miércoles, 28 de abril de 2010

Materiales para la construcción de políticas comunitarias 4

Estrategia y táctica

En la entrega anterior se expusieron brevemente las bases estratégicas, los principios más generales que podrían guiar las políticas comunitarias e institucionales que establecieran nuevas bases para evadir y morigerar el daño económico y social que han venido sufriendo las organizaciones comunitarias judeoargentinas durante las últimas décadas. Repitiendo los conceptos clave, estos aspectos fundamentales son: la promoción de la participación y la reintegración constructiva, es decir, una reintegración de la gente que no sólo le abra un espacio comunitario, sino que le permita participar de su conformación. Son aspectos que, a su vez, se apoyan en dos principios estratégicos: la democratización y la tolerancia.

Ciertamente, se trata de variables que presentan numerosas dificultades. La democratización y la tolerancia son principios siempre deseables, pero son siempre también difíciles. El agobio que sufren las personas en la vida contemporánea hace que la participación democrática en las instituciones sea percibida como una carga más que como un derecho o una oportunidad. Las tácticas que apunten a la democratización deben ocuparse de facilitar y alivianar la participación, evitando la creación de cargos y funciones inútiles. En vez de eso, se trata de que las bases aprendan a tomar decisiones en cuanto a las actividades que desarrollan cotidianamente y que procuren por sí mismas ampliarse en términos de tolerancia. Este segundo aspecto es igualmente importante e igualmente difícil, porque en general la tolerancia es más y una declaración que una práctica. He aquí un secretito: no se trata de aceptar lo aceptable, aunque se trate de una “diferencia”; por el contrario, se trata del intento permanente de incorporar elementos contrapuestos en un mismo espacio.

La tolerancia no es un hecho, es un proceso de intercambio en el cual las oposiciones son gradualmente convertidas en diferencias. En alguna época no tan lejana, el color de la piel significaba no una diferencia sino una oposición radical, jerárquica y absoluta: lo blanco era lo superior, lo negro lo inferior. En el mismo plano, en muchas sociedades hasta el siglo pasado lo judío ocupaba, aproximadamente, el lugar de lo negro. Actualmente se trata de oposiciones superadas (no totalmente) y se han convertido en diferencias. Así como hasta hace unas décadas en Argentina las familias compuestas (parejas de viudos, separados o divorciados que reunían a hijos de primeras experiencias matrimoniales en nuevas familias, por ejemplo) eran algo extraño y ajeno a las convenciones sociales de lo correcto y lo apropiado, lo mismo puede hacer la comunidad judía frente a nuevas opciones de componer el espacio familiar judaico. Tolerar significa enfrentar los propios prejuicios, no quiere decir simplemente moderar los juicios propios de lo bueno y lo malo.

En este sentido, la participación democrática y la tolerancia son principios, pero también se convierten en procedimientos para la integración y la reintegración. Por supuesto, el resultado del proceso es diferente al punto de partida y, hasta cierto punto, es imprevisible. Sin embargo, de esta manera pueden protegerse valores y costumbres de manera más efectiva que mediante el aislacionismo, pues esta estrategia ha fracasado totalmente. Por su parte, la formación de “líderes” y la guía carismática de dirigentes de toda especie son medios de integración igualmente ineficaces, principalmente porque incentivan la competencia, reducen la democracia y desincentivan la participación, además de ser medios poderosos para reforzar y acrecentar los prejuicios en contra de lo “diferente”, debido a que las guías carismáticas suelen apoyarse en discursos cerrados y simplistas, en donde el “nosotros” siempre se define por oposición a los “otros”, de modo que fragmentan la vida social y no pueden incluir opciones diferentes.

Una táctica ajustada a estos principios que proponemos aquí es evitar las autodefiniciones tajantes. Porque la creencia en que el juicio propio es lo que nos define es una pared que nos impide ver los cambios que hemos venido sufriendo como integrantes de una (o varias) culturas. Esto se aplica a las personas, pero también a las organizaciones y a las instituciones. En realidad, la identidad cultural es flexible y variada, cambia con el tiempo en lo personal y en lo colectivo, se fragmenta. El judaísmo contemporáneo sería irreconocible sin el aporte de muchas diferentes aportaciones de diferentes regiones y culturas. Estas aportaciones alguna vez fueron oposiciones radicales y luego se transformaron en diferencias y, por fin, en variedades de un mismo tipo. Se trata de evitar el arquetipo que parece sólido, pero que en realidad es frágil porque no puede adaptarse a los cambios en el contexto que, en nuestras sociedades, son rápidos y en ocasiones violentos.

