No. En serio. Estoy asustado. Es que las últimas noticias y vivencias que estoy teniendo me ponen nervioso. Es un menú complejo, que cae algo pesado. Tendré que empezar por lo más dietético y liviano, lo que menos se me atraganta.
Entrada: ensalada de aparatitos para aliviar el shabat (sí, shabat con minúscula)
http://www.clarin.com/internet/innovacion-impulsa-crecimiento-tecnologia-ortodoxos_0_404359796.html
He leído que se ha inventado un sistema de iluminación “Kosher”. La luz no se come, ya lo sé, no crean que soy tan ignorante. Pero ahora hay iluminación Kosher le shabat, que les permite a ciertos grupos judíos ortodoxos no violar la ley de no encender el fuego el sábado. Es una norma que vulnera el propio dios, porque el sol que es de fuego se enciende también en ese día (es chiste: ya sé que el sol no se apaga a la noche). Es que estos grupos se quejaban: ser judío es difícil, hay que cumplir muchas normas inflexibles. Sin embargo, la solución no es someterse al rigor de la fe, como haría cualquier aspirante a mártir que quiere adquirir su entrada al paraíso, sino ablandarla inventando MERCANCÍAS que facilitan el judaizamiento tolerable de ese día de descanso y agradecimiento que se ha convertido inadvertidamente en una carga martirizante para la familia judía que pretende, según esta línea interpretativa, apegarse a la norma como ética y dispositivo de permanencia cultural.
Puedo comprender (no compartir) una religión judía asentada en el martirologio; defenderé cuando pueda una religión dispuesta a reinterpretarse (aunque no comparta los puntos de partida ni los de llegada), porque me gusta ese ejercicio característico de la hermenéutica y la exégesis judía en las bases doctrinales, teológicas, jurídicas y mítico-simbólicas. Pero algo me irrita profundamente en esa religiosidad baja en calorías. Conozco la palabra: hipócrita. Es una religión que quiere aparentar el martirio y la rectitud, pero sólo busca que el dinero compre el confort que la ley prohíbe (insisto: según esta rama interpretativa). Sufrir en esta vida para ganar el cielo es ideológicamente comprensible; aparentar rigor y no tenerlo, no.
La noticia que me trae la iluminación kosher me acerca además una serie de gadgets (aparatitos) que completan la tarea de facilitar esa apariencia. Además, cuanto más rico es uno, menos se sufre, porque es más fácil adquirir los adminículos. En consecuencia, cuanto más pobre se es, más difícil es aliviar el rigor de la ley. Ya lo dice el viejo refrán: “Got hot lib dem oreman un helft dem noguid” o sea que: Dios ama al pobre y ayuda al rico.
Primer plato: ravioles de apartheid misógino a la israelí
http://www.clarin.com/mundo/Legalizan-Israel-separacion-colectivos-transporte_0_405559516.html
No es obligatorio, pero la justicia israelí ha admitido que no es ilegal la separación de los sexos en el transporte público, reclamo hecho por sectores ortodoxos para evitar “tentaciones sexuales”. Parece más de lo mismo, pero es otro el rigor de la pesadez de la noticia: la entrada provocaba desazón, porque la hipocresía incomoda. Pero este dato provoca acidez estomacal severa. Suena mucho a retroceso generacional, a eso que se puede llamar integrismo conservador; para conservar la integración social se promueven los rasgos más extremos y se exige legalmente su respeto. Oiga, no puedo decirle a ninguna mujer que no acepte esas condiciones, si decide formar su familia en ese contexto. Pero una trompada tan fuerte a la apariencia moderna del estado judío mueve las piezas en el tablero. Que en su casa cada cual haga de su vida lo que quiera, pero cuando una exigencia minoritaria se impone en un servicio público (sostenido también por la mayoría que no admite la necesidad de tal distinción a través de los impuestos que no consiguen evadir) debe generar alguna reacción. Por supuesto que no es ilegal que existan restaurantes vegetarianos, pero no por eso hay que abrir la puerta a la exigencia de un vegetariano de que su vecino de mesa no coma carne en su presencia. Si hay separación en un transporte, necesariamente tendré prohibido sentarme o pararme en ciertos lugares del mismo. Por otra parte, sepan disculpar, pero si una persona es atractiva, las tentaciones sexuales aparecen sin necesidad de sentarse al lado, y eso lo sabe hasta el ortodoxo más enroscado en la doctrina judía, porque conoce las historias narradas en la Torá, sin ir más lejos, en las cuales la censura sacerdotal no consiguió arrancar del todo las referencias sexuales: vean, por ejemplo, lo que llegó a hacer el propio rey David por una mujer casada que le movía el piso. Sí, el desgraciado mando al marido a morirse en la guerra. Pero resulta que, en este caso, y por esta capacidad etérea de las tentaciones sexuales, separar los sexos en realidad significa... exactamente eso, separar los sexos... pero en términos políticos. Es una medida que convierte a la mujer en propiedad defendible del hombre. El reclamo, que la justicia israelí malinterpretó, no consiste en que la mujer debe ser defendida de la tentación del prójimo (a fin de cuentas, la ley judía más sólida asegura que eso es responsabilidad del propio prójimo), sino que debe ser tratada como propiedad, como cosa defendible ante terceros que pretenden hurtar algo de su escondido erotismo. La confusión es la que siempre presenta el relativismo cultural. Porque la cultura siempre tiene un contexto y, en este caso, la norma se refiere al contexto, no a la propia cultura. Por lo tanto, no se trata de defender culturalmente una característica del judaísmo ortodoxo en sí mismo, sino en su relación con el contexto en donde la mujer ya no es considerada objeto pasible de adquirirse y defenderse como propiedad del hombre. Una cosa es admitir que la mujer judía ortodoxa viva su vida como quiera (ella se pierde fiesta). Pero otra muy distinta es admitir que sea considerada un objeto (ella está obligada a considerarse a sí misma un objeto manchado de pecado, alejada de su propio erotismo como cosa pecaminosa de repugnante).
