viernes, 28 de diciembre de 2012

La hormiga, Dios, yo y la regla de tres mal implementada en teología judía elemental


Intenté preguntarle a Dios directamente pero su silencio continuo parece indicar que no está para soportar mis estupideces. No se rían. Cuando escribo estas cosas, es decir, cosas como las que pueden leer a continuación si padecen de alguna especie de disfunción volitiva que les impide dedicarse ya mismo a cualquier otra actividad, suelo estar tremendamente angustiado. No se asusten. De todas formas esa es mi disposición usual de ánimo a estas horas insomnes. Excepto cuando me atrapa el sonido del teclado y en el ritmo inconstante pero veloz que generalmente le imprimo se me van apagando las penas de la medianoche.
No perdamos tiempo. Hace mucho tiempo fui informado del siguiente dato, que no intentaré siquiera corroborar: las hormigas pueden levantar seis veces su propio peso. No parece muy impresionante. Supongamos una grande y fuerte hormiga, el Goliat de su hormiguero, el Karadajian de su parquecito (http://es.wikipedia.org/wiki/Mart%C3%ADn_Karadagi%C3%A1n) una hormiga de todo un gramo de peso que es capaz de levantar seis gramos.
Yo no vendo polvos mágicos, querido, no tengo forma de medir seis gramos en este momento, ¡Qué pregunta! A ver... acá tengo una bolsita de té que dice contener un gramo y medio, de modo que la hormiga titán puede levantar el contenido de cuatro saquitos de té. Sigue sin parecer gran cosa. Yo todavía puedo levantar bolsas de cemento de casi cincuenta kilos (una muestra de sadismo banal, porque no hay necesidad de que tengan ese peso, considerando que la cal viene en bolsas de treinta kilos y la arena ni eso) pero ya me hace doler la espalda. Supongo que en caso de incendio podría echarme al hombro a algún amigo de unos ochenta kilos durante unos metros, pero eso es todo... es cierto que me levanto toda las mañanas, empujando a duras penas mi propio peso así que, en fin, la hormiga levanta seis gramos y yo, cuando la nena me salta encima, unos cien kilogramos.
Olvidemos el problema de la gravedad por un momento y digamos que, a igualdad de masa, la disposición orgánica, molecular y fisiológica de la hormiga es seis veces más eficiente que la mía. Igual hacen falta 16667 hormigas para moverme del sillón. Una curiosidad teológica, dado que nada puede estar por fuera de Dios, él debe tener la masa exacta de todo el universo, de modo que, por lógica, a una masa del universo “x” dios es capaz de mover exactamente eso: en términos relativos, entonces, soy tan fuerte como Dios, y la hormiga es seis veces más fuerte que él.
La pregunta entonces es si la relación de poder respecto de la capacidad de trabajo de Dios y de sus criaturas se aplica recíprocamente, es decir, si existe algún grado de correlatividad lógica, de tal manera que la fuerza de Dios pueda calcularse. ¡Ah, la gran pregunta sobre el gran Yavé, para la cual nadie tiene la respuesta! ¿Es o no es omnipotente? ¿Respeta alguna ley que la realidad le impone o simplemente crea con su voluntad toda ley e igualmente la rompe? ¿Puede crear energía, vulnerando el primer principio de la termodinámica? ¿Puede acelerar su movimiento hasta alcanzar en el espacio vacío velocidades mayores a las de las ondas electromagnéticas? ¿Puede saber al mismo tiempo la posición de una partícula subatómica y su velocidad? ¿Sabe si el gato de Schrödinger está vivo?
Oiga, pichón de Rabino, ¡tenga cuidadito! Seguro que ya se ha apresurado a responder “Sí, D´s (bendito sea su nombre aunque no le gusta que se lo gasten) lo puede todo”. Si así es... entonces... no hay razones para rechazar ninguna historia mítica que no presente contrasentidos lógicos. Un dicho en Idish dice AZ GOT VIL, SHIST A BEZEM OIJ, “Sí dios quiere, también una escoba florece”. Dios puede presentarse como lo que quiera, si es omnipotente: incluso puede encarnar en un cuerpo humano (no el mío, idiota, ya dije que me cuesta levantarme de la cama, que voy a ser dios yo).
Ahí estamos, viendo fuertes hormigas imaginarias un minuto, aceptando una cruda ruptura teológica al siguiente. Ya jugué una vez con la idea de que Dios se la pasa enviando al mesías y no le llevamos el apunte (como lo explico: de chico yo le llevaba con galantería los apuntes a una chica, pero después ella con coquetería no me llevó el apunte), o sea: no le hacemos caso. A lo mejor dios mismo se la pasa presentándose a la humanidad en las más diversas formas, incluso al mismo tiempo (una defensa aceptable del politeísmo, amparada en la idea de omnipotencia divina), y seguimos sin hacerle caso: http://partisano-haalel.blogspot.com.ar/2011/01/meshuguene-leaks.html
Últimamente defendí también la idea de pergeñar una modalidad judía de la navidad http://soltonovich.blogspot.com.ar/2012/12/para-saludar-en-estas-fiestas-idea.html, pero ahora me angustia la idea de que seamos nosotros los que debemos tomar la decisión. Si Dios es considerado cabalmente omnipotente, no hay razón para que no pueda elegir preñar a una virgen, nacer en el mundo estando a la vez en el cielo en dos modalidades (Padre y Palomita Luminosa), sufrir y morir por los pecados de la humanidad (los pecados de hasta hace dos mil años, para los pecados acumulados desde entonces deberíamos crucificar a unos ochocientos setenta y siete mil catorce Jesuses), resucitar al tercer día y recomponer la unidad teológica básica. Tampoco hay razones para negar que Mahoma sea el sello de la profecía y el Corán la luz del mundo... pero tampoco se puede negar sin más a Ganesh, a Osiris, a Huitzilopochtli, a Agoyo, a Freya, a Astarté, a Marduk, a Venus, a Bauhaus y tantos otros: dios puede presentarse como le dé la divina gana.
Como ateo no debería importarme esta violentísima caída en el panteísmo (que de inmediato es un nihilismo hilarante), salvo que me oprime la intuición de que la imagen de la divinidad que tengamos socialmente es la expresión simbólica de lo que queremos ser en el mundo como comunidad: nuestros dioses deberían representar nuestras utopías socialmente conducidas por las ideologías emergentes o, dicho como refrán: “dime como crees que son tus dioses y te diré como crees ser”. En este sentido me preocupa tremenda-mente que no podamos definir a dios, porque eso implica que hemos perdido la batalla de la autodeterminación ideológica. Porque deberíamos al menos poder decir que dios no existe, pero que debería ser (preferiríamos que fuera) de tal o cual manera en caso de que llegara a existir. Como definían su mundo los viejos anarquistas: “Dios no existe y, si existe, es un cabronazo”.
En fin, levantamos un gato medio destruido de la calle y lo estamos cuidando para empezar el 2013, que les deseo a todos sea tan feliz como quieran y puedan sin molestar a los prójimos ni a las prójimas. No es casualidad que su nombre sea Bakunin.