Lo que sugerimos es reproducir este proceso de cambio de la oposición por diferencias y la creación de un nuevo y más variado horizonte de judaísmo. Pero, a diferencia del proceso histórico, que no es consciente de sí mismo, proponemos realizar el primer paso de manera consciente y premeditada, salvando las oposiciones y admitiendo las diferencias.
Hay otra razón, quizá más triste, para atender a la posibilidad de utilizar esta estrategia: la comunidad jueoargentina no es lo bastante fuerte como para darse el lujo de ser intolerante. La intolerancia es una prerrogativa de los poderosos, porque son los que pueden aprovecharse de las oposiciones radicales y, de hecho, suelen ser sus principales promotores intelectuales. Los débiles, por el contrario, deben ser adaptables o son adaptados a la fuerza o, en última instancia, eliminados. Esto último es lo que ocurre con la colectividad judeoargentina: se ha vuelto inadaptable y es lentamente erosionada por un fuerte proceso de aculturación, por el cual más y más familias dejan de sentirse parte de la colectividad y se integran a otros espacios sociales, lo cual pueden hacer porque la sociedad argentina actual es bastante tolerante respecto de la condición judía que es, en todo caso, bastante fácil de disimular.

En otros tiempos, la intolerancia hacia la condición judía hacia innecesaria la tolerancia en la comunidad: como los judíos no eran aceptados fuera de su comunidad de origen debían vivir y desarrollarse dentro de la misma. Sin embargo, los valores de la modernidad (en un proceso muy lento que no ha acabado todavía) han resquebrajado esa coraza externa y obliga al desarrollo de estrategias y tácticas más adaptables. En este sentido, por ejemplo, el nacionalismo judío, el sionismo, en términos culturales ha sido un modo de adaptar los valores de la modernidad a la condición judía. Las nuevas modalidades de judaísmo religioso incorporan (de manera consciente e inconsciente) otros muchos elementos claramente no-judíos, en términos de organización interna y promoción de sus valores e ideologías.

Resultaría irresponsable por nuestra parte no ser capaces de apreciar y aprender de este proceso, para que la adaptación forzada no se convierta en un camino sin salida. Al mismo tiempo, no parece deseable (precisamente porque portamos valores modernos) elegir estrategias que opriman a las personas y las obliguen permanentemente a aceptar decisiones ajenas y de difícil comprensión sin poder participar de su propia autoafirmación, ni parece posible, dada la relativa debilidad de las organizaciones e instituciones judaicas.

Ambos caminos, el moral y el pragmático, parecen favorecer entonces una estrategia de democratización y tolerancia, y unas tácticas que favorezcan la autodefinición y la participación. Que el judaísmo no sea para los judíos una trampa, sino una oportunidad de desarrollo personal, familiar y social es tal vez la meta última de esta estrategia.

miércoles, 14 de abril de 2010

Materiales para la construcción de políticas comunitarias 3

Política y comunidad: opciones de acción, participación y reintegración

Hemos sentado las bases de la discusión, hemos anotado las posibles causas de la actual crisis. Falta lo más importante: ¿qué estrategias, qué acciones pueden ser culturalmente positivas en este contexto, el de la debilidad cultural y la crisis económica de las instituciones? Para comenzar, hagamos un breve repaso de algunas estrategias que (según mi saber y entender) no nos serían útiles en la actualidad. No son todas, pero creo que son las más significativas para esta perspectiva:

a) El mesianismo. Esto es confiar en que llegará un milagro que nos salvará. Un antiguo proverbio rabínico dice que: “Hay que confiar en que el milagro llegará... pero hay que actuar como si no fuera a llegar”, que es una versión sofisticada de “Dios ama al pobre... y ayuda al rico” y de “Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo”. Dichos aparte, la fe (en dios, en el destino, en la ciencia, en el líder) siempre es útil porque refuerza la pertenencia a una estrategia política, pero no ES una estrategia política. El mesianismo requiere de un ingrediente que es ciertamente integrador, la creencia en la salvación inevitable, pero que es también paralizante. Sí, no importa lo que hagamos, la salvación igualmente llegará... entonces es lo mismo hacer algo o no hacer nada. Y la premisa de toda estrategia política es precisamente la intención de actuar.

