitado del magnífico Edén, para que lo rehiciéramos nosotros mismos, con el bendito esfuerzo de nuestras manos, durante seis días corridos y descansando el séptimo para bendecir la vida que el Altísimo ha querido otorgarnos.
Pero allí va él, dispuesto a realizar su sacrificio. ¿Qué horribles pensamientos lo han animado a creer que un Dios que es todo bondad y sabiduría, que contiene en su ser todas las almas, aceptará la sangre del holocausto, que es alma pura y es su propia sangre y su propio espíritu? ¿Cómo pretende halagar al Señor obsequiándole lo que ya es suyo por derecho?
En cambio yo, que humildemente muestro mi sacrificio arado y mi sacrificio sembrado y mi sacrificio cosechado, sólo para decirle: Esto he conseguido hacer gracias a los dones que volcaste sobre esta tierra; éste, mi trabajo, éste, mi esfuerzo, éste es el homenaje que te brindo pues es, como yo, parte de tu propia gloria ilimitada. Y Dios ha respondido con el simple milagro de conservarme la vida ¿Qué más puedo pedir?
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el plan de Dios?
Y tan perdido está en sus pensamientos que no me siente perseguir su marcha, ni trepar tras él por las benditas piedras, dispuesto a detenerlo.
Si consigue derramar la sangre, si consigue realizar la muerte ¿Qué nos esperará?
Lo oigo cantar sus desesperadas súplicas de perdón y desconsuelo, mendigando todo un Jardín y toda una eternidad.
Y llego tras él justo cuando levanta la afilada roca para ultimar a su inocente víctima, y casi no he sabido cómo mi mano toma una piedra lisa y larga y lo golpea en su hermosa cabeza.
Lo miro caer.
Veo la sangre correr, como la noche cubre al campo cubre la piedra. Y la víctima escapa y contemplo horrorizado que es la sangre de mi hermano, la vida de mi amado hermano que se escapa entre las piedras, hasta que las grietas la beben y la beben. Me contempla con sorpresa, con lástima, con amor, mientras me dice sus últimas palabras: “¿Por qué, Caín? ¿Por qué, hermano mío? ¿Por qué te has obstinado en torcer el plan de Dios?”

