¡Qué difícil hacer algún
comentario! Un analista no debe ser un cronista de guerra pero, al mismo
tiempo, el silencio es, en sí mismo, un acto de complicidad. Gran problema, ni
siquiera está claro de complicidad con quien. Si no se condena el modo y el
trasfondo de esta operación “Pilar Defensivo” se es cómplice de un gobierno israelí
que sistemáticamente viene desarrollando una política de desactivación de toda
oportunidad de paz regional; a la vez, sí solo se condena esta operación particular
olvidamos criticar una larga trayectoria de pésimas políticas por parte de
sucesivos gobiernos israelíes. Por su parte, si no se hace foco en la imbecilidad
política de Hamas, al hacer el juego al gobierno actual de Israel con esos misiles que llueven sin
concierto sobre el sur del país, al utilizar a la propia población civil como escudos
humanos y al ejecutar sumariamente presuntos colaboracionistas, también seremos
cómplices de dar desde la distancia falsas expectativas al pueblo palestino, es
decir, en el caso de que nuestra opinión le importara algo.
No creo que, en estas
condiciones, se pueda aportar nada nuevo, excepto abstenerse del silencio,
excepto expresar con la mayor claridad posible una opinión consolidada que se sustente
tanto en valores humanos como en conocimiento humanamente orientado. El problema
es que la claridad es, en estas condiciones, materia de utopía.
He recibido un mensaje
invitándome a participar de una marcha “a favor de la paz en Israel”. No sé muy
bien qué hacer. El problema, otra vez, es que no queda claro qué es lo que se
estaría reclamando: si el final de la política beligerante de Israel o el final
de la política beligerante de Hamas, o ambas y, en ese caso, ¿qué sentido de
continuidad? Después de la tregua Clinton, ¿seguimos hacia donde? Incluso hecha esta aclaración,
quedarían sin resolver aspectos relativos a sesenta años de enfrentamientos
(más que suficientes para generar movimientos ideológicos dislocados y
erráticos en ambas partes) y aspectos relativos a la gran asimetría que existe en
las relaciones establecidas en este periodo en un contexto internacional
determinante y volátil.
Desde hace ya muchos años soy
partidario de la idea de que, dadas las condiciones de asimetría social,
económica, política y militar que se desarrolló entre Israel y Palestina, no
hay solución al conflicto que no suponga una mayor carga para Israel. No se
trata de que Israel “deba” más. No propongo una tesis moral, sino una
pragmática.
En este sentido, Israel, como
potencia militar incontestable debería negociar con los palestinos incluso
frente a las peores amenazas de exterminio por parte de estos. Pero Israel se
niega a hablar mientras no se reconozca su derecho a existir, sus fronteras
defendibles, su capital en Jerusalén y su derecho a conservar el estatuto de
estado judío aun sin conceder la creación de un estado árabe palestino. Por su
parte, los dirigentes palestinos han aniquilado su ventaja ética con su
retórica y su insistencia en el martirio y el ataque en cada fase del
conflicto, desactivando la presión internacional sobre Israel, sin contar con
esas imágenes de presuntos traidores asesinados y arrastrados como reses
muertas por las calles, publicadas incluso en medio tendenciosos en contra de
Israel. Además, como potencia económica relativa, Israel debería asumir mayores
costos, tanto en materia de inversión para la paz como en materia de desarrollo
humano del pueblo palestino, que con frecuencia serían coincidentes. Este mecanismo
no debería alterarse en la solución de dos estados o en la de dos comunidades
separadas pero integradas en lo político y lo económico. Estoy hablando a
futuro, pero eso no implica desconocer algunos indicios en el pasado de la
posibilidad de establecer políticas de esta índole.
Pero el hecho es que hay
demasiada gente poderosa beneficiándose de la persistencia del conflicto,
demasiadas emociones a flor de piel y demasiados prejuicios incorporados al
debate. Las acusaciones cruzadas son casi siempre maximalistas: Israel es el
diablo o los palestinos lo son. Y en materia humana el maximalismo es casi
siempre ridículo, y siempre peligroso.
