sábado, 5 de febrero de 2011

Las familias mixtas: jugando con los párpados de Dios

Nota sobre fuentes

Recientemente (cortesía de Diana Cabrosi) he leído un artículo, cuya autoría se atribuye a Naum Kliksberg (véase: http://www.aragonhebreo.com/2010/05/la-ley-de-vientre-o-la-continuidad.html), en el cual se retrata a voz muy viva la tendencia a la desaparición de las comunidades judías en el mundo. Este es un hecho fácilmente verificable si el parámetro es un recuento de personas judías de tipo censal, y es todavía peor en términos de intensidad cultural por persona judía en el mundo. Esto quiere decir que no sólo hay menos judíos en términos demográficos, sino que los judíos remanentes son, en promedio, menos portadores y débiles transmisores de contenidos culturales judíos.

En el artículo se destaca la responsabilidad de la “ley de vientre” en este proceso, por cuanto limita el número de niños judíos, si estos no nacen de un vientre considerado judío; a su vez, se responsabiliza de esta norma a la “ortodoxia judía”, particularmente la israelí, y también al propio estado de Israel, al que se señala como responsable indirecto de esta política por la necesidad que, se supone, tiene el gobierno israelí de ofrecer esta política como moneda de cambio por el apoyo político brindado por algunos sectores de la ortodoxia. Colateralmente, el artículo tiene como objetivo ligado a esta denuncia la defensa de los llamados “matrimonios mixtos”, es decir, aquellos en los cuales una de las partes contrayentes no es de origen o cultura judía.

Cuando la ley de vientre se aplica a las parejas en las cuales la mujer no es de origen judío, es claro que los hijos quedan excluidos formalmente de la definición de judíos para esta tendencia. Pero lo cierto es también que aunque la madre sea judía, no existen auténticos mecanismos de integración y tolerancia que faciliten la inclusión de estas familias en las comunidades judías.

Por supuesto, este es para nosotros un tema importantísimo, quizá el principal para El partisano (cultural), porque el desafío de los partisanos judíos hoy es, precisamente, la lucha por la supervivencia cultural, que no es sólo una cuestión de cantidad sino también de calidad, de intensidad de la vida judía. Respecto de estas cuestiones podemos definir algunos puntos interesantes para la reflexión y el debate.


Notas para debatir

En primer lugar, no es sensato responsabilizar al estado de Israel por el proceso cultural judío contemporáneo, por la sencilla razón (y así lo hemos repetido en varias ocasiones) de que los estados nacionales son estructuralmente muy débiles para gestionar problemas culturales de amplio espectro, sin importar sus propias pretensiones al respecto. El estado es una organización compleja cuyas instituciones regulan la sociedad en el corto plazo, pero la cultura es un proceso de largo plazo, que se ve siempre afectado negativamente (se debilita) cuando la integración de la sociedad se produce en la contingencia y no en los fundamentos. Por la misma razón, un cambio de la política de estado israelí favorecería la lucha contra la aculturación (comúnmente llamada “asimilación”, siguiendo una vieja tradición de metáforas biológicas para describir procesos sociales) pero no sería en sí misma una respuesta.

En segundo lugar, la propia cultura judía dentro del estado está amenazada por dos tensiones muy importantes. La primera de ellas es la citada en el artículo, porque el sostenimiento en posiciones de poder de la ortodoxia radical incrementa la tendencia a un laicismo brutal, es decir, un rechazo tan firme al integrismo religioso judío que conlleva el desprecio de todo el resto de la tradición religiosa y cultural judías, lo cual no sólo es un error (tal vez comprensible), sino un mecanismo que retroalimenta la aculturación. La segunda tensión es la planteada por la disminución de la pluralidad de formas culturales judías (dentro y fuera del estado).