domingo, 16 de octubre de 2011

La solución a todos los problemas judíos no es la solución final


Hace algo más de una semana (el 4 de octubre de 2011) se publicó un comentario sobre el “preocupante” grado de discriminación judeofóbica existente en Argentina.
Tenía ganas de escribir algo al respecto, pero justo me remitieron (gracias, Miriam Alazraki) una entrevista realizada a Mario Sznajder en donde se resumen bastante bien algunos de los puntos que me hubiera gustado destacar, y que recomiendo leer, al menos para que se note que otros, incluyendo expertos de la universidad hebrea de Jerusalén, opinan más o menos como yo en algunos puntos controvertidos.
Por otra parte, desde hace muchos años he trabajado sobre la base de que el estado argentino y sus aparatos ideológicos han trabajado con la integración del diferente, pero de manera xenófoba, es decir, que el modelo de integración se orienta sobre todo a la eliminación de las diferencias, antes que a la idea de formar un estado pluri-cultural (vean, por ejemplo, mi ensayo Ovejas Carnívoras en https://sites.google.com/site/soltonovich/home/ensayos).
Como muchos de los comentarios de Sznajder en cuanto a tomar con cautela y sentido crítico los resultados de la encuesta (que no son sorprendentes en lo absoluto) sintetizan mi propia posición al respecto, quiero enfatizar un punto particular, que es la estrategia general de conocimiento de la situación de los judíos en el país. Es, ciertamente, información relevante saber que muchos de los prejuicios clásicos contra los judíos permanecen vigentes, desde la responsabilidad en la muerte de Jesús-Cristo hasta la avaricia acumulativa y la doble lealtad, que es entendida como la lealtad supuesta hacia el estado de Israel por encima de la lealtad debida como ciudadanos argentinos al país.
Particularmente, me causó algo de gracia (en sentido tragicómico, por cierto) relevar que algunos de estos prejuicios no son infrecuentes entre los propios judíos y que algunas prácticas de ciertos dirigentes judíos argentinos en los últimos veinte años no han hecho mucho para rebatir los prejuicios vinculados a la avaricia financiera, el tráfico de influencias, la auto-exclusión, el elitismo y el desprecio por las diferencias (en este caso, en relación a las diferencias internas en la propia población judeo-argentina, como se observa en el tratamiento de la cuestión de las familias multi-culturales –o mixtas–). El primer dato que se declara en la nota es que tres de cada diez personas no viviría en barrios con “muchos judíos”... lo cual parece ocurrirle también a cuatro de cada diez judíos. Aunque esto último es un chiste, habría que relevar si efectivamente es solamente un chiste.
Sznajder destaca que hay que destacar también lo que significa el alto grado de “saliencia” (me suena a neologismo, pero su sentido es claro), de abandono en Latinoamérica de los marcos comunitarios judíos, la fase práctica del deseo de dejar de pertenecer o de dejar de identificarse con un determinado colectivo. En este sentido, me gustaría destacar la ceguera implícita en el estudio sobre discriminación encargado por la DAIA: esta orientación de la mirada equivale actualmente a preocuparse por las goteras de la habitación cuando hay un incendio en la cocina. Sí, como dice el experto entrevistado, la judeofobia es una característica de la civilización occidental, esta saliencia de judíos del judaísmo es también una característica del judaísmo en la modernidad occidental, de modo que no es un fenómeno tan nuevo como para que la preocupación por la mirada del otro sea producto de la ignorancia. No mirar el incendio en la cocina es, por lo tanto, al menos en mi opinión, una decisión política tomada sobre una base ideológica en la cual la “autenticidad” de lo judío no es considerada sino en función de los riesgos que corre una elite judía que se pretende a sí misma (erróneamente) aislada o  protegida del fenómeno de la aculturación.
Otro aspecto divulgado de la encuesta es la idea de que los judíos “hablan demasiado del Holocausto”. La propia preocupación surge de una incomodidad fundamental en cuanto a la identidad. Yo mismo me he preguntado muchas veces sí la identidad basada en un genocidio no es contraproducente para la preservación de esa misma identidad. No se trata de preferir el olvido del genocidio nazi o la judeofobia existente, sino de plantear el problema de carecer de otras fuentes de identidad personal y colectiva. Tampoco se trata de criticar la simpatía por el estado de Israel, pero sí de preguntarnos sí la identificación con un estado nacional moderno es compatible con las bases precedentes de la identidad judía.
