viernes, 14 de enero de 2011

Materiales para la construcción de políticas comunitarias; Apéndice

¿Cómo empezar?

Esperando que haya quedado claro a qué nos referimos con política integral (es decir, que las actividades que desarrollen la política tengan impacto personal, familiar y comunitario), no queríamos terminar esta serie sin proponer como empezar. Dando un ejemplo: vamos en un barco que lentamente se nos llena de agua y se hunde de a poco. Lo primero es, lógicamente, detectar el problema y avisarle a los tripulantes. Aquí ya pueden presentarse problemas políticos: algunos pueden decir que no existe tal problema, que el nivel de agua en la bodega siempre fue el mismo; otros pueden señalar que sí, que entra agua, que “alguien haga algo”, pero que ellos no pueden; otros más dirán que mientras no se mojen los pies, no es su problema o que es su problema, pero que no quieren mojarse los pies... ninguna campaña política empieza por los que por una razón u otra no quieren participar. Otra cosa es que debe decidirse qué hacer, incluso cuando todos están de acuerdo en cuál es el problema... lo cual no suele ocurrir.
Considerando esto, aquí no puedo hacer más que decir lo que propondría hacer yo en el ámbito comunitario.
Primero: reconsideraría las políticas de inclusión, generando espacios de debate en los que no existieran restricciones para participar, sean estas económicas, políticas, ideológicas, generacionales o religiosas. Esto no significa que las instituciones abran las puertas alegremente a cualquier persona para cualquier cosa, sino que se hagan convocatorias específicamente para (re) generar el debate político y cultural. La cantidad de energía que tienen las instituciones es limitada al número de miembros interesados. Por el momento, este número es pobre, y se ha empobrecido, de tal manera que hay que conseguir energía de otro lado. En otros tiempos, el judaísmo ya tuvo que recurrir a estos procesos: cuando la sinagoga no alcanzaba a resolver los problemas sociales, cuando las familias tampoco podían hacer nada, quedaba la asamblea, el Sanhedrín.
La forma que adopte la asamblea no puede ser otra que la que decida la propia asamblea: yo preferiría una más o menos democrática y capaz de delinear su propia política ejecutiva, es decir, sin que de “recomendaciones” para que otros hagan, sino que la asamblea de judíos y la acción de ser judíos sean la misma cosa: es un Sanhedrín cuyo anhelo es ser sinagoga.
Hay tres grupos sociales a quienes se puede recurrir para activar las asambleas judías: los que tienen mucho para decir porque han estudiado cuestiones judaicas, los que tienen mucho para decir porque tienen mucha experiencia como judíos y los que tienen mucho para decir porque tienen muchas expectativas. A saber: intelectuales, personas mayores y jóvenes pueden (y deberían) ser convocados para ser partícipes prácticos y organizadores de actividades consecuentes. Ni conferencistas, ni oyentes, ni estudiantes, ni contadores de historias: partícipes. ¿Esta táctica puede presentar problemas? Todos los habidos y por haber. Pero es que no existe experiencia en la historia de la política que no conlleve conflicto y esfuerzo. La política es una actividad para gente madura que sepa administrar su propia frustración. Imagínense si Moisés se hubiera frustrado del todo la primera vez que los judíos le dijeron: “Con los egipcios estábamos mejor”.
Hay otros segmentos específicos que pueden aportar contenidos y propuestas: los mayores preocupados por la vida cultural de sus descendientes y aquellas personas que integran familias mixtas. La razón es que ambos segmentos son los más débiles y los más conscientes de los problemas de reproducir la cultura judía, y pueden dar una perspectiva pragmática acerca de cómo adaptar relatos, ética, moral, tradiciones y costumbres judías a sus experiencias vitales, tanto personales como familiares.
Los intelectuales laicos y religiosos siempre tienen algo importante que hacer en la vida cultural, como guías más que como líderes políticos. Además, en teoría, los mueve el interés de tener un auditorio para sus reflexiones.
No todo debe ser debate político: arte y literatura son savia del árbol cultural, porque son la sangre de los elementos simbólicos. Así, foros de exposición e intercambio de manifestaciones artísticas con contenido judaico son baratos y entretenidos.
En fin. Son ideas. Empiecen leyendo estos artículos de “El Partisano (cultural)”, que para eso están y quieren estar.