viernes, 29 de noviembre de 2013

La venganza de Jericó

Hace tanto tiempo que no escribo en este espacio.
No sé si sostenerlo tiene algún sentido todavía.
El partisano (cultural) es un viejo sueño personal, un sueño de resistencia contra la desaparición cultural del judaísmo que aprendí a querer y que es parte de mí. Considerando esto, parece razonable suponer que debe ser sostenida la resistencia precisamente en el momento en que menos sentido se le encuentra a la propia identidad judía.
Pero hoy, en para esta fiesta de las oligárquicas luminarias asmoneas que suplantan el martillo macabeo de la liberación me toca asumir la parte de ese amor que me duele profundamente. 
Si puedo elegir ser judío de alguna manera, elijo caer con Yehuda antes que levantarme con Iojanán. A muchos la opinión les sonará opaca, confusa, inconducente.
La historia de los Macabeos es bien conocida, sin embargo, y se trata de elegir la resistencia permanente antes que la gloria efímera de la victoria. Porque en la resistencia la historia se hace y en la gloria la historia se derrumba en vanidad. Y no me importa quién era el opresor de turno, si egipcio, asirio, babilonio, persa, macedonio o romano, solo quiero pensarme en esa resistencia a la opresión.
El hecho terrible (que pesa como una piedra funeraria sobre mi espíritu judío) es que hoy la resistencia cultural se hace difícil no porque seamos la parte débil, sino porque nos hemos sumado a los fuertes: gracias al nacionalismo judío aceptamos la grandeza del mundo capitalista que domina a cualquier otra sociedad y aceptamos defender las fronteras de Occidente frente a la “barbarie” de lo que no es el mercado mundial y debe ser sometido a él.
Puestas así las cosas, reconozco la ironía de la tierra prometida como la fruta del árbol del bien y del mal. Dios separó las aguas del mar para que saliéramos de la esclavitud y nuevamente las del río Jordán para que entráramos en la tierra de promisión. Fue una trampa, una más, de esa deidad terrible que era Jehová. Nos hizo creer que Moisés no entró a la tierra de Canaán por sus pecados, pero lo cierto es que no entró porque no quiso: Moisés, como Yehuda ha-Macabí, era un héroe de la Libertad y no consintió en ser un héroe de la guerra contra otros pueblos libres. Aceptó la defensa contra los madianitas, pero no la destrucción de Jericó.
Pero la pregunta es si debimos cruzar estas aguas segundas para ganar la tierra que visitó Abraham por la sangre de nuestros adversarios. “Porque lo quiso dios” no es la respuesta: dios también aceptó que lleváramos de Egipto el oro de los nobles que erigió el becerro maldito por la mano de Aarón: hacer lo que dios nos permite no es siempre hacer lo que se debe. Somos el pueblo del Pacto, pero somos también el pueblo de la Ley. Y si el pacto se opone a la justicia debemos, creo, consagrarnos a la segunda, precisamente porque en la injustica el pacto no sobrevive.
Dios es un cruel educador y la tentación de la victoria, la decadencia y la venganza son sus herramientas predilectas, porque así consigue que ser judíos nos duela y reaccionemos con ese dolor para que esa reacción sea la resistencia para la supervivencia.
Ezequiel vio nuestros huesos resecos revestirse de carne, ¡cuidado! Los muertos de Jericó (también los otros muertos que causamos) dejan huesos también y ¿quién conoce los caminos del señor?
Presento y entrego con la gratuidad habitual, ahora en formato de libro electrónico, mis libros sobre judaísmo editados por Entalpía

El polvo del santuario: un ensayo sobre la experiencia sionista y su influencia en el judaísmo (2010)

Y el nuevo:

Pueblo del pacto y de la ley: Una introducción al estudio de la legislación judía antigua (2013)