Mi preocupación al respecto es la siguiente: el estado de Israel surge, como idea política, para defender a los judíos de la judeofobia occidental, basada en determinados prejuicios adheridos a la condición judía, que para el sionismo ideológico sólo la existencia de un estado-nacional judío podía solventar. Ahora ese estado existe, pero no puede absorber a todos los judíos del mundo (ni éstos quieren ir a vivir allí), no puede detener la gradual desaparición cultural de las comunidades judías y no contribuye a la desaparición de los prejuicios judeofóbicos. Ahora bien, si no va a defenderse nada propiamente judío, desde el punto de vista cultural, ¿para qué sostener la naturaleza judía de un estado particular, lo cual sólo da problemas? La condición de ciudadanía en Israel es por esta razón problemática (yo, que ni siquiera tengo intenciones de defender esta idea política del sionismo, tengo más posibilidades reales de obtener la condición de ciudadano israelí que el descendiente de una familia árabe  o palestina que haya vivido en la región durante los últimos dos milenios). Sí el judaísmo como identidad cultural particular y plural a la vez marcha a la extinción y nada vamos a hacer seriamente para impedirlo, ¿para qué sostener la idea de un estado que defienda la condición judía?   
Al margen de toda consideración relativa a la justicia, aún centrándonos únicamente en la cuestión del poder: ¿qué diablos estamos haciendo? Más inteligente, en este sentido, sería aprovechar la oportunidad y promover nuestro aparente suicidio cultural, por lo menos de modo nominal. Ya he opinado que por nuestro futuro religioso nada temo por el momento: el judaísmo-coránico o mahometano parece garantizar una base demográfica firme y las tendencias conservadoras u ortodoxas del judaísmo occidental pueden pasar a ser consideradas como aquella curiosa y pequeña rama del judaísmo que no aceptó la prédica mahometana. ¿La idea es sorprendente? Recordemos que ha existido un judaísmo marginal, el caraísmo, cuya pretensión es similar: no aceptar la Mishná ni la Guemará (producto de las escuelas fariseas) como fuentes normativas judías válidas. Además, actualmente se puede considerar judío a aquel que no sabe ninguno de los seiscientos trece preceptos sino de modo referencial, de modo que tampoco es tan grave la cuestión. Muchos estados siguen manteniendo el derecho a la ciudadanía de acuerdo al derecho de sangre. Israel, en este sentido, ni siquiera debería modificar demasiado la legislación vigente.
Lo único que debemos hacer es cambiarnos de nombre, y terminar con el problema de la judeofobia de una vez por todas. Casi ninguna persona es realmente capaz de reconocer a un judío si éste no se declara como tal. Así que, cuando nos pregunten, no diremos más que somos judíos, israelitas o hebreos, sino simplemente, no sé, por ejemplo: “Toraístas” y nos confundirán con taoístas, con toda probabilidad. En Argentina no hay taoismofobia, que sepamos. La denominación quizá no es muy buena, porque la mayor parte de los judíos actuales no leen la Torá, pero casi ninguno proviene tampoco de Judea (arrasada por Adriano en el siglo segundo de la era común), ni mucho menos de la tribu israelita de Judá. En vez de “israelitas”, por ejemplo, podemos usar Yacobistas (está escrito que Israel y Yaacov eran la misma persona, a fin de cuentas) y utilizaremos el moderno prestigio de los Jacobinos franceses en nuestro favor. En vez de hebreos, en otro caso, podemos auto-denominarnos hititas del sur, babilonios occidentales, sinaístas del norte o algo por el estilo, ya que nadie recuerda quiénes constituían la tribu Habiru, ni donde vivían exactamente.
Ya que no vamos a defender culturalmente al judaísmo, seamos inteligentemente judíos (eso también lo dice la encuesta: somos codiciosos pero inteligentes) y ganémosle de mano a nuestros prejuiciados detractores: desaparezcamos nominalmente del mapa y que le sigan disparando a las nubes. A usted, que del judaísmo le importan dos o tres comidas de la bobe, ¿qué más le da si se llama “comida judía” o “new-id-fusion”? En las sinagogas (que ahora serían “centros toraístas de oración y reflexión”) deberíamos reemplazar la estrella de David (un tipo que sacrificó a un amigo para quedarse con su esposa) con otro símbolo. Ahora no se me ocurre ninguno que no sean un triángulo con un paralelepípedo debajo, que figure el arca de Noé; ¿la manzana de  Adán y Eva? Eso no. En realidad, no sabemos si era una manzana (que es más bien una idea griega vinculada a las Hespérides) y, además, corremos el riesgo de un juicio por parte de Apple. En fin, “que de eso se encarguen los de mercadotecnia” dicen en “Los simpsons”.       
Será o no verdad que “en el principio era el verbo” pero, al final, un judaísmo donde sólo importan los sustantivos y los adjetivos, que se olvida de los contenidos, no parece una identidad en la que merezca la pena existir. Disculpen el tono mordaz, el sarcasmo violento, la acidez argumental. Supongo que este persistente dolor en la espalda (tan agudo como la consciencia de nuestra impotencia para seguir defendiendo lo que el judaísmo tiene de rico y hermoso) me induce a pensar en este tono. Pero, por favor: piénselo. Alguien mejor que yo podría tener una idea para una auténtica estrategia de supervivencia cultural que sea válida hoy en día, en este mundo de identidades fugaces y livianas, de amistades banalizadas, de relaciones por teleconferencia, de consumismo feroz.
Y tampoco seamos tan estúpidos como para tomarnos demasiado en serio a nosotros y a nuestros problemas. La FAO (organización para la alimentación y la agricultura de las ONU) nos informa que mil millones de personas sufren en el mundo de hambre crónica, y las previsiones para los próximos cinco años es mala. Pongamos las cosas en perspectiva.

