miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Midrash y el relato III: la conversión de la historia en mitología y el sentido crítico del Midrash


La carta que leerán después de esta introducción es una invención, junto con las notas que la complementan. Sin embargo, no creo que sea descabellada por completo. Lean, por ejemplo, el siguiente artículo de Pedro Cobo:

http://biblioteca.itam.mx/estudios/60-89/72/PedroCoboTheodoroherzl.pdf


La vida de Teodoro Herzl, uno de los fundadores del sionismo político, es un caso claro de cómo una biografía personal e histórica puede, en función de una ideología, unos intereses y unos poderes, reescribirse para dar diversas impresiones orientadas a la propaganda o la pedagogía política, o al mero condicionamiento ideológico. La lógica del relato que completa y reinterpreta, del Midrash, no sólo sirve para crear nuevos mitos sino, en ocasiones, para desmitificar historias, incluso cuando lo hace desde una historia falsa porque, en ocasiones, al pensamiento crítico le basta con oponer una mera posibilidad alternativa a una historia oficializada. Sí esto puede ocurrir con una figura que se destacó hace menos de dos siglos, y de la cual hay abundante material empírico para analizar, cuanto más puede ocurrir con los relatos más antiguos.
No sólo son relatos canónicos aquellos sacralizados por una religión reconocible, sino también aquellos sustentados en una ideología cualquiera, incluso en una fracción de una ideología. Considero que es un instrumento válido y legítimo del judaísmo actual recuperar la lógica del Midrash para enfrentar sus fantasmas y sus circunstancias presentes y, por lo mismo, ninguna razón hay para referirlo únicamente a un cerrado coro de especialistas.  Estas son mis razones, aquí los invito a compartir esta otra:

La razón secreta


(El encabezado de la carta se ha perdido, pero por las indicaciones del autor se la estima de 1899).