No por primera vez, entonces,
propongo re-articular los valores a defender (sin que esto implique poder ni
querer imponer un determinado catálogo o una determinada jerarquía) e intentar
comprender como se instalan en este conflicto, como se instalarían en políticas
diferentes a las que se desarrollan ahora.
En primer lugar, tal vez me
equivoque, la vida humana y la integridad física. Nadie va a acusarme de ser
individualista pero, en este caso, tal vez puedan hacer una excepción: valoro
positivamente que ninguna persona, en tanto individuo, sea asesinada o vea menoscabada
su integridad física. En este sentido, en momentos puntuales del conflicto se
han hecho esfuerzos por ambas partes, pero no se ha comprendido o no se ha
querido comprender que el momento puntual es insuficiente si no se aprovechan las
treguas para desactivar los conflictos, y eso, claramente, no se ha hecho.
Israel ha ofrecido largos periodos de no intervención, pero no ha acompañado
este movimiento con la desocupación del territorio palestino tanto en el plano
militar de los destacamentos militares como en plano demográfico de los
asentamientos. Israel supuso en los años ´90 que la paz entendida como no agresión
era suficiente, especialmente si se desarrollaba la economía; la dirigencia
palestina extremista aprovechó el descontento social para decir “vamos por más”,
pero en un sentido beligerante y (cosa sorprendente para su capacidad militar
muy inferior) prepotente. Porque esto debe decirse: el estado de Israel es
prepotente, eso es obvio, pero lo es sobre la base práctica de su capacidad militar,
mientras que la prepotencia de Hamas se sostiene solo en plano discursivo.
Cuando Hamas dice que si Israel no hace tal cosa pagará las consecuencias,
frecuentemente es mera retórica. Pero el caso contrario no se da: cuando las
fuerzas armadas israelíes intervienen, cada operación se salda con muertos y
generalmente, bastan uno o dos días para que se superen daños y víctimas en el
lado palestino respecto de meses o años de ataques menores contra la población
israelí.
Pero si Hamas es imbécil al
fanfarronear, también es imbécil la exagerada respuesta israelí en términos de
soluciones amplias y a largo plazo. En cada caso el gobierno israelí ha
preferido sacrificar su posición internacional (sabiendo que cuenta, en
general, con la complicidad de las potencias) para consolidar su posición
interna, lo cual solo se explica por las posiciones ideológicas maximalistas
que suelen predominar entre la población israelí.
En segundo lugar, tenemos el problema
de la igualdad vinculada a la autodeterminación.
Teóricamente, como aceptamos que todos los humanos nacemos iguales en razón y
en derechos (yo opino más o menos eso: todos somos más o menos iguales en
materia de estupidez e intereses mezquinos), de eso se deriva que los pueblos
deberíamos ser capaces de elegir libremente nuestro destino. Es para llorar. Permítanme
decirles: estas cosas no pasan. Israel mismo no existiría si las condiciones de
expansión y retracción del imperialismo europeo no hubieran dejado su marca en
medio oriente. El único “derecho” que los pueblos han ganado para auto-determinarse
es, o bien la fuerza de las armas o bien la evaluación en términos
costo-beneficio, es decir, si los poderes predominantes en estados que
ostentaban cierta soberanía en una región consideraban excesivo el precio
militar y económico de la ocupación (que es la razón, por ejemplo, por la cual
Gran Bretaña abandonó la región a su suerte en 1948). Claro, la fuerza militar
de las potencias amigas suelen ser suficientes para alterar las perspectivas.
Por eso desde hace rato vengo diciendo que las potencias amigas le han hecho un
flaco favor a Israel al no oponerse a sus políticas, pues han eternizado el conflicto
con el pueblo palestino.
Y es que, insisto, sea como
espacio de ubicación de armamento o como espacio de distracción geopolítica, se
ha preferido no extinguir las razones de la guerra y nada se ha hecho realmente
para desactivar el conflicto regional. Lo mismo ha ocurrido, claro está, a lo
ancho de todo el planeta, pero el caso Israel-Palestina es paradigmático.