viernes, 7 de octubre de 2011

El rostro del héroe: el día del perdón, la identidad y la memoria


Imaginemos por un momento a una persona que cada día se despierta y no guarda recuerdos consistentes de su vida pasada. Responde a comportamientos aprendidos casi instintivamente: se despereza, contempla la pálida luz de la ventana, percibe vagamente los sonidos de la calle, que tal vez le resulten familiares. Se levanta de la cama, casi tropezando varias veces con objetos dispersos en su habitación, pero sin tropezar realmente. Se apoya en el marco de una puerta, sale a un pasillo y, por fin, llega a un cuarto de baño. Obedeciendo a las reglas de su edad, en la cual no está pensando, orina antes que hacer ninguna otra cosa, no tiene problema alguno para soltar el agua. Tal vez sin lavarse las manos se dirige a la cocina y se sirve un vaso de agua, lo bebe y retorna al baño donde, por fin, se lava la cara y se mira al espejo.

Pero no reconoce la cara que en él ve. Se asusta ante esa imagen desconocida que sabe que es propia, pero al mismo tiempo ajena. Se toca el rostro con miedo y curiosidad, como temeroso de romper esa imagen y sin conseguir borrar de ella la expresión de estúpida sorpresa. Para que el mundo tenga todavía algún sentido, intenta recordar su nombre pero, aunque un nombre viene a su mente, no consigue estar seguro de sí es un nombre preciso, sí realmente le corresponde a ese rostro y a esa vaga sensación de “ser yo” que lo acompaña. Toma consciencia de no tener recuerdos de su vida anterior. No puede hacer nada al respecto y, algo que es tal vez es más horrible e inmediato, no tiene idea de qué hacer a continuación. Todavía necesitará alimentarse, vestirse, protegerse del frío, procurarse afecto y sociabilidad pero, por el momento, lo atrapa el horror de esa figura desconocida que lo mira desde el conocido espejo. Hay dos cepillos de dientes cerca de su mano. Pero no sabe cuál es el suyo.

No es extraño que otras personas se miren también en sus espejos sin experimentar este espanto de la desmemoria, de la dislocada distancia que se presenta entre lo que se ve y lo que debería (o tal vez preferiría) verse, pero quizá experimenten varias veces en su existencia cierta incredulidad al mirarse al espejo y reconocer con claridad los cambios en las propias facciones, cosas que preferirían no ver, no reconocer.

Si estas personas afinaran su mirada, si fueran, por ejemplo, personas judías viviendo en este siglo XXI, llegarían a pensar quizá que, dentro de la normalidad de los cambios que acontecen con el paso del tiempo, en algunos aspectos se parecen también a esa persona completamente desmemoriada. Ellas, que no han olvidado el hecho cotidiano de percibirse como judías, también se despiertan y se desperezan con la precisión de un gato o de una máquina programada, esquivan pequeños obstáculos cotidianos y realizan esos mínimos rituales que le dan a su vida continuidad, cierta sensación (siempre débil y bastante banal) de control sobre su propia existencia.

En estos “días terribles” que estamos atravesando entre el comienzo del año y el día del perdón recurro al símil y a la analogía para retratar una realidad cultural que nos habla del olvido y de la pluralidad, pero también de la ignorancia y la esperanza. Lo que no se recuerda, no puede practicarse, lo que no se practica, antes o después, termina por desaparecer, transformado quizá en el recuerdo de otros, como cuando decimos que los antiguos egipcios embalsamaban a sus faraones, o que los antiguos mayas realizaban sacrificios humanos. Actualmente, para muchos judíos la desmemoria y la falta de práctica de su judaísmo parecen tan graves que tienden a aceptar que el judaísmo es lo que otros hacen, lo que otros practican, mientras que esa comparación los hace extraños de su propia identidad.

Porque no se ha extendido la comprensión de que ser es ser en la lucha por seguir siendo, ser judío (como ser de cualquier otra identidad cultural) es empecinarse en permanecer en la propia identidad, en la memoria propia, en las propias prácticas cotidianas. Y no nos dejemos engañar: nadie ha planificado extirparnos la memoria. Todo lo que ha ocurrido es que nos vamos acostumbrando a un mundo que tiene su propia historia y que nos invade con sus propios recuerdos y prácticas. No hay en ello nada de malo, ni siquiera nada de terrible, a menos que nos cause dolor el olvido de la propia identidad.

Soy de la opinión de que la memoria personal (esa que constituye nuestra identidad, esa identidad por la que debemos luchar si pretendemos conservarla) no es nada sin cierta memoria de lo colectivo, que no podemos pensar realmente en lo que somos como personas sin remitirnos a lo que somos como colectividad. En otras palabras, sin captar como nuestra biografía se integra con la historia de la que formamos parte.

Toda cultura conocida se envuelve en relatos de su origen (siendo que poco y nada importa la calidad de realidad o ficción de tales relatos) y las personas se involucran en este relato, o lo reemplazan por otros. Y esto último es lo que está ocurriendo con una porción más que importante de las comunidades judías, incluyendo a las existentes en el estado de Israel. No hay excepciones.