Querido Maurice[i]:
Imagino que leerás esta carta llena de afecto al calor de tu hogar y en compañía de la querida Clara y la pequeña Rossana, que supongo será ya toda una damita. ¡No te das una idea de cuánto añoro esos maravillosos momentos en tu casa! Convaleciente de mi enfermedad[ii], no hago más que responder cartas y recibir visitas, todas ellas referentes a mi “loca idea”, tal como gustas llamar al Proyecto Nacional Judío.
Sé que hace menos de tres días te envié otra carta, detallándote mis circunstancias y las de los míos, pero en el ínterin recibí tu graciosa letrilla, y me siento obligado a responder tu pregunta. Te condolías risueñamente en ella de que, sí llegara a realizarse la empresa en la que me he embarcado, estaríamos demasiado lejos y yo no podría corregir tus obras ni tú burlarte de mi torpe arte dramática ¡Pero míranos ahora! Sólo unos días de saludable viaje nos separan y ya llevamos año y medio sin vernos.
He estado cavilando, debo confesarte, sobre esa pregunta que no supe responderte la primera vez que me la planteaste, hace ya varios años, ¿Cómo empezó toda esta locura? Este permanente trajín, esos debates interminables, esas horas perdidas. La respuesta que te daré no dejará de sorprenderte. Pero créeme, te sorprenderá menos que a todos mis admiradores, compañeros y detractores en esta tarea inacabable de lograr lo improbable.
A fines de 1878 o principios del año siguiente, ya conoces mi imprecisa memoria, aún para los asuntos más importantes, era yo un estudiante malhumorado y soñador, tan enamorado de las musas como ellas indiferentes de mi amor. Llegué a la conclusión de que era prisionero de mi aburrida vida, como suele suceder a los jóvenes, y decidí que sólo viajando podría alimentar mis vacíos espacios de inspiración.
La suerte me sonrió, con la infausta sonrisa de Minerva a Ayax[iii], y apenas subido al carruaje que me llevaría a un destino que nunca alcancé, el destino mismo me alcanzó, como suele ocurrirle a quien lo desconoce o intenta huir de él. Por razones que no recuerdo, tal vez porque diluviaba, el carruaje no emprendió su marcha. Sólo una pasajera esperaba conmigo en la húmeda y reducida estancia. Era una muchacha que me dedicó una extraordinaria sonrisa, tan llena de belleza y dulzura como carente de seducción. No puedo decir ahora que se tratara de una mujer hermosa, pero en aquel momento tuve la impresión de haber equivocado el camino y llegado por error al cielo musulmán, el más sensual de todos los paraísos prometidos.
Tenía el cabello recogido por una toca, de dónde escapaban algunos bucles decaídos por la humedad; sus ojos eran grises como el Dunav en enero y tenía un cutis perfecto, aunque sus facciones eran algo rígidas. Tan tensa era esa belleza, que daba la impresión de ser aquella la intención de la naturaleza, crear algo siempre a punto de descomponerse en una sonrisa perfecta o en una mueca horrorosa.
Afortunadamente se desarmó en sonrisa para mí aquella mañana lluviosa y tibia. ¿Qué más te diré de ella? Su vestido no ocultaba unas formas marcadas y generosas, muy desarrolladas para su edad, pues no creo que tuviera más de dieciséis años y comprenderás demasiado bien que para mí todo el conjunto era suficientemente atractivo como para hundirme en una indestructible timidez.
Fue ella quien comenzó la charla, creo que lamentando la demora, con el ímpetu juvenil característico de la mujer de cultura vienesa carente del empaque burgués, y a los pocos minutos ya había hablado bastante como para confundirme. Yo me sentía abrumado por semejante desfachatez, pero tuve la presencia de ánimo suficiente para interrumpir un momento su discurso con el objeto de  presentarme. Al escuchar mi nombre se puso seria repentinamente.
“Es su apellido judío, ¿verdad?”.
 Le respondí que así era, porque por aquel entonces yo pensaba que era posible formar parte de la sociedad comportándome como cualquiera sin negar mi descendencia.
“Yo también soy judía”, me informó al instante.
Me sorprendió. No la declaración, sino la intensidad de la misma, es como si hubiera dicho: “Judía, eso es lo que soy y debo ser”.
Ya sabes cómo algunos jóvenes superan su timidez frente al sexo opuesto: combatiéndolo; creo que eso es lo que hicimos.
A los pocos minutos estábamos discutiendo acaloradamente: ella era partidaria de conseguir la reivindicación de Palestina para el Pueblo de Israel, mientras que yo por aquel entonces era partidario de olvidar una vieja tradición anterior a la razón y proseguir el camino hacia el futuro junto con los demás pueblos[iv].
(Esta confesión implica otras, que le interesarán menos a tu agnosticismo político: aunque nunca leí El Capital, obra elogiada hasta por muchos sagaces conservadores, el Manifiesto Comunista y La Cuestión Judía eran moneda corriente en las bibliotecas de los amigos de mi padre, y llevado por mi curiosidad había leído ambas, si bien la segunda parcialmente, y fui naturalmente influenciado por esa oratoria precisa e incendiaria. Más tarde oculté y hasta negué, más de tres veces, esta tendencia política, mal vista por mi madre y escandalosamente repudiada por mis primeros maestros, que no perdían ocasión para defenestrar al socialismo, científico o no, y a sus ideólogos. Todo queda en el alma, sin embargo, y recuerdo que, ya adulto y trasmutadas mis exaltadas ideas juveniles, secretamente lloré el día en que supe que Karl Marx había muerto en Londres[v]).
No sería capaz de recordar los argumentos que utilizamos, pues poco sabíamos ambos del tema, y en verdad te digo que debatían nuestros corazones, no nuestros cerebros, nuestros sentimientos, no nuestras ideas.
La animada charla fue interrumpida por mi padre, que dijo llegar justo a tiempo, pues me necesitaba urgentemente por razones de negocios[vi], pues por aquel entonces ya había comenzado a ayudarle desganadamente.
Apenas tuve tiempo de despedirme de la muchacha, que pese a nuestra discusión no dejó de dedicarme su encantadora sonrisa.
No hace falta que declare que quedé profundamente enamorado de ella.
Querido Maurice, nadie conoce el fondo de mi alma como tú, y después de ti nadie mejor que tu esposa. En vuestra amorosa unión encuentro la dicha que nunca fue mía, pues sabes bien que no he sido feliz con mi esposa, ni ella conmigo[vii].
Fue el recuerdo de esa muchacha, o mejor dicho su búsqueda, lo que me llevó en primera instancia a reorientar mis ideas sobre la cuestión de mi pueblo, pues recorrí templos y comunidades buscándola sin éxito alguno.
Con el tiempo sus ideas construccionistas se asentaron en mi mente con más fuerza que el delicado recuerdo de su inflexible hermosura y su deslumbrante sonrisa. Creo que todo el trabajo político que he desarrollado desde entonces, con sus incesantes idas y venidas, no ha sido otra cosa que llegar a pensar igual que ella, en esos tiernos años, ya tan lejanos.
Te agradará, espero, conocer mi más íntima fantasía: ser el primero en abrir las puertas de un territorio soberano para el pueblo judío, y esperarla allí, para recibirla cuando llegue, pues no dudo que en ese instante sonreirá, y nada podrá impedir que la reconozca.
El malvado ángel de la melancolía ha llenado mis ojos de lágrimas, así que desisto de repetirme más en esta carta.
No puedo evitar sentirme culpable y expuesto ¿Quién sabe cuánta sangre valiente se derramará en este intento de llevar a la nación judía a su emancipación y la civilización del occidente a las bárbaras regiones de Oriente? Pero sólo soy una pequeña rama de una semilla que se ha sembrado en el fondo de la historia, no puedo creer en mi omnipotencia como para sentirme responsable, a pesar de que otros, como ese fatuo burgués de Hirsch[viii], de quien tanto te he hablado, se sientan motores del porvenir.
Así es la verdad, Maurice, acaso increíble, pero la verdad. ¿Cómo ha comenzado esta locura, de la que nadie conoce el fin? Por el amor juvenil, por el amor más incierto y pasajero, que se ha llevado, sin embargo, mi vida entera.  Toda una vida de esfuerzos por volver a hallar una sonrisa que perdí hace más de veinte años en una tarde anegada por la lluvia.
Hace un par de años, en el congreso que realizamos en Basilea[ix], fui objeto de numerosas palabras elogiosas por mi encendido discurso, pero debo decirte que a cada momento mi ideal se trastocaba y aparecía detrás y delante de aquel impreciso recuerdo, como si al fin y al cabo un sueño y otro no fueran más que uno y el mismo.
Cuando la edad avanzada me encuentre y me halle retirado de toda lucha y la prudencia no sea ya indispensable, publicaré mis memorias con esta confesión a la cabeza, sólo por ver las caras que pondrán unos cuantos aduladores.
Escríbeme pronto, pues desespero por conocer tu opinión sobre esto. Deposita en tu esposa y en tu hija mis bendiciones y mi cariño y no afiles tu ingenio siendo cruel con este pobre hombre que te quiere bien.
Sinceramente tuyo:
Tivadar.



