No hay olivos en Raisiniai
“El hombre –leía Eliezer a su grupito de estudiantes– es apenas una hoja de olivo que es arrastrada por las olas y las mareas, por todos los océanos del mundo.” El pequeño Penia, que era hijo del carpintero cristiano, fue el único de los niños que se atrevió a preguntar: “Pero, rabino –Penia llamaba rabino a todos los judíos mayores que él, aunque no hubieran cumplido siquiera con su Bar Mitzvá– ¿qué le pasa a la hoja de olivo si el mar la arroja en la arena como hace el Dubysa con las barcas abandonadas?” “Ah, Penia –contestó Eliezer– sabemos que el hombre es la pequeña hoja de olivo, pero todavía no sabemos qué representan los océanos o el mar... ayudemos a Penia, digan los demás qué es el océano” “El océano representa las tribulaciones de los hombres y las injusticias que cometen unos con los otros–dijo uno de los niños mayores, en el que se notaba ya la influencia de socialismo político” “El océano representa la misteriosa voluntad de dios, que se esconde en sus preceptos –dijo Mindel, el hijo del piadoso Ibrunas” “El océano es todo lo desconocido y que nunca conoceremos del todo–dijo Annia Tilit, jugando, como siempre, con su larga y negra trenza” “¿Qué pasaría entonces con la hoja arrojada a la orilla?” “No podría mejorar el mundo y hacerlo más justo” “No podría acercarse nuevamente a la voluntad de dios, pues no podría estudiar la ley” “No podrá ya conocer cosas nuevas, ni aprender nada” Petia intentaba comprender, quería entender con tanta fuerza que gruesas lágrimas asomaron en sus ojitos “¿Y no puede ser –dijo finalmente, sollozando– no puede ser que la hoja esté feliz solamente con viajar, y que salir del agua sea para ella una nueva aventura y también sea feliz?” “Todo puede ser, Penia, un hombre que viaja feliz, aprendiendo cada día nuevas cosas, comprendiendo las razones de dios o del universo y mejorando y haciendo más justa la vida de la gente... todo puede ser...” Cuando la clase de aquél día terminó, el maestro Eliezer Durinis se quedó fumando una larga pipa, al salir vio que en la orilla había dos pequeñas sombras recortadas en el sol que se apresuraba a ocultarse en esa tarde de otoño, del gélido otoño lituano. Se acercó para ver y reconoció a Penia y a Annia Tilit en cuclillas muy cerca del agua. La niña tomaba cuidadosamente unas hojas secas y las depositaba con delicadeza en el agua de la orilla, de donde la corriente lentamente las despegaba y las arrastraba. Penia, en cambio, parecía buscar algo con algo de desesperada concentración. Eliezer sintió mucha curiosidad por la actitud del chico, pero Annia Tilit, enojada porque su pequeño compañero no parecía ayudarla con su importante tarea, lo sacó de la duda “¡Penia, tonto, aquí en Raisiniai no tenemos olivos!”.
¡El partisano (cultural) les desea a todos un buen año 5772!