b) La conservación del Statu Quo. Si justamente este estado de cosas, en el que los problemas no provienen de un enemigo muy fuerte con el que debemos negociar sino de las debilidades culturales internas frente a un contexto indiferente, es el que promueve la aculturación, es evidente que promover la inacción no es una estrategia útil. No sólo no es una buena estrategia progresiva, sino que no es una buena estrategia defensiva. Dejar las cosas como están es permitir que los problemas se desarrollen y progresen, en vez de hacer que progresen y se desarrollen las soluciones.

c) Buscar ayuda externa. En realidad, dado que el problema afecta a la cultura judía a escala global (y en el contexto de la globalización), no hay un “afuera” a dónde recurrir. Por otra parte, cualquier ayuda externa tendrá actualmente dos vías: la económica o la doctrinal, las cuales suelen estar combinadas, porque nadie consigue imponer una doctrina sin un esfuerzo económico ni tampoco es frecuente que alguien (persona o grupo) invierta su dinero en un proyecto en el cual no está convencido. Sin embargo, el gran problema de esta estrategia es que se trata de una respuesta heterónoma, no autónoma, es decir, que promueve la acción del otro y no la acción propia cuando, precisamente, una gran parte del problema es que hemos perdido la capacidad de integrar a los judíos mediante el aprovechamiento de su propio impulso de integración, razón por la cual deciden integrarse en otras redes sociales.

d) El elitismo. Suena feo (a mí me suena feo) pero es una opción que han elegido muchos judíos en la actualidad, bajo la premisa de que el judaísmo se trata de una suerte de “aristocracia” cultural, derivada de la “posesión” de una sangre especial. El problema del elitismo es que concentra la integración en aspectos que sólo muy puntualmente son “culturales”. La razón de esto es que el judaísmo se ha desarrollado durante dos milenios en contextos heterónomos y que las élites suelen imitar el comportamiento de las élites más poderosas, propiciando la segregación, el aislacionismo y el sectarismo. Esto sería tremendamente contraproducente en una comunidad cuyas bases sociales estuvieron durante décadas constituidas por personas de clase media. De todos modos, es probable que ciertas élites judías pervivan y sean las semillas de futuros judaísmos. El problema es que, para quienes no integramos esas élites, el judaísmo se convertirá en materia muerta, además de poco agradable, de modo que no puede constituirse en realidad como una estrategia política útil.

e) El aislacionismo. También llamado “repliegue de la identidad”, el aislacionismo es una estrategia de supervivencia cultural que propone separar lo más posible la identidad judía de su contexto. Aunque en algunos contextos es una estrategia útil, aunque muy limitada. En la actualidad de la comunidad judía argentina parece una opción pésima, porque sólo funciona si los integrantes de una comunidad unida por lazos culturales presenta una fuerte cohesión interna, lo cual no es el caso de la comunidad judía argentina, que históricamente ha buscado un equilibrio con el entorno que le permita sumar a lo bueno de adentro lo bueno de afuera: derechos, modos de organización, costumbres, placeres o modos de ocio son ejemplos de buenos aprendizajes que el aislacionismo rechaza. Además, si la comunidad judeoargentina muestra debilidades para convencer a los judíos de una mínima participación, cuánto más difícil sería convencer y auto-convencerse de adoptar artificialmente modos y costumbres que no están incorporadas. De la misma manera que nadie se despierta un día cualquiera habiendo cambiado todos sus afectos humanos, tampoco nadie puede decidir simplemente que es momento de renunciar a los espacios de integración no judíos y pasar a amar un espacio recién inventado.

f) Finalmente, el salvacionismo. No se trata de salvar costumbres ni tradiciones, mucho menos se trata de “salvar” a las personas de una situación que se considera negativa. Esa puede ser una estrategia de asistencia social, pero no es una estrategia política de integración cultural. Si, justamente, estamos tratando con la decisión de la gente de no participar, de sus dudas sobre cómo hacerlo o de su desgana por hacerlo, el discurso iluminado de saber como “salvarla” no puede menos que causar una reacción adversa. El salvacionismo predica para los conversos... y no convierte a nadie. Sirve, quizá, para sentirse bien pero, nuevamente, no permite trazar líneas de acción políticas y probablemente conduzca a un fuerte rechazo. La gente no necesita ser salvada de la aculturación, sino que puede, eventualmente, ser persuadida de participar de espacios en donde se cultiven y desarrollen valores, principios, costumbres y tradiciones por las que sienten afecto, de las que pueden sentirse parte. El salvacionismo se orienta casi siempre a salvar a un “otro” real o imaginario, pero aquí el problema no lo tienen otros, sino nosotros mismos.