[i]  Ninguna de las biografías de Herzl menciona a este misterioso amigo, ni se ha encontrado el resto de su correspondencia recíproca. Por esta razón, algunos han supuesto que no se trata más que una ficción literaria del gran dirigente sionista, pues la letra es indudablemente la suya; Ferdinand Fischermann ha incluso aventurado la hipótesis de que esta ficción se base en el recuerdo de Kanna, amigo íntimo de la juventud de Herzl, cuyo fallecimiento lo marcó profundamente. Nótese al respecto que el autor firma la misiva con su nombre húngaro: Tivadar (Teodoro).
[ii]  En esta época (1899) comenzaban ya a acentuarse las fatigas continuas de Herzl, ligadas tanto a fenómenos de carácter nervioso como a su crónica deficiencia cardíaca.
[iii] Se refiere a la ironía trágica presentada en el drama Sófocles. No es de extrañar que un judío moderno y bien educado a mediados del siglo XIX utilizara con más familiaridad ejemplos de los dramas griegos clásicos antes que historias hebreas análogas. En su permanente y exagerada defensa de la figura de Herzl, Bernard Noidstat ha sugerido que el misterioso Maurice no debía ser judío, o ser un judío completamente asimilado, pues de otro modo este ejemplo habría sido reemplazado por el del rey Sedequías en el libro de Jeremías.
[iv]  Es bien conocido el contraste entre las ideas asimilacionistas del joven Herzl y el proyecto de liberación nacional que ocupó sus esfuerzos en su madurez.
[v] Marx murió en 1883. Efectivamente, pese a la poderosa corriente socialista que desde el inicio tuvo el Sionismo político, Herzl se cuidó de demostrar sus simpatías en esta dirección, pues sus negociaciones incluían tratados con jefes de estado y financistas que naturalmente repudiaban todo acercamiento a la izquierda revolucionaria. Logró tan convincentemente el ocultamiento de sus afinidades que se opuso a las reformas socialistas propuestas ya en el Segundo Congreso Sionista y sólo esta carta hallada tardíamente devela esta faceta oculta de Herzl.
[vi] El padre de Herzl ocupaba un cargo general en el Banco de Hungría.
[vii] Se sabe que, efectivamente, el matrimonio de Herzl con Julie Naschauer fue bastante desdichado.
[viii] El Barón y multimillonario Mauricio de Hirsch sostuvo una polémica relación con Herzl pues consideraba impracticable su ambicioso proyecto; fue un importante propulsor de la colonización judía en Sudamérica.
[ix] Se refiere al Primer Congreso Sionista, en el cual tuvo una notable actuación como organizador y como orador, que le valió la adhesión de importantes sectores judíos para la causa sionista.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El Midrash y el relato II: motivos míticos y referencias multiculturales en el mito de Yaacov y Esaú