Si se repasa la historia judía, especialmente en sus momentos más críticos, se verá con facilidad que es la pluralidad de estrategias adaptativas lo que posibilitó la pervivencia del judaísmo. Aunque normalmente se señala la pervivencia del judaísmo, muchas formas culturales judías han crecido y desaparecido, y lo que sobrevive es una serie parcial de estas alternativas. De modo que la pluralidad es en sí misma, además de un factor de riqueza cultural, un factor de protección cultural. Esto implica también que la riqueza se incrementa creando nuevas formas culturales y que mejoran las perspectivas de supervivencia cuantas más alternativas existen. Claro, cada quien define la opción en la que es criado o que ha elegido como la “mejor opción”: la más verdadera, la más válida, la más racional, etcétera. Sin embargo, esta circunstancia debe comprenderse en el contexto de la pluralidad. Como corolario, sólo el respeto recíproco entre diferentes opciones de judaísmo mejora las perspectivas de supervivencia cultural, mientras que el integrismo y el fundamentalismo son por sí mismos factores de debilidad, aunque internamente se consideren protegidos, elegidos, iluminados o esclarecidos.

En tercer lugar, la perspectiva del matrimonio mixto como problema se extiende mucho más allá que en el pensamiento de la ortodoxia. Tampoco el conservadurismo, el reformismo o el laicismo toleran fácilmente a los grupos familiares multiculturales. No hay en realidad mayor problema que el que tienen los judíos laicos respecto de sus familias multiculturales, porque no saben qué hacer, cómo gestionar la situación. La razón es que se acepta el discurso religioso, legitimándolo para la decisión de qué es ser judío y qué no, reduciendo opciones y relegando a las familias mixtas a una especie de casta intocable, abominable o, por el contrario, se elige la opción de aceptar la multiculturalidad como un hecho consumado y, para evitar tensiones, se reducen al máximo los contenidos judaicos en la vida cotidiana, lo cual afecta negativamente la reproducción de la cultura judía.

En escritos anteriores hemos defendido la idea de “política integral” para tratar con la cuestión de la aculturación, y hemos entendido que toda política cultural judía debe moverse en tres niveles: el comunitario, el familiar y el personal. En el caso de las familias culturalmente mixtas, o aquellas en las que existan hijos excluidos del judaísmo por la “ley de vientre”, lo que suele fallar es, en primer lugar, la existencia de una fuerte consciencia personal de la vida judía como necesidad, lo cual permite a una persona judía valorar otras condiciones por encima de la identidad cultural de la pareja elegida. Lejos de ser este un problema de origen en la persona o en la familia que toma tal decisión, es principalmente la debilidad de la inserción comunitaria lo que resulta en una legítima elección de una persona que no favorece la continuidad de la vida judía.

Abuelos y padres preocupados por el provenir del judaísmo en su familia ante la presencia de matrimonios mixtos caen en la trampa de entender esa mezcla como un defecto, y no como una opción más de crecimiento para el judaísmo. A la hegemonía de esta percepción han contribuido, por un lado, la debilidad de las voces de intelectuales para exponer la situación y, por otro lado, la ausencia de planificación en las asociaciones y organizaciones judías no religiosas para enfrentar el problema cultural.

Lo que podemos proponer desde aquí es precisamente reconsiderar la perspectiva del matrimonio mixto como problema para el judaísmo, como vía “de salida” para los judíos de la comunidad, y pasar a comprenderlo como oportunidad, como vía “de entrada” de nuevas personas a la cultura judía. Por supuesto, el resultado será un judaísmo “diferente” al anterior, pero será un judaísmo vivo. En cualquier caso, es pura ideología y un completo error creer que el “verdadero judaísmo” no cambia. Hasta la ultra-ortodoxia más recalcitrante cambia, sencillamente porque cambia su contexto y, en consecuencia, sus contenidos cambian. Para graficarlo: el judaísmo “original” concentraba la legitimidad religiosa en una casta sacerdotal, la de los Cohanim, que no cumple sus funciones desde hace dos milenios y nadie dice por ello que los rabinos actuales, sin importar su tendencia, sean menos reales porque no exista el sacerdocio como referencia. Los referentes intelectuales de todos los movimientos ortodoxos y conservadores del presente, casi sin excepción, pueden encontrarse en la modernidad.