Incluso los defensores a ultranza de la causa palestina en el resto del mundo
deberían ser responsables de sus actos, pues cuando opinan sin cesar en contra
de la política israelí con frecuencia reproducen una serie interminable de
prejuicios anti-judíos que no hacen más que reforzar la conciencia ideológica
de israelíes y judíos de que resistir en Israel es su única opción de supervivencia.
“A fin de cuentas”, se dicen los defensores de la causa sionista, “hay mil
doscientos millones de musulmanes en el mundo y hay más de una docena de países
musulmanes (y muchos más con mayorías musulmanas), mientras que estados judíos
hay uno solo, y muy pequeño; el anti-judaísmo es una larga tradición (claramente
pre-israelí) y debemos defendernos”. Pero no, los “amigos” de palestina
prefieren en muchos casos negar el genocidio nazi o justificarlo
retrospectivamente con el presunto genocidio palestino (creo sinceramente que
Israel no ha encarado una política realmente genocida en términos de masacres
organizadas, aun en los peores momentos del conflicto, aunque soy más renuente
a creer que no estableció políticas para el desplazamiento forzoso de la
población árabe a lo largo de estos sesenta años, por esa razón destaco la
presunción de otros sobre este hecho).
Claro, hay mucha gente que solo
sale a reclamar que Israel detenga sus ataques. Si levantamos el dedo y decimos
que lo hacen porque “son antisemitas” (expresión que en este contexto solo
tiene sentido político) eso equivale a justificar toda operación israelí,
incluso una como ésta, que le viene tan bien al gobierno de turno de cara a las
próximas elecciones (previstas para el próximo enero) y que solo conseguirá
extender a una nueva generación de palestinos el odio contra Israel.
He escuchado a muchos honestos
sionistas sostener la tesis de que los palestinos, en el fondo, no quieren la
paz, no quieren negociar; solo quieren esperar a que el peso de su crecimiento demográfico
superior altere las condiciones políticas en la región. Creo que están
profundamente equivocados. No niego que una fracción de la dirigencia política
palestina oriente su estrategia en este sentido de largo plazo, pero es
inconsistente con la mayor parte de las tácticas palestinas de lucha. Si la
tesis fuera correcta, los palestinos deberían preferir una callada sumisión a
las políticas segregacionistas israelíes, aguardando el momento de la victoria,
cuando en la práctica se observa un arco de manifestaciones mucho más amplio y
difuso. Creo que es está más cerca de la realidad decir que ambos bandos han
perdido la capacidad de establecer estrategias claras, y eso es quizá el mayor
obstáculo para la paz, pues todo lo que se haga estará mal para la parte
opuesta y, más importante, para una amplia fracción de la propia. Todo, excepto
la demagogia y el oportunismo: el misil, el “ataque quirúrgico”, el “pilar
defensivo”. Estas cosas tendrán buena prensa en el bando propio. Mientras
tanto, impera el embrutecimiento, el fanatismo, el pragmatismo abstracto (que
es una forma actualizada de fanatismo) , el ciego amor por los “principios” que
impide evitar la siguiente víctima.
Soy judío, pero la solución
nacional de los problemas judíos, lo que se suele denominar sionismo (por favor, los que utilizan la
palabra como insulto, sin saber a qué se refiere realmente, estudien un
poquito; si aman la causa palestina, y no simplemente aman odiar a los judíos, estudien
un poquito el tema), esta solución, decía, no es de mi preferencia. La considero
legítima en su contexto, comprensible... pero creo que nunca fue la mejor idea.
Ya lo he discutido en otra parte. No soy creyente y, por lo tanto, creo que la
tierra de Israel, la propia Jerusalén... pueden amarse, pero no adorarse al
punto de creer que valen más que la existencia propia de los seres humanos que
componemos la judeidad ni la de nuestros vecinos en el planeta.