En esta breve serie, algún observador podrá apreciar algo que es una constante en los aspectos míticos de muchas historias antiguas, esto es, la presencia de hermanos que se aman y se odian, que se disputan herencias y se reintegran lealtades.
En la reinterpretación que sigue se recuerdan en realidad dos historias de hermanos: la trama principal re-visita el mito de Yaacov (renombrado Israel) y su hermano Esaú (apostrofado Edom, en la crítica seudo-epigráfica ulterior), el colofón recuerda, como trama secundaria, el mito de Isaac e Ismael, hijos de Abraham, dos a quienes se prometió la paternidad de “grandes naciones” . En esta segunda historia la pureza mítica no es tan grande como en la primera, pero es igualmente efectiva. Los estudiosos de las religiones han hallado cierto consenso en interpretar las luchas entre hermanos en varios niveles.
Casi todos los grandes héroes mitológicos tienen hermanos o compañeros de vivencias con los que sufren penas y enfrentamientos, a menudo fratricidas, o a quienes aman hasta la desesperación. Hay quienes han querido ver en estos motivos míticos la semblanza de comportamientos homosexuales. sin que sea necesario denegar esta tesis, hay elementos míticos mucho más importantes que la mera transición psicológica. La epopeya de Gilgamesh y su búsqueda infructuosa de la inmortalidad no se entienden sin la muerte de su amado Enkidu (a quien la diosa Ishtar -Venus, le enseña los secretos del amor heterosexual), el Osiris egipcio no tiene sentido sin su fratricida hermano Seth, en la mitología griega los ejemplos se reproducen en muchas variaciones hasta el hartazgo. 
Brevemente, podemos señalar que, en el nivel cosmológico, los hermanos representan las mitades ascendentes y descendentes de los ciclos anuales; en el plano teológico-político, recuerdan que el rey sagrado es sucedido por otro rey sagrado (el título de rey se asociaba originalmente a la posición religiosa obtenida del matrimonio con la Gran Sacerdotisa, en muchos cultos matriarcales en los que imperaba la diosa triple -véanse los clásicos: La rama dorada, de Frazer y La diosa blanca, de Graves-). Estos niveles se permutan y alteran sus sentidos en las historias bíblicas, en la medida en que deben adaptarse al culto patriarcal y monoteísta del templo de Jerusalén y se mezclan con otros sentidos.  Caín y Abel son también representantes de culturas pastoriles (Caín) y agrícolas (Abel), mientras que el tiempo asignó a Ismael e Israel las paternidades de dos grandes ramas del monoteísmo judío: el judaísmo saduceo-fariseo y el Islam.
La historia de Yaacov y Esaú es muy extraña en sus transformaciones: el héroe hebreo es Yaacov-Israel, cuyo comportamiento es desleal hacia su hermano y hacia su padre, mientras que Esaú es deshonrado posteriormente (y a pesar del propio texto bíblico, en donde perdona y recibe afectuosamente a su traidor hermano) por las interpretaciones Midráshicas, que lo convierten en enemigo secular de Israel al asociarlo primero con la cultura Edomita y luego con la dominación romana. Una interpretación llega a asegurar que Esaú llegó a someterse a una terrible operación para revertir su circuncisión, esto es, a hacer apostasía del pacto de Abraham.
Creo sinceramente que no hay inconveniente para hacer una interpretación, un Midrash más benevolente con Esaú y más coherente con el texto bíblico. El que sigue es un ejemplo literario que aplica la receta. El resultado es (si se molestan en revisar el relato anterior) precisamente la antítesis literaria: Caín y Abel van del desencuentro al fratricidio, mientras que Yaacov y Esaú van del rencor a la redención y al amor fraterno.     