 Léalos o descárguelos en:


jueves, 28 de marzo de 2013

De regreso para Pesaj: filosofía de la harina de Matzá demasiado cara

Casi todos los años compro harina de Matzá, hago una o dos veces kneidelaj, hacemos brownies de Pesaj; poco más. Tal vez en estos días ensayaré unos Latkes. Este año llegué tarde con la compra: ya no había matzá y revisando el precio encontramos la harina a casi ciento diez pesos el medio kilo (después la encontramos más barata, eso sí). Inmediatamente se planteó la duda: ¿podemos tener Pesaj sin los kneidelaj ni los brownies? ¿Qué hacemos sin matzá? Ningún problema. Compré dos kilos de harina triple cero, llegué a casa, prendí el horno, agregué agua, sal, azúcar, ni una gota de aceite, una pizca de pimienta negra y otra de pimienta de Jamaica, mezclé y estiré en menos de doce minutos como creo que dice la caja y diez minutos después tenía más de dos kilos de matzá, una parte de la cual será molida para hacer harina.
Pero en el trayecto me ocurrió algo extraño. Por primera vez, recordando que no quise (no es que no pude, no quise) pagar el precio, esa matzá se pareció a lo que dice la sentencia: “Este es el pan de la pobreza que comieron nuestros padres en la tierra de Egipto, la casa de la esclavitud”.
A doscientos pesos el kilo de harina de matzá, por mucho que la haya besado un rabino, un pobre no puede ser judío. Pensé que era al revés: lo que está siendo pobre es el judaísmo, si ya no deja que sus pobres sean judíos. Antes no había problema en ser judío y pobre, ahora sí. De hecho, salimos de Egipto siendo más pobres que nunca y, al mismo tiempo, dejamos de ser pobres esclavos al salir, para ser judíos. Es complicado, sí. Escribamos algunas páginas para terminar de confundirnos.
En ocasiones es perfectamente lícito hacerse preguntas sobre lo que parece obvio y evidente, apodíctico, en la jerga filosófica, es decir, una instancia ontológica en donde conviven el ser y su definición. En otras ocasiones no solo será lícito, sino indispensable y, cuanto más importante sea la cuestión tratada, cuanto más evidentes sean las respuestas del sentido común, más importante será utilizar la razón crítica para revisitar esa cuestión.
No pocas veces encontraremos que, a pesar de tratar con frecuencia un concepto que consideramos esencial, en cuanto intentamos definirlo se nos escapan las palabras como cucarachas cuando se enciende la luz. Antes de preguntar no podíamos ver el objeto, en cuanto hacemos la pregunta, el objeto deja de estar allí para darnos la respuesta. Tal es el caso de un concepto central en la celebración de Pesaj, esto es, el concepto de Libertad. En este sentido, no perdamos tiempo y planteemos la pregunta: ¿Qué es la Libertad? Tema bendito, tema espinoso, tema para Baruj Spinoza.
Una respuesta es la clásica y moderna propuesta liberal, de corte individualista: La libertad es la posibilidad que cada persona tenga de realizar su plan de vida sin que nadie se lo impida (y, lógicamente, sin arruinar el plan de vida de los demás). Pero los problemas empiezan muy pronto: ¿En qué condiciones puede una persona realmente trazarse un plan de vida en forma autónoma? ¿Cuánto pesa la herencia, el contexto, la correlación con otras personas? ¿De qué sirve tener un plan de vida a los veinte años si uno no sabe que es lo que va a querer a los treinta o a los cuarenta? No cabe duda que la definición es buena, solo que omite considerar la situación real de las personas.
Detalles: olvida que la gente nace en un mundo en donde hay ricos y hay pobres (donde, de hecho, hay ricos porque hay pobres), y en donde la probabilidad de nacer pobre es cuatro veces más alta que nacer en el escalón más bajo de las clases medias y quinientas o seiscientas veces más difícil que nacer en una familia rica y trazar su plan de vida incluyendo la posesión de un Poni, todos los accesorios originales de la Barbie, estudiar en Harvard, casarse con una supermodelo, tener una Ferrari y una casa en Montecarlo, morir a los cien años con pinta de tener menos de noventa y contratar a un vigilante que mire una pantalla todo el día por si los médicos cometieron un error y nos despertamos en nuestra tumba de mármol de Carrara con cochera y cancha de tenis.  El imaginario liberal supone que nacemos y tendemos a desarrollarnos iguales no solo en razón y en derechos (que tampoco) sino también en posibilidades, lo cual es la gran mentira original del liberalismo. Eso sin contar con un elemento sustancial: nadie traza un plan de vida solo, hay otros que intervienen en él, tanto antes de que la persona gane autonomía como después. Eso me pasó a mí a los dieciocho años, cuando tuve un tórrido romance con la Claudia Schiffer: solo podría haber sido mejor y más ajustado a mi plan de vida si ella se hubiera enterado y decidido participar.