De este repaso podemos obtener algunas respuestas: la necesidad de generar un movimiento interno, antes que dirigirlo a un supuesto “exterior” y la necesidad de plantear estrategias sobre la base de la autonomía y la participación. Es por estas razones que considero que las opciones de acción más útiles, viables y efectivas deben comprender dos aspectos fundamentales: la promoción de la participación y la reintegración constructiva, es decir, una reintegración de la gente que no sólo le abra un espacio comunitario, sino que le permita participar de su conformación. La elección de una estrategia de este tipo requiere dos premisas por las que debe trabajarse, por las que vale la pena esforzarse: la democratización de los espacios culturales y la tolerancia ante las diferencias culturales.

Si se repasan las seis estrategias que hemos criticado más arriba, creo que se verá con claridad que la democratización y la tolerancia son vías para construir desde un lugar que evite o al menos modere el mesianismo, la conservación del presente estado de cosas, la decisión de otros sobre nuestras propias circunstancias, el elitismo, el aislacionismo y el salvacionismo.

Actualmente existe una gran diversidad de opciones en cuanto a modos de organización familiar, espacios de recreación y reflexión, espacios de aprendizaje. No se trata de crear una ensalada de cualquier cosa ni un “judaísmo new age” donde cualquier cosa pueda llamarse “judía” a sí misma. Se trata de crear espacios políticos y sociales para la creatividad cultural, para reunir y enfrentar a la gente y permitirle desarrollar su riqueza humana en espacios judíos que puedan apreciar como tales. Lógicamente, si se consigue que estos espacios sean enriquecedores y atractivos, es mucho más probable que la gente pase a considerarlos una necesidad que valga la pena apoyar económicamente, además de culturalmente.

Precisamente, he venido hablando mucho de políticas para tomar distancia del economicismo absoluto, lo cual no significa perder de vista los problemas económicos de promover este tipo de acción. Sin embargo, debe destacarse que no se trata de un proyecto que pueda realizarse a corto plazo, invirtiendo dinero en animadores o campañas publicitarias de persecución de potenciales socios: esas estrategias ya se han utilizado y han fracasado estrepitosamente (o silenciosamente, porque casi nadie lo notó). Por el contrario, hablo aquí del diseño de una estrategia más profunda, de largo plazo, de transformación gradual de las instituciones mediante avances puntuales en la democratización y la tolerancia, que son puntualmente baratos de sostener. Se trata de promover entre las fuerzas vivas remanentes un cambio de actitud que sea invitante y atractiva no desde “la oferta de la semana” sino desde una política de tolerancia, en la cual se acepte la diversidad para enriquecer la particularidad de lo judío.

Por supuesto, también a largo plazo esto supone que el judaísmo que saldrá será diferente del judaísmo que conocemos. No obstante, es más probable con esta línea estratégica que surja un judaísmo más firme, menos endeble que el que existe hoy en día, del cual están excluidos no sólo muchísimas familias que por diversas razones se han alejado de las instituciones judías, sino también muchos judíos que ya no encuentran en las organizaciones judías los valores judaicos que aprendieron a amar y por los que sienten cariño y nostalgia, pero que no saben cómo desarrollar y para los cuáles, por supuesto, encuentran problemas para transmitir a sus hijos y demás descendientes.

No se trata, por lo tanto, de abrir las organizaciones judías a cualquier influencia o característica no judía, sino, al contrario, de re-judaizar sus espacios culturales en términos de la democratización y de la tolerancia hacia las circunstancias familiares y personales que hacen a la existencia cotidiana de las personas. Se trata de proponer espacios de encuentro y de debate, de formar activistas antes que líderes, de tolerar diferencias para permitir una mayor integración. Esta estrategia, ante la carencia de recursos económicos, puede permitir un mayor uso de la creatividad, sumando a las personas a espacios de creación intelectual y estética, en vez de recurrir a personajes y festivales suntuosos, en donde “lo judío” no esté en nosotros mismos, sino en la mente de otro o, lo que todavía es más triste, en la decoración.