 

El Perdón

Pero Esaú corrió a recibirlo y lo abrazó, y se echó sobre su cuello y lo besó; y lloraron.
                     Génesis. XXXII; 4.   
        
Salió de la tienda, reconfortado pero todavía furioso.
Vio de reojo a su madre, traidora infiel, pero ni siquiera le dirigió la mirada, tal vez no volviera a hablarle nunca.
Sintió el ardor en los ojos y una sensación de dolor en el amplio pecho, como si hubiera sido vaciado.
Había hecho mal Yaacob en escapar, pues su ánimo estaba tan abatido que de todas formas no hubiera podido perseguirlo.
Por segunda vez la primogenitura había sido robada, y así como la primera sangre de Abraham había sido privada de sus derechos, así la segunda generación hallaba un castigo similar. Esaú había perdido para siempre el liderazgo de la casa de Teraj, a menos que Yaacob muriera, sí, a menos que muriera. Y sin embargo no sentía prisa alguna, mientras se alejaba de las tiendas hacia el monte, pues la bendición de su padre era reconfortante al espíritu, si bien no era la que él había esperado.
De alguna manera también se sentía liberado de una carga que no comprendía, pues intuía que el gran pacto de Abraham se había roto en lo que a él concernía, que ya no se encontraba sujeto a su dura ley. De pronto comprendió claramente que nunca había querido esa carga, y por eso su hermano menor la había buscado. Esaú prefería cazar en el monte, cuidar de sus rebaños y perseguir bandoleros y ladrones con sus hombres antes que estrujarse los sesos con los problemas de crear un gran pueblo, de extender los dominios de un acuerdo al que no hallaba sentido ni utilidad para el cuidado de su hacienda.
Bien cierto era que las grandes riquezas y el poder de su padre no estarían en sus manos, pero comprendió también que la extensión de esas riquezas había convertido al viejo Isaac en lo que era, un eficiente administrador, pero un mal montero, un pastor incapaz, un luchador inútil.
Inconscientemente flexionó los poderosos brazos y estiro el grueso cuello, tensando los músculos de la espalda y estirando el pecho, que se hinchó con el aire ardiente. Cuando lo dejó salir, la furia y la tristeza se fueron con él al infinito. Nunca se había puesto a pensar lo poco que deseaba la carga que su hermano le había robado.
Su padre le hablaba de un Dios colosal y sin imagen, que él no comprendía, pues no adoraba a dios alguno, visible o invisible.
La noche lo encerró en su fría manta muy lejos de sus tiendas, pero Esaú no le temía a la noche. Comió unas frutas que llevaba en su alforja y se tumbó entre las piedras a dormir.
Pronto el sueño lo venció, pero pronto se llenó de imágenes.
Soñó que veía de lejos a su hermano menor, que dormía intranquilo. Lo llamó en voz alta pero su boca se había quedado sin sonidos.
Vio que el cielo no tenía estrellas y nada se escuchaba y nada se movía.
De pronto el cielo tronó con fuerza inusitada, y el suelo tembló tanto que las piedras se quebraban. Esaú no cayó al suelo y pudo ver claramente como Yaacob se levantaba asustado y se sostenía con dificultad.
Justo sobre su cabeza el cielo se abrió y se separó el suelo bajo sus pies, pero Yaacob no cayó al vacío y sus ojos estaban clavados en lo alto.
Esaú no conseguía moverse, y fue incapaz de hacer nada cuando una tormenta de fuego rodeó a Yaacob que comenzó a debatirse con aquella fuerza superior.
Entonces se sintió liberado y su espíritu voló hasta fundirse con su hermano y juntos lucharon hasta liberarse de ese extraño poder. En el momento mismo en que se liberaban se separó de Yaacob y comenzó a despertarse. Vio que una sorprendente claridad envolvía a su hermano y al abrir los ojos la misma claridad lo alcanzaba, pues el sol hería sus párpados con sus primeros rayos.
Corrió a encontrar a su padre, pues necesitaba desesperadamente narrarle su sueño, pero al entrar a su tienda lo vio sentado y sonriente.
–Te he visto ayudar a tu hermano en su necesidad, –le dijo a modo de saludo– te he visto luchar contra lo que no puede ser vencido; eres valiente, Esaú, hijo mío, y has ayudado a Yaacob a ser un hombre capaz de soportar su carga.
–¿Cuándo regresará?
–Yo no lo veré ya nunca, y no volverá hasta que sea padre de los padres de la gran nación que a mi padre le fuera prometida; pero tú lo verás ¿Qué harás entonces?
–Usaré con él toda la fuerza de mis brazos, para fundirme con él como en mi sueño.
–Ve y dile a tu madre que quiero hablarle y prepárate pues hoy enviaré a un mensajero con una invitación y quiero organizar una gran celebración... yo también tengo un hermano perdido, y debo abrazarlo antes de morir, quiero además que mi hijo primogénito Esaú, conozca a mi hermano primogénito Ismael.
En silencio, agitado y feliz, Esaú se apresuró para cumplir los deseos de su padre. 

