Probablemente, a mediados de septiembre la Autoridad Nacional Palestina solicitará a la ONU la creación del estado palestino. Aunque la fuerza diplomática israelí consiga detener la moción, poniendo en consideración la fragilidad presente del sistema económico mundial y el peligro (real o imaginario, nuclear o ideológico) iraní, agregados a la volátil situación de la región (en realidad, de Marruecos a Paquistán nada está en calma), el resultado de una “victoria” en este sentido es más relativo que nunca.
La autoridad nacional palestina sostiene que Israel se niega negociar entre partes (como sostendría el viejo mandato de la ONU) replicando los asentamientos en los territorios bajo ocupación. Necesito que alguien me explique por qué esto no sería cierto: Israel dice que quiere la paz hundiendo cada vez más profundamente el dedo en el ojo del adversario, sin ninguna prueba de que eso contenga el “terrorismo” palestino, que llega desde una zona, la Franja de Gaza, que el propio gobierno israelí decidió desalojar de colonos. Tal política puede llevar a algún observador suspicaz a sostener que Israel pretende que el estado palestino se circunscriba sólo a la Franja de Gaza, anexando de hecho Judea y Samaria. Sólo que allí, en la Franja reside la mayor fuerza de Hamas, partido al que reclama el reconocimiento del derecho a la existencia como condición previa a toda negociación... de modo que todavía no habrá tampoco negociación. Esto, añadiría el observador suspicaz, daría más tiempo a la política presuntamente anexionista israelí.
Lógicamente, Israel no quiere que la ONU imponga la existencia del estado palestino (silbando bajito cuando se le recuerda que el estado judío fue creado de la misma manera, en contra de la posición de todo el mundo árabe, que sostuvo en su momento que la ONU no tenía entre sus fines ni entre sus prerrogativas la creación de estados nacionales). Sin embargo, tal vez este fallando la lógica estratégica en este sentido. Ya se ha argumentado a favor de la existencia de un estado palestino en términos humanitarios. Daré ahora una perspectiva geopolítica de la cuestión.
Normalmente, como no sabemos nada cierto del futuro, decidimos qué hacer cuando nos orientamos desde el presente en función de tendencias, que en el plano internacional se retratan como posibles escenarios. En este sentido, el más despistado lector de la situación mundial tiene que percibir que el mundo globalizado está tensando la cuerda de un cambio de hegemonía. Estados Unidos y Europa están perdiendo poder relativo, de tal manera que Israel, que incluso en el festival de Eurovisión y en los torneos internacionales de Fútbol y Basquetbol es parte de Europa, está apostando, en alguna medida, al caballo más lento. No tengo idea de cuáles son las actuales relaciones comerciales israelíes con las potencias emergentes más cercanas (India, China y Rusia) pero seguramente no son tan importantes como para que Israel les ofrende su tecnología militar de precisión, ni tampoco este intercambio superaría la importancia del control de las regiones petrolíferas, que alimentan el crecimiento de algunas de estas potencias.
No está tan claro como creen algunos que estas potencias emergentes vayan a desplazar indefectiblemente a las viejas potencias, pero es más que probable que las cosas ya no vuelvan a ser como en la edad de oro del capitalismo y el posterior auge del neoliberalismo occidental. En este sentido, podemos preguntar cómo está preparándose Israel, con sus victorias militares y diplomáticas presentes (porque mantener la ocupación y que nadie lo sancione por ello es ya una gran victoria), para este cambio en el sistema hegemónico mundial.
Mirando hacia el pasado, recordaremos que Israel pudo ser creado precisamente por un “cambio de viento” similar. En primer lugar, la primera guerra mundial vino a terminar con potencias de aquellos días, como eran los “imperios tradicionales”, entre los que se contaba el imperio otomano, que gobernaba la región cuando este cambio de viento entregó la zona a las nuevas grandes potencias: Francia, Inglaterra y, en menor medida, Rusia. Más tarde, el periodo de entreguerras mundiales, que fue también para el mundo occidental el periodo de mayor crisis capitalista (hasta este último tramo, que ha comenzado a mediados de la década pasada y nadie sabe cuándo ni cómo terminará) marcó el cambio de timonel de la economía capitalista del imperio británico a los Estados Unidos. En todo caso, fue en aquel contexto, de profundos cambios en la situación geopolítica y las relaciones internacionales, que el sionismo político triunfó en la creación de un asentamiento judío en Palestina lo bastante importante como para sentar las bases del estado de Israel.
