viernes, 18 de noviembre de 2011

El Midrash y el relato: comentario y ejemplo en la re-interpretación del mito de Caín y Abel

Introducción

Uno de los modos de interpretación y re-interpretación de la tradición judía que más me ha interesado y preocupado es el relato conocido como "Midrash" (del cual hay, en realidad, diferentes formas). El Midrash consiste en construir, a partir de los relatos preexistentes, preguntas y comentarios que se articulan como nuevos relatos complementarios, orientados a resolver una cuestión presente que no parece tener respuesta en las interpretaciones pasadas. El Midrash establece un doble vínculo con los relatos precedentes. Por un lado, renueva su validez, al tomarlos como base sustantiva para nuevas reflexiones; por otro lado, los actualiza para permitir un cambio normativo, e incluso legislativo, sin que las normas originales deban ser impugnadas o cambiadas en la letra. Andando el tiempo, los Midrashim constituyeron una literatura complementaria y, en mi opinión, un rasgo singular de la filosofía moral judía que, junto con los contenidos específicos de los textos canónicos y otras tradiciones escritas puede y hasta debe ser conservado. Por otra parte, la presencia del Midrash hace necesaria la referencia y el conocimiento de los textos que constituyen la base escrita de la tradición judía, de tal modo que sólo pueden comprenderse y re-interpretarse a su vez en un contexto que asegure la supervivencia de las tradiciones escritas en su conjunto. En este sentido, creo que todo conocedor de la literatura canónica y tradicional judía es en sí un operador habilitado para hacer una nueva pregunta a los mimos y narrar un nuevo Midrash, de tal modo que nadie debe, en principio, ser privado de tal posibilidad, siendo una tarea que, en potencia, puede ser amplia y popular, y no reservada a una élite de estudiosos consagrados. En esta especie de democratización de la interpretación legítima radica una posible vía de supervivencia de las tradiciones judías y su actualización.
Acompañando a esta breve reflexión introductoria continúo con una re-interpretación especulativa y crítica de un relato bien conocido, del cual caben innumerables interpretaciones (desde lo psicológico hasta lo sociológico, lo filosófico, lo moral o lo antropológico). A lo largo de los años he redactado varias de estas historias alternativas, que tal vez comience a volvar de manera progresiva en este espacio.

Historias de hermanos I: El sacrificio

Y dijo Dios a Caín: –¿Dónde está Abel, tu hermano?                                                                
Y él dijo: –No lo sé ¿Soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?
Y dijo Dios: –¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Y ahora maldito eres de la tierra, que abrió la boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. 
                       Génesis IV; 9–11

Allí va. Así lo ve venir la Aurora, llevando su rebaño entre las piedras doradas. ¿Por qué habrá elegido ser pastor de rebaños? ¿Por qué abandonó las largas hileras de frutales, y las frágiles verduras, y las escondidas raíces?
No fue por temor a la ira del cielo, ni por las fuertes lluvias ni la escarcha o el pernicioso granizo.
Yo lo sé. Lo hizo por alcanzar el perdón de lo Más Elevado para nuestra raza maldita, la que ha comido del árbol de la ciencia y fue por eso expulsada hacia el trabajo, hacia los breves días del mundo y hacia la muerte negra y horrible.
Él camina sobre los verdes campos, entonando sus cantos de alabanza al Dios que es Uno e Infinito en su número, para guiar su rebaño hacia el altar que por tanto tiempo ha construido sobre el monte.
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el destino fijado para los hombres, que es el destino impuesto por Dios?
Tienen sus pasos la gracia del andar de nuestra madre, ágiles e incansables, como animados por una música insensible que se desprende de la tierra que marca con sus plantas; y tiene su rostro esa belleza delicada, aunque sus manos saben como desgastarse en el continuo trabajo de la vida.
Él quiere que aceptado su sangriento sacrificio un poderoso viento lo lleve al escondido jardín, en dónde una nueva hembra será creada para él desde la tierra y esta vez no habrá tentación, y la vida no acabaría nunca.
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el plan de Dios?
¡Si es esta la única verdadera vida, la que se consigue minando la alegría de la tierra, cuidando de sus frutos y tomándolos para satisfacer el hambre y sin olvidar sembrar las semillas para que nada acabe!
Dios mismo ha tentado a nuestros padres y los ha quitado del magnífico Edén, para que lo rehiciéramos nosotros mismos, con el bendito esfuerzo de nuestras manos, durante seis días corridos y descansando el séptimo para bendecir la vida que el Altísimo ha querido otorgarnos.
Pero allí va él, dispuesto a realizar su sacrificio. ¿Qué horribles pensamientos lo han animado a creer que un Dios que es todo bondad y sabiduría, que contiene en su ser todas las almas, aceptará la sangre del holocausto, que es alma pura y es su propia sangre y su propio espíritu? ¿Cómo pretende halagar al Señor obsequiándole lo que ya es suyo por derecho?
En cambio yo, que humildemente muestro mi sacrificio arado y mi sacrificio sembrado y mi sacrificio cosechado, sólo para decirle: Esto he conseguido hacer gracias a los dones que volcaste sobre esta tierra; éste, mi trabajo, éste, mi esfuerzo, éste es el homenaje que te brindo pues es, como yo, parte de tu propia gloria ilimitada. Y Dios ha respondido con el simple milagro de conservarme la vida ¿Qué más puedo pedir?
¿Por qué este hermano mío se ha obstinado en torcer el plan de Dios?
Y tan perdido está en sus pensamientos que no me siente perseguir su marcha, ni trepar tras él por las benditas piedras, dispuesto a detenerlo.
Si consigue derramar la sangre, si consigue realizar la muerte ¿Qué nos esperará?
Lo oigo cantar sus desesperadas súplicas de perdón y desconsuelo, mendigando todo un Jardín y toda una eternidad.
Y llego tras él justo cuando levanta la afilada roca para ultimar a su inocente víctima, y casi no he sabido cómo mi mano toma una piedra lisa y larga y lo golpea en su hermosa cabeza.
Lo miro caer.
Veo la sangre correr, como la noche cubre al campo cubre la piedra. Y la víctima escapa y contemplo horrorizado que es la sangre de mi hermano, la vida de mi amado hermano que se escapa entre las piedras, hasta que las grietas la beben y la beben. Me contempla con sorpresa, con lástima, con amor, mientras me dice sus últimas palabras: “¿Por qué, Caín? ¿Por qué, hermano mío? ¿Por qué te has obstinado en torcer el plan de Dios?”