El temor a que se introduzcan en las instituciones judías elementos “extraños” no-judíos, es injustificado. En primer lugar, porque eso viene pasando desde hace décadas. En cada nuevo intento de rescatar espacios judíos se ha promovido la des-judaización de las instituciones o, por el contrario, el conservadurismo elitista o aislacionista, que resulta una fuente de desintegración por cuanto excluye a numerosas familias no judías con integrantes judíos y a familias judías con integrantes no-judíos. En segundo lugar, porque históricamente la particularidad de lo judío ha sido aprender lo bueno (y lo malo, admitámoslo) del entorno cultural para incorporarlo a la vida judía. ¿O la gastronomía judía, por ejemplo, es exclusivamente judía? ¿No es acaso comida árabe, o polaca, o rusa? El nacionalismo sionista tampoco es una idea judía sino la adaptación de una ideología para un grupo social particular. Los ejemplos son interminables: artistas plásticos judíos que se han integrado a movimientos estéticos no-judíos de todas las latitudes, científicos e intelectuales judíos, escritores judíos de los que nos enorgullecemos porque han sido reconocidos por el entorno no-judío.
Tolerancia es también el reconocimiento de la identidad autónoma, cuando los interesados respetan valores judíos a pesar de no cumplir con las exigencias de otros (rabinos, instituciones) para asumir dicha condición. Esta es la tolerancia ante la diferencia que respeta la Sinagoga como espacio de reunión, antes que asumir al Rabino como líder. Son dos experiencias diferentes de la vida judía. No existe inconveniente alguno en que un rabino lidere y oriente a una comunidad espiritual en aspectos teológicos o doctrinales, pero no puede esperarse un buen resultado cuando se le otorga el poder sacralizado de decidir sobre las condiciones de la identidad de gente que no está previamente integrada a su congregación, pues naturalmente esta gente tendrá ideas diferentes que sólo pueden desarrollarse en un espacio democratizado.

Como siempre, con esta serie de El partisano (cultural) intenta poner el dedo en las grandes llagas de la judeoargentinidad contemporánea, propiciando la discusión y atendiendo a ese sordo reclamo de las generaciones que vamos pasando observando cómo se diluyen las costumbres y valores judíos y cómo se aleja la posibilidad de enriquecer las vidas judías y no judías con las experiencias y las vivencias del judaísmo.

Materiales para la construcción de políticas comunitarias 2

Economía, política y comunidad: las causas de la degradación de la base social

Es extraordinariamente sencillo creer que los principales problemas de la comunidad judía argentina son económicos. Cualquier observación comparativa de las instituciones judías que coteje, por ejemplo, la década de 1980 con la presente pintará un retrato bastante deprimente en este sentido. Tan deprimente que parece una pintura total del proceso.
Sin embargo, la economía sólo explica la disminución de las posibilidades de participación, pero no explica la disminución de la participación en sí misma. Porque el judaísmo es un fenómeno cultural, no puramente económico. Entonces, ¿qué ocurre? Ocurre que desde hace varias décadas se trata a las cuestiones culturales judías como una cuestión fundamentalmente económica y se ha relegado el aspecto más amplio, cultural y social, que integra a las personas con su comunidad y consigo mismas.

En otras palabras, dado que la gente no puede vivir sin espacios culturales (mirar televisión en casa, salir de compras, son ejemplos de un espacio cultural, muy pobre y degradado, pero espacio cultural al fin) y dadas las crisis sociales que siempre se viven en Argentina, muchos judíos argentinos han dejado de experimentar la cultura judía como una vivencia necesaria para transformarla en una vivencia posible entre otras muchas. Y como hay otras más fáciles, menos controvertidas, incluso más baratas de sostener, el judaísmo argentino entró en una competencia nefasta entre opciones de judaísmo “light”, opciones de judaísmo conservador-elitista y opciones de judaísmo religioso muy fragmentarias y dispersas, incapaces de reunir a un núcleo suficiente de masa social judía o capaces de hacerlo gracias a la construcción de espacios sociales regidos por dinero y opciones ideológicas que llegan del exterior.