viernes, 18 de noviembre de 2011

El Midrash y el relato: comentario y ejemplo en la re-interpretación del mito de Caín y Abel

Introducción

Uno de los modos de interpretación y re-interpretación de la tradición judía que más me ha interesado y preocupado es el relato conocido como "Midrash" (del cual hay, en realidad, diferentes formas). El Midrash consiste en construir, a partir de los relatos preexistentes, preguntas y comentarios que se articulan como nuevos relatos complementarios, orientados a resolver una cuestión presente que no parece tener respuesta en las interpretaciones pasadas. El Midrash establece un doble vínculo con los relatos precedentes. Por un lado, renueva su validez, al tomarlos como base sustantiva para nuevas reflexiones; por otro lado, los actualiza para permitir un cambio normativo, e incluso legislativo, sin que las normas originales deban ser impugnadas o cambiadas en la letra. Andando el tiempo, los Midrashim constituyeron una literatura complementaria y, en mi opinión, un rasgo singular de la filosofía moral judía que, junto con los contenidos específicos de los textos canónicos y otras tradiciones escritas puede y hasta debe ser conservado. Por otra parte, la presencia del Midrash hace necesaria la referencia y el conocimiento de los textos que constituyen la base escrita de la tradición judía, de tal modo que sólo pueden comprenderse y re-interpretarse a su vez en un contexto que asegure la supervivencia de las tradiciones escritas en su conjunto. En este sentido, creo que todo conocedor de la literatura canónica y tradicional judía es en sí un operador habilitado para hacer una nueva pregunta a los mimos y narrar un nuevo Midrash, de tal modo que nadie debe, en principio, ser privado de tal posibilidad, siendo una tarea que, en potencia, puede ser amplia y popular, y no reservada a una élite de estudiosos consagrados. En esta especie de democratización de la interpretación legítima radica una posible vía de supervivencia de las tradiciones judías y su actualización.
Acompañando a esta breve reflexión introductoria continúo con una re-interpretación especulativa y crítica de un relato bien conocido, del cual caben innumerables interpretaciones (desde lo psicológico hasta lo sociológico, lo filosófico, lo moral o lo antropológico). A lo largo de los años he redactado varias de estas historias alternativas, que tal vez comience a volvar de manera progresiva en este espacio.

