miércoles, 18 de mayo de 2011

Hacia unas nuevas condiciones mínimas para ser judío

Ejemplos-causas-precondiciones:

A veces pasa que las personas inteligentes son idiotas, y que las personas idiotas... son todavía más idiotas. Responder a la cuestión: ¿Qué es ser judío hoy? Nos llevaría un largo volumen o dos, de manera que es mejor recurrir a la tradición y a la historia para evaluar nuestro momento presente.
Cuando Abraham dejó se fue de su tierra, donde había nacido, se alejó de su herencia y de la casa de su padre Teraj, no tenía una gota de sangre judía, ni conocimientos religiosos específicos, su padre no lo había circuncidado (al menos no en nombre del Dios Único de Israel, quien nacería dos generaciones después), no había hecho el Bar Mitzva ni era un convencido sionista político, pues la tierra a la que fue llevado por la guía divina no era exactamente la que hoy ocupa el estado de Israel, sus conocimientos del ritual religioso judío eran virtualmente inexistentes (intentó incluso realizar un sacrificio humano, cuando hoy no aceptamos ni sacrificios animales).  Cuando tomó decisiones basándose en controversias religiosas... terminó expulsando a un hijo suyo al desierto, lo cual no es precisamente para enorgullecerse.   
Cuando el Faraón nos tenía haciendo ladrillos para su nueva capital la pasamos mal siendo judíos. En aquel momento se entendía que ser  judío consistía en pertenecer a alguna de las doce tribus de Israel. La cuestión de la madre judía no importaba, porque las esposas de los hijos de Ya´acob no podían ser de sangre judía. Tampoco importaba ser descendientes de Lea o Raquel, pues varias tribus descendían de esclavas de Israel (quien había ganado los rebaños de Labán con una conducta poco ética y había robado la primogenitura y la bendición de su padre anciano y ciego a su hermano Esaú).
Cuando, después de varios siglos de conflictos territoriales, se fundó la primera monarquía judía, ser judío era simplemente pagar los tributos, participar en las guerras y recibir a cambio permanentes amenazas de profetas encolerizados que generalmente terminaban por cumplirse, sólo por haber nacido bajo la jurisdicción de la casa de David. Algo más adelante, ser judío suponía pagar impuestos a un sacerdocio de casta alta, xenófobo, homófobo, misógino y arrogante, que fue borrado de la historia judía, en donde se llora al templo, pero no a los sacerdotes (lo cual no debe ser casualidad).
Cuando llegaron los días de los grandes imperios, ser judío pasó a ser un resistente al imperialismo o un sirviente físico o intelectual de los persas, los griegos o los romanos. El gran historiador Josefo tomó su primer gentilicio de la dinastía que destruyó el segundo templo, los Flavios. Esa es nuestra fuente más fiable de la época, pues las demás fueron acalladas e, incluso, colgadas en cruces hasta la muerte (aunque ser judío no incluía la notable ventaja de la resurrección).
Menos de un siglo más tarde, cuando la orden de Adriano y las legiones romanas prácticamente limpiaron la tierra de Israel de israelitas,  ser judío pasó a ser perteneces a unas comunidades dispersas sin un sentido político común y apenas algunas tradiciones culturales y religiosas firmes. La idea de que ser judío es ser un sobreviviente tal vez nació entonces.
Apuremos el paso: en la edad media ser judío era haber mentido para causar la muerte de Jesús (con la clara contradicción que supone intentar matar a un ser inmortal) y, aunque no parezca evidente actualmente, ser judío fue también recuperar el monoteísmo ético y la tradición religiosa en tierras aun más lejanas, por la boca de un nuevo profeta. Tantas versiones de la tradición judía había existido y coexistido desde los problemas domésticos de Abraham que la doctrina de Mahoma no parece un cambio tan importante, visto en perspectiva.
Para la inquisición, ser judío consistía en un único y potente acto de fe, que convenía combatir con la tortura y el fuego. Para algunos antisemitas modernos, ser judío consistía en acumular el capital y a la vez promover el comunismo (lo cual supone crear una especie de quimera) con el fin de dominar el mundo. Para los nacionalsocialistas alemanes y otros nazis, ser judío volvió a ser una cuestión asentada en la sangre: apenas un octavo de sangre era suficiente para ser brutalmente esclavizados y asesinados.
Nosotros actualmente parecemos exigir un cincuenta por ciento calificado (sólo vale el lado materno) y no cuentan las creencias, ni la fe, ni haber sido sacado de Egipto, ni haber luchado contra los canaanitas, los moabitas, los midianitas o los filisteos. Hoy no importa saber historia o costumbres, sino repetir mecánicamente algunos rituales, escuchar a determinados rabinos y llegar a acuerdos políticos de ínfima categoría. Hoy ni siquiera importa querer sostener al estado de Israel, porque eso parece ser un resultado de la aplicación de la razón pura kantiana, una verdad totalmente indiscutible por provenir de la naturaleza apodíctica del ser judío. Hoy no importa amar tanto a los hijos propios que no se sepa qué hacer con sus vidas judías: si comprarles ropa a la última moda o hacerles una gran fiesta de mayoría de edad, aunque no se les enseñe nada de la mayoría de edad judía.
Hoy estamos como estamos, viendo desaparecer rápidamente casi todo lo judío que no sea fundamentalismo y segregación. Hablando en voz baja para que otros no se aprovechen de nuestra situación de pobreza intelectual y popular (que en algún sitio profundo de la vida humana son lo mismo: la imagen de la dominación de otro mundo sobre el nuestro). Por eso hoy ser judío es apenas una preocupación, la de nunca y la de siempre: intentar seguir existiendo en un mundo que ya no nos oprime ni nos mata en primer plano (de hecho, un mundo donde ganamos el “derecho” de ser opresores y asesinos, por muchas justificaciones realistas que hagamos de la materia), sino que nos compra y nos vende, porque esa es su triste realidad de mundo de mercancías y no de personas.


La propuesta para aceptar la condición judía hoy:

 Larga lista de ejemplos-causas-precondiciones para una nueva propuesta para el ser. El partisano (cultural) propone combatir este fuego oscuro de nuestra intolerancia interna con unas nuevas y relajadas “exigencias” para que una persona se considere a sí misma judía y pueda participar de nuestra fragmentada y amenazada comunidad.
Así, el partisano (cultural) exige a los judíos, para inscribirlos en su libro de la existencia judía estas siete condiciones fundamentales, que se representan en el candelabro tradicional:

  1. No sentir vergüenza de ser judío, por lo menos no tanta que se prefiera ser ignorado como tal.
  2. Tener al menos una relación familiar con otro judío, directo o político, con papeles o sin ellos, con firma rabínica o sin ella.
  3. Tener dos conocidos judíos (en este caso, no cuentan los familiares sanguíneos en primer o segundo grado).
  4. Aceptar que al menos tres comidas típicas judías no le disgustan, y las comería alguna vez si no fuera vegetariano o estuviera a dieta. Por ejemplo: el baclavá (de origen sirio-libanes o turco), el guefilte fish (de origen polaco o ruso) y el laj mayim (que sólo sale rico con carne argentina).
  5. Conocer un chiste judío y una versión mejor del mismo chiste (no se exige saber contarlos, ni siquiera considerarlos graciosos).
  6. Reconocer con facilidad la sobreprotección y el orgullo desmedido (y generalmente injustificado) que caracterizan a una madre judía.
  7. Saber al menos tres historias del antiguo testamento y poder usarlas en un ejemplo moral (se pueden usar las que arruinamos más arriba, pero recomendamos la versión original)
Eso es todo, se aceptan sugerencias.