En esta breve serie, algún observador podrá apreciar algo que es una constante en los aspectos míticos de muchas historias antiguas, esto es, la presencia de hermanos que se aman y se odian, que se disputan herencias y se reintegran lealtades.
En la reinterpretación que sigue se recuerdan en realidad dos historias de hermanos: la trama principal re-visita el mito de Yaacov (renombrado Israel) y su hermano Esaú (apostrofado Edom, en la crítica seudo-epigráfica ulterior), el colofón recuerda, como trama secundaria, el mito de Isaac e Ismael, hijos de Abraham, dos a quienes se prometió la paternidad de “grandes naciones” . En esta segunda historia la pureza mítica no es tan grande como en la primera, pero es igualmente efectiva. Los estudiosos de las religiones han hallado cierto consenso en interpretar las luchas entre hermanos en varios niveles.
Casi todos los grandes héroes mitológicos tienen hermanos o compañeros de vivencias con los que sufren penas y enfrentamientos, a menudo fratricidas, o a quienes aman hasta la desesperación. Hay quienes han querido ver en estos motivos míticos la semblanza de comportamientos homosexuales. sin que sea necesario denegar esta tesis, hay elementos míticos mucho más importantes que la mera transición psicológica. La epopeya de Gilgamesh y su búsqueda infructuosa de la inmortalidad no se entienden sin la muerte de su amado Enkidu (a quien la diosa Ishtar -Venus, le enseña los secretos del amor heterosexual), el Osiris egipcio no tiene sentido sin su fratricida hermano Seth, en la mitología griega los ejemplos se reproducen en muchas variaciones hasta el hartazgo.
Brevemente, podemos señalar que, en el nivel cosmológico, los hermanos representan las mitades ascendentes y descendentes de los ciclos anuales; en el plano teológico-político, recuerdan que el rey sagrado es sucedido por otro rey sagrado (el título de rey se asociaba originalmente a la posición religiosa obtenida del matrimonio con la Gran Sacerdotisa, en muchos cultos matriarcales en los que imperaba la diosa triple -véanse los clásicos: La rama dorada, de Frazer y La diosa blanca, de Graves-). Estos niveles se permutan y alteran sus sentidos en las historias bíblicas, en la medida en que deben adaptarse al culto patriarcal y monoteísta del templo de Jerusalén y se mezclan con otros sentidos. Caín y Abel son también representantes de culturas pastoriles (Caín) y agrícolas (Abel), mientras que el tiempo asignó a Ismael e Israel las paternidades de dos grandes ramas del monoteísmo judío: el judaísmo saduceo-fariseo y el Islam.
La historia de Yaacov y Esaú es muy extraña en sus transformaciones: el héroe hebreo es Yaacov-Israel, cuyo comportamiento es desleal hacia su hermano y hacia su padre, mientras que Esaú es deshonrado posteriormente (y a pesar del propio texto bíblico, en donde perdona y recibe afectuosamente a su traidor hermano) por las interpretaciones Midráshicas, que lo convierten en enemigo secular de Israel al asociarlo primero con la cultura Edomita y luego con la dominación romana. Una interpretación llega a asegurar que Esaú llegó a someterse a una terrible operación para revertir su circuncisión, esto es, a hacer apostasía del pacto de Abraham.
Creo sinceramente que no hay inconveniente para hacer una interpretación, un Midrash más benevolente con Esaú y más coherente con el texto bíblico. El que sigue es un ejemplo literario que aplica la receta. El resultado es (si se molestan en revisar el relato anterior) precisamente la antítesis literaria: Caín y Abel van del desencuentro al fratricidio, mientras que Yaacov y Esaú van del rencor a la redención y al amor fraterno.
El Perdón
Pero Esaú corrió a recibirlo y lo abrazó, y se echó sobre su cuello y lo besó; y lloraron.
Génesis. XXXII; 4.
Salió de la tienda, reconfortado pero todavía furioso.
Vio de reojo a su madre, traidora infiel, pero ni siquiera le dirigió la mirada, tal vez no volviera a hablarle nunca.
Sintió el ardor en los ojos y una sensación de dolor en el amplio pecho, como si hubiera sido vaciado.
Había hecho mal Yaacob en escapar, pues su ánimo estaba tan abatido que de todas formas no hubiera podido perseguirlo.