No estoy abogando por un retorno a la creencia estricta en los antiguos relatos bíblicos (soy personalmente incapaz de considerarlos poco más que mitología). Estoy abogando por el conocimiento (por la lucha por el conocimiento) de la propia historia judía, incluyendo los grandes relatos bíblicos como modos pretéritos de construir la identidad, para que cada judío tenga una historia social en la cual comprender su biografía, donde pueda integrar la comida de la abuela y las prácticas de sus mayores, donde tengan sentido judío los sabores, los sonidos recordados en melodías y canciones.

Y estoy abogando también por la libertad y la pluralidad, por la tolerancia y la renuncia a intentar imponer una única y “verdadera” forma de ser judíos. Somos diferentes ahora, esa es nuestra realidad, tenemos diferentes rostros. Sea entonces así, tengamos diferentes y comunicados judaísmos. Sí hay quienes optan por mantener la memoria y la práctica desde determinadas interpretaciones de lo religioso, que sea así. Nos bastaría. Sí hay quienes se vuelcan a una espiritualidad más vinculada a otros textos y relatos, que no son los libros comunes de la Torá, sino otros subsiguientes y valiosos (el Talmud, el Zohar, el Shulján Aruj, la Historia universal del pueblo judío, de Simón Dubnow o cualquier otra fuente de inspiración intelectual o práctica), bienvenida sea esa pluralidad, que hará indispensable la recíproca tolerancia. También el nacionalismo sionista es parte de esta lucha, no debemos olvidarlo. Pero la historia de la lucha por conseguir y defender el estado judío no es excusa para borrar el eco de otras formas de identidad judía.

No se trata de una lucha entre “nuevos” y “viejos” judaísmos. Se trata de una lucha plural para que cada quien pueda reconocerse en el espejo, no como una mera imagen, no como un mero nombre, sino como una persona integral, que no le deba a nadie su identidad.

Es evidente que los obstáculos son muchos: la realidad actual nos rodea y nos seduce con mil formas de construir nuestro ser, nuestra identidad, nuestra memoria. No somos ilusos: jamás la cultura judía (lo he dicho en varias oportunidades) se ha enfrentado con un adversario cultural tan formidable como este insistente y agresivo presente de consumismo e individualismo, en donde el disfrute individual se impone con éxito al disfrute colectivo, generando personas más aisladas y más egoístas. Y en donde, además, todo lo valioso se presenta como mercancía perecedera, como cosa de moda, y donde la discusión sobre temas importantes se hace incómoda.

¡Oh, bien! El día del perdón no se ha hecho precisamente para que nos sintamos bien, sino para que reflexionemos sobre lo que no hemos hecho bien para con nuestros semejantes, nuestro prójimo, y para con nosotros mismos.

En cualquier caso, he aquí la reflexión del día del perdón que comenzará en unas horas, en clave de discusión sobre la memoria y la identidad. ¡Recordemos para seguir siendo!

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cuentito para Rosh Hashaná (de Ezequiel Fleisch)