Sólo que el viento actual no tiene un rumbo tan claro. Inserto en el mercado capitalista mundial, Israel debe hacer frente también a la crisis del sistema, porque un mercado capitalista retraído no es un buen panorama para su economía doméstica (aislada parcialmente de su entorno y muy pequeña en términos relativos)y la inestabilidad de la región no contribuye a que se visibilicen nuevos mercados potenciales próximos aunque nello anule amenazas militares inmediatas.
Se arguye que sí Israel negocia la creación del estado palestino “sin garantías” corre un riesgo intolerable, porque se legitimaría a organizaciones “terroristas” y se reforzaría la indefensión de las fronteras. Pero esto es miope. Lo cierto es que, por un lado, a Israel se le van debilitando los garantes progresivamente y, por otro lado, no hay mejor garantía para la subsistencia de Israel que un estado palestino interesado en los beneficios de la ampliación y sustentación de los mercados locales. Lamentablemente, no hay ningún indicio de un cambio de política israelí en este sentido, e incluso es posible que sea demasiado tarde, porque la crisis ya está afectando a la economía israelí de manera consistente, lo cual agudizará las tensiones con la población palestina y entre las fuerzas políticas palestinas porque, a pesar de los propios discursos palestinos, la integración económica con Israel es, de hecho, demasiado fuerte como para ignorar que una retracción en la economía israelí afectará negativamente el desenvolvimiento de los mercados entre los palestinos.
No obstante estas clarísimas advertencias, Israel sigue ganando cada conflicto e imponiendo condiciones difíciles de cumplir, retrasando una solución pacífica durable que estabilice la región. El gran problema de la “victoria persistente” es que crea en el vencedor el mal hábito de no hacer concesiones, quizá para que estas no sean interpretadas como signo de debilidad (algo que los mal informados agentes ideológicos adversarios seguramente harían). Estos malos hábitos van mermando la capacidad adaptativa de Israel en materia diplomática y las posiciones conservadoras y reaccionarias terminan por triunfar, porque cualquier desajuste en el proyecto pacifista (aunque sean cuatro cohetes que caigan en un descampado) es interpretado rápidamente como una “prueba contundente” de que la paz no es todavía posible, lo cual refuerza la sensación de victoria y la salvaguarda del arbitrio sobre el “momento oportuno” para negociar, que nunca llega, mientras se ejercen políticas de ocupación y expoliación que empujan todavía más el horizonte de entendimiento.
Decía yo en un artículo anterior sobre este tema que el derecho a existir de los estados es, sobre todo, una cuestión de fuerza relativa.
En este caso, la superior fuerza relativa se ha convertido en un problema. Israel posee, efectivamente, la capacidad de impedir la creación de un estado palestino, capacidad que se apoya en la “victoria persistente” sobre sus adversarios regionales en el plano local y en el plano global. Pero aquí radica el gran peligro. Sí cambian definitivamente las condiciones geopolíticas globales, una única gran derrota puede ser tan destructiva como definitiva.
Es posible pensar no uno, sino muchos escenarios en los cuales la posición israelí se debilite de manera consistente pero, ello no obstante, la política israelí parece seguir siendo guiada por una prepotente sensación de exitismo.
Considerando este contexto, cuando Argentina y Brasil, por ejemplo, han sentado posición apoyando la creación internacional de un estado Palestino, me permito preguntar si no sería conveniente para Israel comenzar a sufrir algunas derrotas. Porque, por el momento, estas serían diplomáticas, y no militares, y permitirían reencauzar una diplomacia local completamente viciada por la desproporción entre las partes.
Algunas derrotas diplomáticas, alguna presión internacional seria podrían reencauzar el proceso, forzando a Israel a negociar con seriedad y previniendo una gran derrota futura. Sin embargo, el propio proceso que debilita los apoyos externos de Israel aleja también la posibilidad de que ello acontezca: Europa y Estados Unidos están bien ocupados intentando mantenerse en pie ante la marea de cambios geopolíticos y, por el momento al menos, las potencias emergentes no muestran interés por inmiscuirse en los asuntos de Oriente Medio.