Por segunda vez la primogenitura había sido robada, y así como la primera sangre de Abraham había sido privada de sus derechos, así la segunda generación hallaba un castigo similar. Esaú había perdido para siempre el liderazgo de la casa de Teraj, a menos que Yaacob muriera, sí, a menos que muriera. Y sin embargo no sentía prisa alguna, mientras se alejaba de las tiendas hacia el monte, pues la bendición de su padre era reconfortante al espíritu, si bien no era la que él había esperado.
De alguna manera también se sentía liberado de una carga que no comprendía, pues intuía que el gran pacto de Abraham se había roto en lo que a él concernía, que ya no se encontraba sujeto a su dura ley. De pronto comprendió claramente que nunca había querido esa carga, y por eso su hermano menor la había buscado. Esaú prefería cazar en el monte, cuidar de sus rebaños y perseguir bandoleros y ladrones con sus hombres antes que estrujarse los sesos con los problemas de crear un gran pueblo, de extender los dominios de un acuerdo al que no hallaba sentido ni utilidad para el cuidado de su hacienda.
Bien cierto era que las grandes riquezas y el poder de su padre no estarían en sus manos, pero comprendió también que la extensión de esas riquezas había convertido al viejo Isaac en lo que era, un eficiente administrador, pero un mal montero, un pastor incapaz, un luchador inútil.
Inconscientemente flexionó los poderosos brazos y estiro el grueso cuello, tensando los músculos de la espalda y estirando el pecho, que se hinchó con el aire ardiente. Cuando lo dejó salir, la furia y la tristeza se fueron con él al infinito. Nunca se había puesto a pensar lo poco que deseaba la carga que su hermano le había robado.
Su padre le hablaba de un Dios colosal y sin imagen, que él no comprendía, pues no adoraba a dios alguno, visible o invisible.
La noche lo encerró en su fría manta muy lejos de sus tiendas, pero Esaú no le temía a la noche. Comió unas frutas que llevaba en su alforja y se tumbó entre las piedras a dormir.
Pronto el sueño lo venció, pero pronto se llenó de imágenes.
Soñó que veía de lejos a su hermano menor, que dormía intranquilo. Lo llamó en voz alta pero su boca se había quedado sin sonidos.
Vio que el cielo no tenía estrellas y nada se escuchaba y nada se movía.
De pronto el cielo tronó con fuerza inusitada, y el suelo tembló tanto que las piedras se quebraban. Esaú no cayó al suelo y pudo ver claramente como Yaacob se levantaba asustado y se sostenía con dificultad.
Justo sobre su cabeza el cielo se abrió y se separó el suelo bajo sus pies, pero Yaacob no cayó al vacío y sus ojos estaban clavados en lo alto.
Esaú no conseguía moverse, y fue incapaz de hacer nada cuando una tormenta de fuego rodeó a Yaacob que comenzó a debatirse con aquella fuerza superior.
Entonces se sintió liberado y su espíritu voló hasta fundirse con su hermano y juntos lucharon hasta liberarse de ese extraño poder. En el momento mismo en que se liberaban se separó de Yaacob y comenzó a despertarse. Vio que una sorprendente claridad envolvía a su hermano y al abrir los ojos la misma claridad lo alcanzaba, pues el sol hería sus párpados con sus primeros rayos.
Corrió a encontrar a su padre, pues necesitaba desesperadamente narrarle su sueño, pero al entrar a su tienda lo vio sentado y sonriente.
–Te he visto ayudar a tu hermano en su necesidad, –le dijo a modo de saludo– te he visto luchar contra lo que no puede ser vencido; eres valiente, Esaú, hijo mío, y has ayudado a Yaacob a ser un hombre capaz de soportar su carga.
–¿Cuándo regresará?
–Yo no lo veré ya nunca, y no volverá hasta que sea padre de los padres de la gran nación que a mi padre le fuera prometida; pero tú lo verás ¿Qué harás entonces?
–Usaré con él toda la fuerza de mis brazos, para fundirme con él como en mi sueño.
–Ve y dile a tu madre que quiero hablarle y prepárate pues hoy enviaré a un mensajero con una invitación y quiero organizar una gran celebración... yo también tengo un hermano perdido, y debo abrazarlo antes de morir, quiero además que mi hijo primogénito Esaú, conozca a mi hermano primogénito Ismael.
En silencio, agitado y feliz, Esaú se apresuró para cumplir los deseos de su padre.