No hay olivos en Raisiniai

“El hombre –leía Eliezer a su grupito de estudiantes– es apenas una hoja de olivo que es arrastrada por las olas y las mareas, por todos los océanos del mundo.” El pequeño Penia, que era hijo del carpintero cristiano, fue el único de los niños que se atrevió a preguntar: “Pero, rabino –Penia llamaba rabino a todos los judíos mayores que él, aunque no hubieran cumplido siquiera con su Bar Mitzvá– ¿qué le pasa a la hoja de olivo si el mar la arroja en la arena como hace el Dubysa con las barcas abandonadas?” “Ah, Penia –contestó Eliezer– sabemos que el hombre es la pequeña hoja de olivo, pero todavía no sabemos qué representan los océanos o el mar... ayudemos a Penia, digan los demás qué es el océano” “El océano representa las tribulaciones de los hombres y las injusticias que cometen unos con los otros–dijo uno de los niños mayores, en el que se notaba ya la influencia de socialismo político” “El océano representa la misteriosa voluntad de dios, que se esconde en sus preceptos –dijo Mindel, el hijo del piadoso Ibrunas” “El océano es todo lo desconocido y que nunca conoceremos del todo–dijo Annia Tilit, jugando, como siempre, con su larga y negra trenza” “¿Qué pasaría entonces con la hoja arrojada a la orilla?” “No podría mejorar el mundo y hacerlo más justo” “No podría acercarse nuevamente a la voluntad de dios, pues no podría estudiar la ley” “No podrá ya conocer cosas nuevas, ni aprender nada” Petia intentaba comprender, quería entender con tanta fuerza que gruesas lágrimas asomaron en sus ojitos “¿Y no puede ser –dijo finalmente, sollozando– no puede ser que la hoja esté feliz solamente con viajar, y que salir del agua sea para ella una nueva aventura y también sea feliz?” “Todo puede ser, Penia, un hombre que viaja feliz, aprendiendo cada día nuevas cosas, comprendiendo las razones de dios o del universo y mejorando y haciendo más justa la vida de la gente... todo puede ser...”  Cuando la clase de aquél día terminó, el maestro Eliezer Durinis se quedó fumando una larga pipa, al salir vio que en la orilla había dos pequeñas sombras recortadas en el sol que se apresuraba a ocultarse en esa tarde de otoño, del gélido otoño lituano. Se acercó para ver y reconoció a Penia y a Annia Tilit en cuclillas muy cerca del agua. La niña tomaba cuidadosamente unas hojas secas y las depositaba con delicadeza en el agua de la orilla, de donde la corriente lentamente las despegaba y las arrastraba. Penia, en cambio, parecía buscar algo con algo de desesperada concentración. Eliezer sintió mucha curiosidad por la actitud del chico, pero Annia Tilit, enojada porque su pequeño compañero no parecía ayudarla con su importante tarea, lo sacó de la duda “¡Penia, tonto, aquí en Raisiniai no tenemos olivos!”.

¡El partisano (cultural) les desea a todos un buen año 5772!

martes, 20 de septiembre de 2011

El ciclo ideológico judío y la posibilidad del estado palestino: una balada pesimista para el año que se aproxima