El verdadero desafía es hacer que los contenidos judíos vuelvan a hacerse presentes en familias y organizaciones, para que las personas puedan construir de esa presencia una riqueza adicional para sus vidas. Y esto, en verdad, es lo que más se necesita en la alienación acultural del presente y lo que puede convertir al judaísmo que hospitalariamente se ofrece (y no al judaísmo que ciegamente se niega) en un presente digno de ser vivido y en un presente digno de ser entregado.


Nota teológica

Como soy un ateo concienzudo, me encanta la teología. Así,leyendo el génesis se descubre que Dios ama el cambio y la evolución, y también los cambios bruscos en el programa, cuando algo que ya es bueno puede todavía ser mejorado. Miren que dios, siendo omnipotente, no hizo el mundo en un solo día, todo junto. No. Se tomó la molestia de elaborar la creación artesanalmente, con amor, sabiduría e inteligencia, paso a paso. Hizo primero los cielos y la tierra: estaba bien, pero la tierra estaba oscura, caótica, fangosa. Entonces hizo la luz y la separó de las tinieblas. Siguió trabajando y la obra no le pareció buena hasta que cielos, tierras y mares, vacíos pero con forma, no estuvieron en sus límites, Pero entonces lo mejoró todo, y creó la vida vegetal, que crece, que da semilla y da fruto. Contemplen la belleza y la diferencia respecto del orden original. Pero no era todavía suficiente. Cuando ya existían los vegetales completó el contexto: hizo las estrellas, el sol y la luna, creó el tiempo, dividiéndolo en días y estaciones (mientras secretamente preparaba su gran invento: la semana). Sólo después le agregó movimiento vivo al cuadro, creando aves y peces para llenar los cielos y las aguas. Y esto le pareció mejor todavía un gran cambio, tan hermoso que le hizo desear “creced y multiplicaos”. Estamos acostumbrados al dios paternalista fuerte, e interpretamos este deseo como una orden y no como a la expresión feliz del gran artista que va completando su obra. De hecho, aves y peces le gustaron tanto que llenó la tierra de bicharracos y alimañas, grandes y pequeñas, feroces y mansas, hurañas y simpáticas. Y vio que esto era bueno también. Cada etapa de la creación funciona como una obra en sí misma, y cada día que se agrega presenta en realidad un nuevo cuadro, un nuevo relato. Puedo imaginar que coexisten para Dios los mundos de los seis días de la creación, que los ve a todos a la vez y que esa es la verdadera obra. Pero en el sexto día nos hace a nosotros a su imagen y semejanza, macho y hembra, y nos hace señores (y señoras) del mundo bajo su regencia absoluta. Así termina la creación, los seis mundos del caos al imperio de lo humano. Y eso le pareció bueno y otra vez a fructificar y multiplicarse (de donde se deduce que la fornicación era un bien previsto para que funcionara la arquitectura cósmica). Además, ¿para qué nos cuenta como hizo el cosmos? ¿Por qué no empezó directamente con lo que nos importa a los judíos? La Torá no empieza con el hijo de Teraj convirtiéndose en Abraham, ni siquiera empieza con la salvación de Noé y su familia. No. Empieza con la creación, cuenta la gran caída, cuenta el origen de la muerte. Este es el octavo mundo, el nuestro, el mundo de la historia humana, donde Dios comprende que la belleza no sólo no necesita la perfección, sino que no existe sin la tristeza. ¿Quieren alabar al creador? Alábenlo por haber aprendido a ser mejor artista, por aceptar que el cambio y la tristeza son también parte de la belleza. Como el no olvida, la perfección original está siempre en tiempo presente y no se ha arruinado con la maldad humana. Tan buen artista fue que creó una obra que se hiciera a sí misma, una historia capaz de narrarse a sí misma, una historia en donde lo que cambia, y no lo quieto, es el protagonista. Siete mundos hizo Dios antes que el nuestro, pero sólo para este la historia merece ser contada. Las familias mixtas no son un problema, son una oportunidad de narrar con voces nuevas las mismas viejas historias, con el único fin de que la obra siga hasta que Dios se canse realmente y le dé sueño, y con sus párpados celestes caiga el último telón.