viernes, 14 de enero de 2011

Materiales para la construcción de políticas comunitarias V

Sobre la táctica en las políticas comunitarias: elementos que no deben faltar

Sobre la importancia de la estrategia integral en la diagramación de la política comunitaria no voy a insistir aquí. Por lo menos no todavía. Cualquiera diría que la logística (saber de qué elementos disponemos para desarrollar las acciones) y los elementos tácticos son la parte más difícil de la acción comunitaria judía en la programación de su política. Sin embargo, creo, con moderada firmeza y en base a otras experiencias históricas, que esto no es así. Tenemos la enorme ventaja del reconocimiento de una amplia y variada estrategia de supervivencia cultural de la condición judía, que nos provee de muchísimos elementos para trabajar, elementos que son baratos de conseguir y fáciles de implementar.
Por otro lado, si se quiere una cultura judía viva, sabemos que debe ser una cultura enriquecedora, una serie de elementos que sus poseedores quieran vivir, defender, distribuir, compartir, no pueden ser simplemente una carga para sobrellevar. En un mundo como el nuestro, en donde casi todo parece poder ser reemplazado por otro producto, mercancía o servicio similar, esta última opción es muy poco atractiva. Incluso en la modernidad muchas comunidades judías se definían según una marcada diferencia respecto de las sociedades que tenían por contexto, de modo que el judaísmo como martirio permanente podía parecer una vía eficiente de preservar la identidad, especialmente si se consideraba la posibilidad de conseguir el paraíso futuro.
En cualquier caso, la ventaja que tenemos es que ya existen elementos para trabajar; la desventaja principal, que no hay una estrategia comunitaria para desarrollarlos. Se puede esbozar rápidamente un listado y una organización de algunos elementos provistos por la historia y la tradición judías que pueden contribuir a hacer más fácil el camino, pero nada reemplazará nunca, en las presentes circunstancias, la vía política, el debate sobre qué hacer. No es ningún secreto que ese debate no está dando resultados orgánicos o eficientes, excepto quizá en los grupos más fundamentalistas.
Repasemos, de todas formas, nuestras herramientas.
En primer lugar, el judaísmo se ha organizado en torno a dos formas principales de estructurar la vida judía: el relato histórico y la organización ética y moral. El relato histórico permite reconocer una continuidad pretérita que da sentido a las tradiciones y costumbres. Por supuesto, mucho de ese relato está contado como historia “verdadera”, pero es en realidad historia mítica, es decir, elaborada en un relato capaz de dar sentido al pasado y a la memoria. La gran ventaja de los grandes relatos míticos es que son fáciles de simplificar, fáciles de reproducir, fáciles de adaptar a cada auditorio, sin importar el nivel educativo (sea lo que sea eso) ni la edad. Herramienta número uno, por lo tanto, es que las políticas comunitarias contemplen la rehabilitación de ese relato. Para los tiempos antiguos, ya tenemos la Torá (en sus partes narrativas) y muchos otros relatos, sagrados y profanos. Para los tiempos que siguen a la destrucción del segundo templo, ya en la era común, tenemos muchas otras fuentes pero, si no se quiere profundizar demasiado, tenemos una sub-herramienta importante: la literatura. Podemos reconstruir los relatos a través de cuentos, novelas, anécdotas, canciones, poemas, refranes, sentencias... hay todavía mucha gente capaz de aportar elementos a tal catálogo, y gente también capaz de seleccionar de este catálogo lo que resulte interesante en el momento. La clave estaría quizás en no cometer el error de “cortar” la historia judía. Aunque no sea fácil, debemos recordar que no son sólo los relatos de la Torá ni sólo la historia de las persecuciones medievales y modernas y el nacionalismo judío (el sionismo) y el estado de Israel lo que hacen a la historia judía. Debemos enseñar la continuidad, porque en cada momento y lugar las comunidades judías comprendieron su presente y analizaron sus