Aunque no tengo, realmente, algo nuevo para decir, hay cosas que, al parecer, deben ser repetidas. No servirán como argumentos, sino como presencias discursivas porque, para los seres humanos y sus derechos, lo que no se dice, simplemente desaparece.
Los judíos lo comprendemos perfectamente cuando nos referimos al genocidio nazi. Nos escuchen otros o no, nos crean o no, nos guste o no, la presencia que le damos a este acontecimiento histórico en nuestras vidas nos define y esta presencia se realiza en modos de recordación que derivan en modos de acción coherentes con las premisas instaladas en el recuerdo. Los siglos pasarán y, si continuamos existiendo, este elemento encontrará su lugar en la memoria mítica o se perderá. No es sensato asegurar nada, por muy fuerte que sea este recuerdo en la actualidad. La mayor parte de los judíos contemporáneos no registran en su memoria ni en su identidad el resultado de las guerras judeo-romanas, por ejemplo.
Actualmente, los modos de acción vinculados al genocidio nazi tienen, mucho más que un carácter de advertencia sobre la situación de debilidad política, un carácter de justificación sobre la acción política del estado de Israel. Ya no odiamos a los alemanes, no les tememos a los alemanes actuales y, sin embargo, el genocidio originado por éstos (aunque no exclusivamente desarrollado por ellos) refuerza la convicción nacional judía de manera genérica, pero también contundente. Al mismo tiempo, olvidamos limpiamente otros pasados, en los cuales las cercanías del judaísmo y el Islam hicieron que la cultura judía tuviera una vastísima influencia en una cuarta parte del mundo que hoy llamamos “de la edad media”.
No es tampoco la primera vez que recordaré que el Islam es una versión particular del judaísmo, y que podría llamarse con tranquilidad judaísmo-coránico (o mahometano), como hay un judaísmo jasídico, un judaísmo talmúdico, un judaísmo cabalista , un judaísmo laico o, incluso, un judaísmo indefinible (en mi caso sin utilizar groserías) que explora el matrimonio entre la religión y el utilitarismo más extremo. No hay muchas razones culturales totalmente convincentes para excluir a más de un billón de personas del judaísmo, aunque si hay fuertes razones políticas y materiales para hacerlo.
En el pasado casi mítico del fin del reino davídico unificado, Las tierras de Judea y Samaria se dividieron en dos reinos rivales y hermanos, cuya rivalidad perduró hasta la destrucción del segundo. El reino del norte, destruido primero, albergaba, según el mito, a diez tribus de Israel. Hoy nadie intenta identificar a un nativo de Manasés o de Sebulón y separarlo de un nativo de Judá o Benjamín, no reconocemos a nuestros ancestros moabitas, a nuestros hermanastros calebitas, a los nabateos,  hermanastros adoptivos aparecidos en el seno del judaísmo luego de las campañas de los reyes asmoneos. Historia perdida, ejemplos para mi tesis: lo que no está en la memoria, se extingue, y se extingue porque ninguna consecuencia práctica puede desprenderse de esos vacíos y que sea registrada por el futuro inmediato.
Sí es memoria, en cambio, el viaje mítico de Abraham y de las huestes de Moisés a Canaán, acontecidos (en la memoria mítica, insisto) siglos antes de la división de los reinos, de la reconstrucción persa, de las guerras con Roma del triunviro Pompeyo al emperador Adriano. En consecuencia, igual que acontece con la memoria personal, la memoria cultural desoye el orden cronológico y se adapta a los intereses del momento, sean estos políticos, diplomáticos, culturales o de otro tipo.
Hoy el gobierno del estado de Israel olvida la dureza de su propia fundación y desarrollo, casi increíblemente, porque esa etapa heroica y pionera es su prédica principal para la fundación del “nuevo judaísmo” nacionalista que pretende encarnar. Está atrapado, claro, entre la imposibilidad de aceptar a los palestinos en iguales condiciones nacionales, aceptando las fronteras de 1967 y la imposibilidad de declarar la anexión de los territorios. Por eso intenta bloquear al mismo tiempo el diálogo con los palestinos con nuevos asentamientos y el pedido de los palestinos ante la ONU, defendiendo las negociaciones directas. Ya lo he dicho. En mi opinión, sólo una derrota diplomática puede salvar a Israel de sí mismo.  
Está claro que, sin otra cosa que la sanción de la ONU del estado palestino (sin contar los previsibles “vetos” en el consejo de seguridad), Israel no cederá Jerusalén oriental, no expulsará a sus propios ciudadanos de los asentamientos de Judea y Samaria (las actuales, las que ocupan los palestinos pauperizados por décadas de conflicto) ni, mucho menos, aceptará dentro de sus fronteras a los varios millones de refugiados palestinos. También lo he dicho: los estados se crean a partir del poder, no de los derechos.
Sin embargo, aquí está el mundo cambiando inevitablemente, con las potencias emergentes ajenas a los problemas de oriente medio (de la parte en la que no hay petróleo ni mercados para ellos, claro está) y las viejas potencias centrales boqueando en sus peceras pobres en oxígeno (que es la ganancia capitalista). Aquí está esta extraña y desconcertante “primavera árabe”, aquí está el nuevo rol de Turquía como potencia regional, aquí están los EUA retirando sus fondos de Afganistán y de Irak para reducir su déficit y dejando atrás a la presa perdida y tonificada: Irán. Egipto oscila todavía en convulsiones violentas de la caída (y aliada) dictadura de Mubarak, el hijo del viejo enemigo sirio no consigue tranquilizar su país y la guerra civil engulle Libia (donde sí está la OTAN, barruntando intereses petroleros).