Otra respuesta es la dialéctica. Esa sí que comprende la interacción humana: solo es libre quien nace en un pueblo libre. Por supuesto, no se espera ingenuamente que sea el pueblo el que trace el plan de vida de la persona, pues en este caso la persona tampoco es libre, camarada. Muy bien, corrijamos el punto de vista liberal original y agreguemos dos condiciones: La libertad es la posibilidad de trazar el propio plan de vida en el contexto de un pueblo libre y partiendo de condiciones de igualdad real.
Pequeño problema: en estas condiciones hay funciones sociales reconocidas como importantes que no existirían, pues no podríamos forzar a nadie a ser, por ejemplo, recolectores de residuos, sepultureros, sirvientes, mano de obra barata y demás, es decir: la sociedad tal como la conocemos, en la cual hacemos planes considerando la realidad existente, sería imposible, de modo que no podemos hablar de libertad hasta que todos seamos libres y veamos cómo nos organizamos, antes de que nadie trace nada usando al prójimo como bolígrafo.
Por suerte tenemos una ventaja llamada experiencia, que nos habla de nuestra pasada existencia como sociedad, pueblo o especie y que, analizada con buena ciencia, nos puede dar alguna clave para trabajar con este problema. Esta ciencia de la experiencia de la existencia, que no es filosofía sino una rana de la sociología, que llamamos sociología del conocimiento, se encuentra con la cuestión de que no es suficiente la memoria personal, sino que se debe recurrir a la memoria colectiva, la tradición, cosa tan compuesta de historia como de mitología y, para peor, ambas interpretadas desde el prisma ideológico del presente, que encima... es plural y equívoco... la pucha digo.
No nos asustemos. A pesar de la existencia inevitable de este prisma ideológico multifacético y cambiante como un caleidoscopio en manos de un borracho, a pesar de la mezcla de conocimiento y fantasía, el hecho es que nos quedan relatos de lo pasado en los cuales sí es posible pensar las propiedades de los conceptos que intentamos definir. De este modo, no importa en realidad la verdad o la falsedad de un relato, sino su contenido como espacio social de reflexión. Por eso ningún pueblo puede prescindir de estos relatos, pues sin ellos no sería capaz de construir sus bases éticas, morales, estéticas, teológicas, legislativas, jurídicas ni políticas. Este tipo de relatos son denominados axiológicos, pues son los ejes de cada debate y, en cuanto tales, son relatos que otorgan sentido, por lo cual los debates habilitados son ontológicos.
Muy bien. Si usamos la cabecita nos daremos cuenta que de eso se trata contar una historia sobre la salida de la esclavitud en Egipto, pues es el modo en que podremos discutir cuál era el sentido de la liberación y así poder pensar cuál es nuestra idea de libertad. El más ingenuo repaso de la historia narrada nos revelará muchas contradicciones y problemas, como cuando el pueblo en el desierto le pregunta a Moisés: “¿Para eso nos sacaste de Egipto, principito, para morir de hambre y de sed?”. Pregunta jodida que es una forma de preguntar qué significaba la libertad en medio de la nada. Tampoco encontrarán los judíos de entonces espacio, por ejemplo, para la libertad de culto: fíjense en el enojo de Moisés y la matanza que realizaron los Levitas de Josué cuando ocurrió el asunto del becerro de oro. No podían elegir tampoco hacia dónde ir, pues la tierra prometida era una sola, y no existían Brooklyn ni Miami. Ni siquiera pudieron realizar la existencia en esa tierra, pues fueron obligados a vagar por el desierto hasta la extinción de toda esa generación, calificada de perversa (sí era tan perversa, ¿para qué tomarse la molestia de sacarlos de Egipto?). Y fíjense que el dios del Éxodo no ahorró en gastos para conseguir la liberación del pueblo judío ni para convencerlo de la existencia pues, después de la creación del mundo, no hay relato más cargado de portentos, milagros y demás.