Historias de hermanos I: El sacrificio

Y dijo Dios a Caín: –¿Dónde está Abel, tu hermano?                                                                
Y él dijo: –No lo sé ¿Soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?
Y dijo Dios: –¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Y ahora maldito eres de la tierra, que abrió la boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. 
                       Génesis IV; 9–11

Allí va. Así lo ve venir la Aurora, llevando su rebaño entre las piedras doradas. ¿Por qué habrá elegido ser pastor de rebaños? ¿Por qué abandonó las largas hileras de frutales, y las frágiles verduras, y las escondidas raíces?
No fue por temor a la ira del cielo, ni por las fuertes lluvias ni la escarcha o el pernicioso granizo.
Yo lo sé. Lo hizo por alcanzar el perdón de lo Más Elevado para nuestra raza maldita, la que ha comido del árbol de la ciencia y fue por eso expulsada hacia el trabajo, hacia los breves días del mundo y hacia la muerte negra y horrible.
Él camina sobre los verdes campos, entonando sus cantos de alabanza al Dios que es Uno e Infinito en su número, para guiar su rebaño hacia el altar que por tanto tiempo ha construido sobre el monte.
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el destino fijado para los hombres, que es el destino impuesto por Dios?
Tienen sus pasos la gracia del andar de nuestra madre, ágiles e incansables, como animados por una música insensible que se desprende de la tierra que marca con sus plantas; y tiene su rostro esa belleza delicada, aunque sus manos saben como desgastarse en el continuo trabajo de la vida.
Él quiere que aceptado su sangriento sacrificio un poderoso viento lo lleve al escondido jardín, en dónde una nueva hembra será creada para él desde la tierra y esta vez no habrá tentación, y la vida no acabaría nunca.
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el plan de Dios?
¡Si es esta la única verdadera vida, la que se consigue minando la alegría de la tierra, cuidando de sus frutos y tomándolos para satisfacer el hambre y sin olvidar sembrar las semillas para que nada acabe!
Dios mismo ha tentado a nuestros padres y los ha quitado del magnífico Edén, para que lo rehiciéramos nosotros mismos, con el bendito esfuerzo de nuestras manos, durante seis días corridos y descansando el séptimo para bendecir la vida que el Altísimo ha querido otorgarnos.
Pero allí va él, dispuesto a realizar su sacrificio. ¿Qué horribles pensamientos lo han animado a creer que un Dios que es todo bondad y sabiduría, que contiene en su ser todas las almas, aceptará la sangre del holocausto, que es alma pura y es su propia sangre y su propio espíritu? ¿Cómo pretende halagar al Señor obsequiándole lo que ya es suyo por derecho?
En cambio yo, que humildemente muestro mi sacrificio arado y mi sacrificio sembrado y mi sacrificio cosechado, sólo para decirle: Esto he conseguido hacer gracias a los dones que volcaste sobre esta tierra; éste, mi trabajo, éste, mi esfuerzo, éste es el homenaje que te brindo pues es, como yo, parte de tu propia gloria ilimitada. Y Dios ha respondido con el simple milagro de conservarme la vida ¿Qué más puedo pedir?
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el plan de Dios?
Y tan perdido está en sus pensamientos que no me siente perseguir su marcha, ni trepar tras él por las benditas piedras, dispuesto a detenerlo.
Si consigue derramar la sangre, si consigue realizar la muerte ¿Qué nos esperará?
Lo oigo cantar sus desesperadas súplicas de perdón y desconsuelo, mendigando todo un Jardín y toda una eternidad.
Y llego tras él justo cuando levanta la afilada roca para ultimar a su inocente víctima, y casi no he sabido cómo mi mano toma una piedra lisa y larga y lo golpea en su hermosa cabeza.
Lo miro caer.
Veo la sangre correr, como la noche cubre al campo cubre la piedra. Y la víctima escapa y contemplo horrorizado que es la sangre de mi hermano, la vida de mi amado hermano que se escapa entre las piedras, hasta que las grietas la beben y la beben. Me contempla con sorpresa, con lástima, con amor, mientras me dice sus últimas palabras: “¿Por qué, Caín? ¿Por qué, hermano mío? ¿Por qué te has obstinado en torcer el plan de Dios?”