Me acuerdo de Homero y del rostro por el cual partieron mil naves hacia Troya: la causante de una guerra de diez años se acostaba pasivamente con el hombre que la poseía en cada momento. En su momento, Israel fue el primer país políticamente occidental en tener a una primer ministro mujer, así de laico era el manejo del estado, hoy “no es ilegal” que las mujeres sean tratadas como billeteras o relojes suizos. Nos indignamos porque algunas mujeres musulmanas son obligadas a cubrirse completamente, me cuesta ver la diferencia sustancial entre ambos fenómenos. En cualquier caso: Az di libe bret iz der liftchik ofn (cuando el amor arde el corpiño está abierto) también en un autobús abarrotado de devotas doncellas hebreas.
Segundo plato: morcilla judía de niños envueltos en nuestras contradicciones
Estamos intentando en casa adoptar una criaturita, o dos. No es ningún secreto, pero me da un poco de miedo. Estadísticamente, la probabilidad de que nos toque un chico o niña de madre biológica judía es ínfima, y nos importa nada de nada esa característica morcillesca derivada de una propiedad sanguínea de la madre biológica. Estas criaturas tendrán la educación que podamos buenamente dar, y ella incluirá tradiciones, relatos, mitos y vivencias judaicas, incluyendo las aventuras, desventuras y travesuras (diluvios, lluvias de fuego, plagas) de su inexistente, incircunciso y unitario dios judío. Sin embargo, tengo miedo de que estos hijos míos (todavía inexistentes también) vayan a ser discriminados por no pertenecer a la morcilla correcta. Mi mujercita es una excelente técnica en hemoterapia, pero no va a transfundirles toda la sangre desde una madre judía, ni podemos arrancarles la médula para ponerles una buena médula judía de origen (no estoy muy inspirado como para dar una correcta dimensión y figuración a mi sarcasmo). En conclusión, parece que deberíamos “convertirlos” en judíos. Perdonen que señale la contradicción: los hijos de una madre de sangre judía a la que no le importa brindar ninguna educación judía, son judíos; los hijos de una madre biológica no judía, criados por una madre de sangre judía a la que no le importa el tema de la sangre pero que si intenta brindarles una experiencia vital judía, no son judíos a menos que sean “convertidos”. ¿Soy el único tarado que cree que acá hay una contradicción? No obstante, insisto, me da miedo que esos chicos sean eventualmente discriminados (por los judíos por no ser judíos, por los no judíos por ser judíos: “gracias, papi”, me van a decir con justo sarcasmo). Pero más miedo me da rendirme al facilismo de decir: “Y bueno... para que no les pase... los convierto y listo”. No. Momentito, el tema es: ¿por qué alguien podría tener la potestad de discriminar a mis hijos en términos de judaísmo sí o judaísmo no por la arbitraria presencia de morcilla judía? “Vu men darf hobn tsuker toig nisht kain zalts” (donde hace falta azúcar, no sirve la sal).
De postre: verdades de hueso de sopa de pollo y espinas de pescado bien grandotas en el caldo de un guefilte fish que está saliendo bastante mal
¡OH hermanos! En verdad os digo: cada vez hay menos judíos por estas cosas, por criterios espeluznantemente discriminatorios y obsoletos en términos de supervivencia cultural. No se nos secó el esperma judío, se nos secaron las buenas ideas, como se ve a lo largo de todo el menú. En vez de ver un judaísmo pujante y progresivo, inspirado en la mejor voluntad para con nuestros semejantes y seres queridos, un judaísmo comprensivo, un judaísmo integrador, un judaísmo compasivo, vemos estas calamidades: hipocresía, fundamentalismo, discriminación, elitismo.
Yo no creo que el estado nacional sea la solución de supervivencia para el judaísmo actual, por lo cual no comparto muchas ideas del sionismo (ya ideológicamente viejo). Pero por lo menos el sionismo, hasta hace unas décadas, permitía pensar un judaísmo algo menos atrapado en su miseria ideológica presente. Pero ahora tampoco da respuestas: se centra en el estado, y el estado, necesariamente, conversa con la cultura como lo que es, un estado, y se somete a las reglas de la política, porque son las únicas que conoce para desarrollar políticas.
Se me clavan las espinas en los dedos cuando escribo estas cosas, en serio, me duele, me jode... pero ahí veo a los abuelos llorando (y puteando) porque sus nietos son hijos de una o un goi ¿qué pretenden? En serio, no lo digo con mala leche, si no se trabaja en familia y en comunidad para que el judaísmo enriquezca a la persona (como creo que me ha enriquecido a mí) ¿por qué se pretende que la gente “cumpla con el mandato”? Al judaísmo actual le faltan vitaminas de riqueza y pluralismo o le sobran especias de elitismo y petulancia. Por eso el menú nos está cayendo pesado y nos amenaza con la fea muerte por inanición: “Der ergster moner iz der eiguener mogn” (el peor acreedor es nuestro propio estómago).
En fin, oh hermanitos, que les aproveche el menú.