Ante este caos, la memoria debe reinventarse y, nunca más que en estas situaciones, se presentan a la vista sus flagrantes contradicciones con la historia efectiva. Ahora Israel deplora la “unilateralidad” nacionalista palestina, como si su propia etapa pionera no hubiera estado marcada por la unilateralidad del imperialismo inglés y de los padres fundadores del estado y del movimiento sionista. No obstante, el problema se instala en que las maniobras con la recreación de la memoria son limitadas, a tal punto que la verdad histórica conocida debe verse truncada rápidamente en función del interés político inmediato.
Por supuesto que las decisiones de la autoridad palestina son arbitrarias pero, al margen de las posibles sensaciones personales que puedan tener las autoridades palestinas, aun suponiendo que nada se hiciera las cosas terminarán por cambiar. Imaginando que los palestinos “entran en razón” y abandonan sus pretensiones ante la ONU, imaginando que aceptan definitivamente la existencia del estado de Israel y su derecho a existir dentro de las fronteras actuales, retirándose a Gaza en masa, imaginando que renuncian a toda pretensión sobre Jerusalén, destruyen todas sus armas y planes terroristas, imaginando todo eso, ¿qué haría, entonces, Israel?
Todos los generales del mundo antiguo sabían perfectamente lo que debían hacer cuando perdían una guerra, pero muy pocos sabían hacer qué hacer cuando la ganaban, razón por la cual los generales victoriosos se convertía frecuentemente en los nuevos enemigos a vencer. A Israel le pasó lo mismo: ha ganado la guerra en 1967, pero no supo administrar la paz (la paz armada en la que era el amo) y ha dejado el tiempo correr en esta situación indefinida de ausencia de guerra y ausencia de paz con el pueblo palestino, la gente de afuera de Israel que no es de otro país. Probablemente sin proponérselo, se ha convertido en una potencia opresora y en un estratega enamorado de su propia leyenda bélica, que ya no reconoce otra dinámica guerrera más que el coraje y la embestida, mientras teje su propio laberinto.
En estas circunstancias, no quedan muchos expedientes para abrir, ni rutas para la paz que no impliquen considerables renuncias. Sólo que las renuncias son de dos tipos: se puede renunciar al territorio y al dinero, al orgullo y a los frutos de la victoria... o se puede renunciar a la consideración por derechos de los seres humanos y las necesidades e intereses de los pueblos... no solo de los otros, sino también de los propios. Dicho en forma plana y brutal, para muchos resulta mucho más fácil renunciar a sus valores que a los frutos de la victoria.
No tengo otra respuesta que presentar una posición moralmente maximalista: no importa que el reclamo palestino sea improcedente en términos de derecho internacional, no importa que el relato histórico israelí sea más exacto que el palestino, no importa lo malos que hayan sido en intenciones o en acto con los judíos (a fin de cuentas, perdonamos a los alemanes, a los polacos, a los cosacos, a los franceses, a los españoles, a los ingleses), sólo importa que tan buenos pueden ser los israelíes con los palestinos. No se trata de rendirse, pues la guerra se ha ganado ampliamente, se trata de aceptar los humanos derechos de nuestros ancestrales hermanos y sus pretensiones de auto-determinación.
El gobierno israelí, probablemente la ideología predominante en Israel y en la judería mundial, no pueden aceptar semejante ñoñez política, porque el pragmatismo más básico indica que, lamentablemente, a veces hay que dejar que el otro muera para que uno viva. ¡Somos nosotros o ellos! Es su muerte o la nuestra, su pobreza o la nuestra, nuestra dominación o la suya. Muchos creen que, en realidad, no hay más opción que ser crueles con los palestinos y, evidentemente, esa es la tónica del actual gobierno en Israel.
Por esta razón considero que la ONU debe considerar seriamente intervenir en la situación, apoyando la aceptación del estado palestino (que ya tiene una consistencia semejante a la que tenía el estado de Israel a partir de los primeros años de la década de 1940, es decir, antes de su “aparición” como estado soberano ante la ONU). Las fronteras cambian, ese es el menor de los problemas aquí. La demografía cambia. Ese es un problema para Israel, pero no hay respuestas para ello dentro de los márgenes jurídicos del estado-nación, algo que los fundadores del movimiento sionista (y la gran mayoría de los actuales sionistas) fueron incapaces de apreciar.
Y, entretanto, dentro y fuera de las fronteras israelíes (las actuales, las de 1967, las de 1948, no importa cuáles) el judaísmo languidece, su cultura se muere lentamente, asfixiada por el mercantilismo, el clasismo, el elitismo y el consumismo que desgarran las culturas contemporáneas en cómodas tiras de transacciones. Como Israel, las potencias capitalistas no supieron administrar su triunfo sobre el socialismo de estado (hoy, si Barack Obama quiere subir las tasas impositivas a las grandes riquezas, es acusado de socialista), pero ya antes habían comenzado a perder la guerra secreta, la guerra que libran las culturas contra la extinción de los valores que hacen a la vida humana digna de ser vivida y humana en un sentido que no sea biológico ni peyorativo, sino positivo y moral.
Si no ocurre algo inesperado (tal vez con este año judío que se inicia pronto) la tendencia general no permite tener grandes esperanzas. Como judío y como humano, lo siento por todos nosotros.  
El Brindis por Rosh Hashaná del año 2009 me quedó más optimista, creo yo:
De todas formas, sí no nos hablamos: les deseo que tengan un año nuevo bueno y dulce.