Por otra parte, el nacionalismo judío, el sionismo, que fue durante buena parte del siglo pasado una de las principales líneas de reunión de fuerzas vivas de la comunidad ha perdido fuerza desde la creación del estado de Israel, y ello por dos razones: la base social del sionismo en Argentina se vinculó con el proceso de formación del estado, con la actitud activista del pionero, y nunca se adaptó del todo a la consolidación del estado. Por otra parte, pasó a depender mucho de las políticas de estado de Israel (lo cual es también una opción discutible, pero legítima). El problema se presenta a partir de una gradual modificación de la actitud del estado consolidado frente a las comunidades judías del resto del mundo. Principalmente desde la gran migración de judíos ex soviéticos, Israel ha adquirido, discursos aparte, las características propias de un estado auto-centrado y esto no contribuye a una reproducción de los viejos ideales sionistas en comunidades como la argentina, razón por la cual estos tienden a perder llegada y continuidad entre la gente. No desaparece el afecto, entiéndase bien, sino que se debilita la capacidad del sionismo para ser un agente integrador de la vida social judeoargentina.

No se trata de culpar al sionismo, al movimiento Jabad o al judaísmo conservador: el desarrollo de todos estos elementos es un síntoma (un síndrome) o un conjunto de efectos, no se trata de las causas de los problemas de fondo. El judaísmo en Argentina y (digámoslo de una vez) el judaísmo a escala mundial necesita reinventarse para seguir existiendo como una opción cultural de referencia. El gran problema es que su debilidad y eventual desaparición parece afectar cada vez menos a aquellas personas, a aquellas familias que en generaciones anteriores consideraban al “ser judío” como una parte integral de su naturaleza, y no como un evento accesorio de la personalidad.

Al transformarse gradualmente en un “accesorio”, la operación lógica es que puede ser reemplazado por otros “accesorios”. Ahora bien, para lo judío, como para cualquier cultura, lo que importa como imagen de su continuidad es precisamente “lo importante” (que también cambia) pero que no puede considerarse un accesorio más, sino en algo por lo que merece la pena trabajar y hacer para conservar.

Para ponerle un nombre, para lanzar al ruedo el problema, para debatir, yo diría que el desafío político es en la actualidad este: desarrollar lo importante para superar lo accesorio. La economía de las organizaciones judías como espacios de reunión, integración e intercambio es algo importante, no es un accesorio. Pero es, también, insuficiente. Sin la consolidación en la personalidad individual y comunitaria (no importa el número de individuos) de esta conciencia y esta presencia de la necesidad de lo cultural, de esta percepción de lo cultural como parte de la propia naturaleza del SER, la continuidad de la cultura y de la comunidad se hace muy difícil, no importa cuánto dinero esté o no esté disponible. En caso contrario, se produce el proceso conocido como aculturación, que desde la perspectiva interna del judaísmo remanente se percibe como asimilación de la base social al contexto social más amplio.

Crisis económicas en Argentina hubo y probablemente habrá, pero la comunidad judía estaba mejor integrada y era una opción cultural más sólida en tiempos de la hiperinflación de los últimos años ´80 que en el presente, e incluso la gente muy pobre y sin recursos materiales puede reunirse si es congregada por un pensamiento y un sentimiento en común. En conclusión: las causas últimas de la degradación de la base social de la comunidad judía argentina son culturales y sociales antes que económicas, aunque sin duda las dificultades económicas contribuyen a aumentar y a acelerar los procesos de debilitamiento.

Por supuesto, cuando decía más arriba que se impone “desarrollar lo importante”, esto implica asumir la discusión amplia de bases y contenidos, supone admitir la crisis y abrir la puerta al debate de una serie de conflictos y debates importantes para encontrar nuevas vías de acción. Se trata también de tomar el ejemplo de quienes vivieron crisis similares o peores en el pasado y ver qué resultados obtuvieron en sus intentos por superarlas.

Permítanme citar algunos ejemplos históricos para graficar la cuestión: entre los siglos quinto antes de la era común y hasta el siglo segundo de la misma, las dominaciones sucesivas de persas, griegos y romanos impusieron una transformación integral del pensamiento judío, tanto en lo legal como en lo doctrinal, permitiéndole desarrollarse en las geografías más diversas: este es el judaísmo post-tanaítico, el judaísmo del Talmud que sobrevivió a pesar de la completa destrucción de Judea por Roma, la “patria original” de la doctrina bíblica (“patria” es un concepto romano). Ya en la edad media, el judaísmo se adaptó de manera diferente en Europa, África y oriente medio (en la cristiandad que lo discriminaba y en el islam que lo absorbía). Ya en las puertas y durante la modernidad aparecieron el jasidismo, el iluminismo judío, el socialismo judío, el sionismo.