Soy judío, y estoy confundido ¿de
qué me serviría mentir? Respecto de este conflicto perenne, estoy confundido.
Culturalmente, no hay nada más cercano a la tradición judía que el Islam, ni
hay nada más ajeno a nuestras luchas por sobrevivir durante los últimos
quinientos años al menos que el conflicto con árabes y palestinos... y bastaron
sesenta años para incrustar la historia judía en estos hechos, en estos
debates, ¿cómo llegamos a esto, a justificar las muertes y la opresión de
nuestros hermanos? ¿No es evidente la trágica ridiculez de todo este conflicto?
Y no hemos sopesado aquí el
contexto: Siria, Egipto, Irán, Arabia Saudí, Turquía, en el contexto aun más
amplio que es la reconfiguración de la economía mundial: EUA, la UE, China,
Rusia, Japón, Latinoamérica, de la cual todos somos parte. Quienes ya me
conocen la ven venir y dirán “No, no, no,
no, otra vez va a empezar con la crítica del capitalismo... le va a echar la
culpa al pobre capitalismo del conflicto palestino-israelí, nos va a importunar
con su cháchara marxista para convencernos de que, como todos somos parte del
capitalismo, todos somos parte del conflicto en medio oriente... ¡qué pesado!...”
Pues sí, eso es exactamente lo que voy a hacer: porque creo que el sistema, al
promover la compulsión a la ganancia, nutre el interés por la guerra y se nutre
también de la guerra y la injusticia derivada de la guerra; porque creo que el
sistema tiene mucho que ver con esta confusión ideológica y política que
encierra a la gente (me incluyo en la categoría) en sus prejuicios y merma su
libertad intelectual, y merma también su capacidad de ser agentes morales, ya
que nos tiene ocupados en consumir y en ganar dinero para consumir.
No estoy diciendo ninguna
novedad, solo manifiesto una posición, una posición que se confiesa confundida
en algunos aspectos... pero no en otros... no tolero los asesinatos, no admito
la opresión, no consiento la desigualdad forzada ni el pragmatismo abstracto
que anula los valores humanos. No me engaño, en este punto: estos valores son
un invento, una creación ideológica, lo son. Pero son los valores que en su
esperanza (la esperanza tal vez falaz que quedó en el fondo del ánfora de
Pandora) me permiten sobrevivir a la vergüenza de pertenecer a este momento de
la historia humana, en donde el interés ególatra y la estupidez parecen tener
tantas cartas en la mano, dejándonos arena nada más entre los dedos.
Me despido con la transcripción
de un mal poema que quiso expresar mi posición aquí; creo que al menos expresa
mi confusión, mi desesperanza. No está escrito para la ocasión, es viejo, solo que ahora parece más oportuno.
Ay de Jerusalén
Eres la casa de piedra donde
encuentro fundamento.
Eres mercado en los montes que
trafican viejos sueños.
Eres ombligo del mundo. Una roca
hay en tu centro.
Eres el puñal del padre que nunca
cayó en mi pecho.
Eres muro soportado por los
fantasmas de un templo.
Eres camino de cobre hacia las
ruinas del reino.
Primogénita del alba. Bóveda de
los recuerdos.
Puerta al campo de batalla.
Cuervo que vuela sediento.
Olvidaría mi diestra para robar
un silencio
A tu memoria cautiva de la guerra
entre tus pueblos.
El genocidio pasado no se cierra
en nuevos muertos
Ni justifica su mancha este
amanecer sangriento.
Porque te quiero en justicia, sin
justicia no te quiero.
Porque no quiero tu cielo si no
está limpio tu suelo.
Porque tu historia no vale esos
hijos del acero.
Porque en la paz entre iguales
vive mi dios verdadero.
Puedo ser en tu muralla
partisano o macabeo,
No soldado que nos haga asesinos
y herederos.
Jerusalén madre y tiempo, imagen
del universo.
Pero, aunque soy Israel, hijo de
Eva soy primero.