A esos liberados del cautiverio egipcio de poco les valió la libertad, en términos materiales. Y sin embargo contamos el relato como si fuera la mayor alegría del pueblo judío, además del pogromo abortado en Purim. Y hacemos bien. ¿Por qué? Pues es muy sencillo: sin esa liberación del cautiverio, aun forzada y llena de sufrimiento para nosotros mismos, ni siquiera podríamos ser. Por eso tengo para mí que este relato, al que incito cada vez que puedo a rodear de debates y críticas, es tan importante para el pueblo judío. Es sencillo: quien no necesita este relato para pensar en la libertad, sencillamente ya no necesita ser ni sentirse judío.
No es una crítica personal, no lo tome a mal si usted va al Seder solo a morfar pastrón y a quejarse de lo mal que se hacen las cosas actualmente: es una invitación a la reflexión. Debe haber cientos de otros relatos a partir de los cuales pensar la libertad: la revolución francesa, la rusa, la de mayo, muchos otros, en realidad. Tal vez nunca nos pongamos de acuerdo sobre qué es la libertad... pero lo importante es que tengamos relatos que nos permitan debatir acerca de lo que no es, de lo que irremediablemente la destruye y la niega y, así, nos aniquila.
Tal vez obedecer a Moisés implicaba cierta falta de Libertad, discutámoslo (yo lo discuto). Pero indudablemente es esclavitud seguir obedeciendo al capataz y al faraón que su látigo representa. Indudablemente también, sin Pesaj todos los relatos que lo siguen no serían parte de la historia del pueblo judío (historia real o mítica: discutámoslo) sino del pueblo egipcio (no creo que haya nada de malo en eso, solo que no seríamos y no tendríamos nuestra ciencia judía de la experiencia de la existencia, sino la egipcia). Indudablemente sin la dirección autocrática y tiránica de Moisés  no tendríamos la ley judía básica (fíjense en google earth lo lejos que queda el Monte Sinaí del camino más corto a Tel-Aviv desde la tierra de Goshen) y, sin la ley, nada habría de judío después: ética, moral, estética, teología, ciencia jurídica, legislativa ni política. Sería exactamente lo mismo que si la Torá dijera que dios mandó a Abraham: “Deja tu tierra, la tierra tus padres, y vete a la tierra que te indicaré”, y el viejo le hubiera respondido “No, que se las tome otro, yo me quedo acá”.
Recordemos que el primer mandamiento no es una ley, sino un relato y una forma de expresar el propio relato: “Yo soy el señor tu dios, no tendrás otros dioses además de mí”. Ni siquiera se molesta en negar la existencia de otros dioses, simplemente establece una base literal para el pacto: “A partir de la redacción de la presente norma a este pueblo (en adelante los judíos) le corresponde este dios (que en adelante no será nombrado) y viceversa”, es decir, que la historia de este pueblo debe contarse a partir de esta relación, y no de otra, tal cual ocurre en la mayor parte del resto de la Torá, los libros de las Crónicas, los de los Profetas (mayores y menores) y el material complementario seleccionado en los Escritos. Nos la pasamos metiendo la pata y dios se la pasa haciéndonos pagar caro cada metida de pata, cuando no nos hace meter la pata él mismo.
En fin. Así la entiendo aquí, como parte de Pesaj. ¿Qué es la libertad? Es tener la posibilidad de desarrollar el propio ser. No es la definición liberal, es otra cosa. No es un plan de vida lo que hace cada uno, sino definir su vida dentro de las condiciones que le imponen su cultura y su contexto. Pero para llegar a eso hay un proceso de crítica y autocrítica necesarias, de modo que ser libre es, en realidad, un permanente esfuerzo por pensar críticamente las condiciones que se nos imponen y luchar contra ellas sí es necesario. Por eso cada judío debe creer, como dice el relato, que él mismo ha sido sacado de Egipto, de la casa de la esclavitud. Porque es verdad: la libertad no es algo que se tiene o se pierde, no es una propiedad inherente ni un atributo adquirido; la libertad es algo por lo que se lucha y algo que se construye en forma permanente e interminable. La esclavitud es lo opuesto, es no poder hacerlo, incluso no poder siquiera pensar en hacerlo. Por eso, por pensar de esta manera, entre el cautiverio y la muerte no soy capaz de encontrar gran diferencia, excepto que el primero da todavía algún margen de revancha, la esperanza de que llegue del desierto algún redentor.
Lo curioso es que, si podemos soñar al menos con un redentor, incluso siendo demasiado cobardes o débiles para encarar la liberación por nosotros mismos, no seremos completamente esclavos. Dicho de otra forma: si en Egipto hubiéramos estado completamente esclavizados, jamás podríamos haber sido liberados.
Jag sameaj y pásen el pastrón