Siempre diferente... y siempre lo mismo... siempre se trató de aprender de las circunstancias para plantear alternativas de acción. Es a partir de la segunda mitad del siglo XX que el judaísmo ha venido mostrando cierta incapacidad de dar respuestas a la aculturación. Sin embargo, nadie de entre quienes libraron estas batallas culturales del pasado conocía el resultado de su lucha: algunos triunfaron, muchos fracasaron... todos, en algún punto, cometieron errores. No seremos la excepción, siempre y cuando decidamos dar batalla. Si la respuesta es negativa... Vae victis!

Materiales para la construcción de políticas comunitarias 1

Economía y comunidad: primeras cuestiones

Cuando pensamos en la actualidad de la vida comunitaria judía es fácil sentirse preocupado. Es fácil incluso sentir que hay muchos problemas importantes que no tienen solución. Estas sensaciones, lejos de ser una cuestión personal, tienen un fundamento importante en la observación de la realidad. Incluso podría decirse, siquiera intuitivamente, que aquellas personas más preocupadas por el estado de la vida comunitaria sienten con más fuerza esta especie de desconsuelo por las situaciones de empobrecimiento social, cultural e institucional que pueden ver en su actividad cotidiana.

Las que en el pasado fueron grandes instituciones comunitarias (sociales, deportivas, culturales, educativas y políticas) durante las últimas décadas han venido atravesando crisis económicas cada vez más importantes, mientras que la base social de participación con la que contaban, tanto en cantidad como en intensidad, ha ido disminuyendo sensiblemente. Aunque sin duda las crisis de todo tipo que se viven en el país afectan a las instituciones judaicas, es ya innegable que hay otros factores que han influido para alcanzar esta situación.

En este contexto, para jerarquizar las posibilidades de acción política y social ¿a qué debemos atender primero? Lógicamente, muchas necesidades económicas son urgentes e inmediatas pero, en buena medida, no es sensato esperar que las instituciones se recuperen por sí mismas cuando su base social se debilita: se trataría de un ciclo descendente compuesto de dos problemas superpuestos. En primera instancia, el ajuste necesario para seguir funcionando disminuye la posibilidad de ampliar la base social de participación. Pero como, en última instancia, las personas que constituyen esa base social son los principales contribuyentes para la sustentación económica de las instituciones, el círculo terminará siempre por reproducirse con una tendencia a la baja.

Durante años se han buscado soluciones de emergencia en fondos venidos del exterior o de fundaciones privadas, o se han solicitado “esfuerzos extraordinarios” a la base social remanente. El resultado ha sido, generalmente, que ese salvavidas ha resultado ser un lastre importante para la movilidad de las organizaciones. Con este panorama, no es extraño que hayan ganado espacio organizaciones internacionales que sin duda representan una alternativa válida de judaísmo contemporáneo (dejando de lado cuanto nos gusten o no su ideología y sus contenidos), pero que poco tienen que ver con las características de la vida judía en Argentina tal y como se desarrolló a lo largo del siglo XX.

Considero que aquí se debe hacer una primera observación sobre condiciones que no son económicas. A lo largo de su historia, las comunidades, sus tradiciones y costumbres, sus reglas, normas y códigos, los modos de hacer, sentir y pensar que guardan y reproducen, cambian. Antes o después, debido a sus condiciones internas o a la interacción con el entorno social o natural, las comunidades humanas cambian. Deben cambiar, en realidad, porque la adaptabilidad y conservación de los sujetos que las componen dependen de esta capacidad social de modificar sus contenidos y actividades.

La conciencia de este hecho sociológico es muy útil para pensar en lo que debe hacerse con los problemas comunitarios, porque cualquier posición conservadora (o meramente preservadora) termina por ser un obstáculo en el con texto de sociedades que cambian muy rápidamente. En general, consideramos que los cambios son positivos o negativos cuando se evalúa que las condiciones precedentes eran peores o mejores que en el momento de evaluar, y es la sensación de que “antes las cosas estaban mejor” las que nos permiten hablar de crisis.

Esta es una dimensión subjetiva, pero que se apoya generalmente en observaciones objetivas. Lo que interesa, finalmente, es lo siguiente: frente a estos cambios ¿qué es posible hacer? En la enorme mayoría de los casos, ya que tratamos con comunidades cuyos cambios son principalmente heterónomos (es decir, que no dependen principalmente de sus condiciones internas, sino de las condiciones externas), la capacidad de acción se verá limitada. Pero es más limitada todavía sí se adopta una actitud cerrada respecto de la posibilidad de buscar nuevas posibilidades de acción social. Así, la tendencia será intentar resolver los problemas que están más a mano. Sin embargo, con esta decisión reproducimos el círculo de ajuste del que hablábamos más arriba, porque las soluciones más inmediatas serán también las que menos responderán a los problemas de base.

Por otro lado, parece totalmente insensato desatender las urgencias económicas porque, de hecho, esas urgencias son ya la parte principal del contexto de las instituciones y organizaciones comunitarias judías. Se ha pasado (creo en realidad que hace largo tiempo) un punto de no-retorno: ninguna aportación individual, en lo económico o en lo político, puede siquiera moderar la situación; es necesario comprender que se impone un cambio de políticas institucionales. Mejor dicho: los cambios en las políticas institucionales se han venido imponiendo desde hace mucho, debido principalmente a las urgencias administrativas. De lo que se trata ahora es de plantear alternativas para que la comunidad judía argentina en sus organizaciones retome al menos el control político de las decisiones que la afectan.

De lo que hablo ahora es de una reorganización política y social, ideológica y práctica, que permita nuevas acciones de intervención para que la comunidad disponga de una renovación en sus bases sociales. Sí nos atenemos solamente a la situación económica, esto parece imposible. Sí atendemos a la renovación de los sectores que han dedicado su esfuerzo a la vida comunitaria, la situación parece todavía peor: no hay un recambio generacional con una consciencia del proceso que permita creer que se aproxima un cambio de políticas y directivas.

Pero pongamos las cosas en una perspectiva diferente, y veremos que tal vez haya luz en el fondo del túnel.

Algo que ha enorgullecido al judaísmo tradicional ha sido la longevidad y la permanencia de sus relatos básicos, sus tradiciones y sus costumbres. Siempre repetimos: a pesar de las persecuciones y el odio, a pesar de las matanzas, seguimos aquí. Resulta paradójico y desconcertante que justo en nuestro contexto actual de la comunidad judía argentina, en el cual no sufrimos particularmente persecuciones religiosas, racistas o ideológicas, no recurramos a este mismo discurso. ¿Por qué sería ésta crisis peor que la inquisición o el nazismo? ¿Por qué es más desesperante tener que cerrar escuelas y ajustar economías institucionales que ver como los pogromos arrasan aldeas enteras?

La pregunta es retórica: esta crisis ES peor y ES más desesperante porque es NUESTRA crisis y, lo que es más grave, porque intuimos que algo en la comunidad judía ha perdido voluntad de pelear por su propia continuidad. Vivimos un judaísmo algo cansado de su propia existencia, le cuesta encontrarse sentido a sí mismo. Hasta que no identifiquemos a qué se debe esa apatía, ese entregarse a la disolución y el olvido de las tradiciones, costumbres y relatos no habrá ninguna política institucional ni comunitaria efectiva, la economía de las organizaciones no se saneará ni la base social se recuperará.

Ciertamente, no me importa aquí la cuestión de la CANTIDAD de participantes, sino la CALIDAD de la participación y la sensación que tengan esos participantes de hacer algo que realmente quieran, que no tengan más opción que querer. Por esta razón, las opciones que pueden presentarse no son necesariamente caras en términos económicos, aunque serán necesariamente intensas en términos políticos. Hay que atreverse a tomar decisiones, porque es la única manera de enfrentar los problemas con autonomía. Esto asegura la aparición de peleas y conflictos, pero de eso se trata la política: de discutir y tomar decisiones en el contexto del disenso. Sin antagonismo habría puro consenso, que no necesita de política alguna.

A lo largo de la historia de las comunidades judías, algunas han tenido éxito en la supervivencia y otras han desaparecido pero, es importante señalarlo, el número y la riqueza de sus integrantes no siempre ha sido el factor decisivo. No obstante, vivimos en una época en la cual la fuente de los problemas, la fuente también de esa desgana de ser judío, es muy diferente a las de tiempos pasados. Es una respuesta diferente la que se impone: las recetas viejas ya no sirven, es necesario ser creativos en nuestras políticas institucionales, tomar riesgos, enfrentar nuestros prejuicios y renunciar a algunas de nuestras preferencias para que la vida comunitaria argentina siga teniendo cuerpo y sabor. Es preocuparse por el presente atendiendo a las condiciones del presente, recuperando aquellas cosas que en el pasado nos permitieron llegar hasta aquí.