opciones de supervivencia en función del relato continuo, aunque no todos los intelectuales en cada época se dieran cuenta de esto. No importa que se sea o no creyente: todo judío debe al menos poder comprender una anécdota importante de la Torá, y al menos poder construir la evolución de su herencia a través de los siglos. Ni todas las religiones ni todas las culturas han presentado sus relatos míticos de esta forma, con sentido histórico, cronológico: es una peculiaridad de la ideología judía (y siempre da problemas de interpretación, por supuesto). Pero es una herramienta muy útil que no se debe dejar de lado.
Por su parte, en la propia Torá los elementos éticos y morales son siempre sumamente relevantes y buena parte de la vida judía se desarrolló pensando en estas cuestiones (también vinculadas con los relatos). De hecho, lo que actualmente podría llamarse “religión judía” se compone tanto de elementos de este tipo como de relatos con importante significado: esta es otra peculiaridad de la vida judía (no es exclusiva, por otro lado, pero sí es propia). La vida judía entrelaza permanentemente ambos niveles o espacios: hay gente más dedicada a uno, gente más dedicada a otro. Pero en cualquier tiempo un judío debía comprender que es posible establecer un vínculo entre un relato bíblico y una conclusión ética, una interpretación, una sentencia moral. Esta combinación es importante, porque el mundo cambia y la tradición (que de eso estamos hablando) debe adaptarse o acondicionarse. Otra herramienta a nuestro alcance es, precisamente, discutir y pensar la tradición, pensando y discutiendo qué significan para nosotros los preceptos éticos y morales, cómo los interpretamos.
Y la tradición judía se presenta de manera ordenada, tanto para la vida religiosa como para la vida más laica. ¿En donde ocurre eso? En el ritual de las celebraciones: las fiestas, el ciclo anual, la semana que culmina en el día sábado (recordemos que en la semana judía el día domingo es el primero de la semana). En cada espacio de este ciclo anual hay tradiciones particulares: comidas especiales (como el pan sin levadura en Pesaj), elementos particulares (como las cabañas de Zucot), partes prescriptas para la lectura de la Torá, formas definidas para recibir el Shabat y muchas otras. No propondré nunca que la gente crea “porque sí” en la importancia de estos ritos: sólo propongo que el ciclo ritual, interpretado de acuerdo al relato y a los contenidos éticos y morales, son también una herramienta táctica para pensar una política cultural comunitaria.
Estos son los elementos tácticos básicos. No son muchos. No parece que hagan falta más: la cuestión es que estén presentes. Además, siempre hemos dichos que la política cultural debe ser integral, y esto supone que ocurra en tres niveles simultáneos de la vida judía: en la vida personal, en la vida familiar y en la vida comunitaria.
Hay quienes dirán que es difícil encontrar tiempo en el mundo actual para preocuparse por el judaísmo. Pero eso solamente significa: “Para mí hay cosas más importantes”. La tarea política de dirigentes e intelectuales no es hoy convencer de una manera “correcta” o “verdadera” de vivir el judaísmo de cada quien, de cada familia, de cada comunidad. No. La tarea es precisamente movilizar el reposicionamiento de estas cuestiones: que la persona sufra y disfrute de la vida cotidiana, pero que lo haga pensando en el cuerpo de costumbres y tradiciones judías: la historia, la ética, los modos de sentir; que las familias tengan problemas familiares, pero que los piensen en relación con estos elementos también; lo mismo ocurre con las comunidades y sus luchas internas. Si una comunidad judía discute sin contenidos judaicos ¿de qué sirve que se llame judía? Si una comunidad judía reproduce esos contenidos sin crítica ni disputa política ¿de qué le servirán para enfrentar los desafíos del presente?
En resumen: historia, ética, moral, tradición, costumbre y arte judíos son los elementos tácticos de cualquier política comunitaria. Estos elementos deberían disponerse atendiendo a tres niveles básicos: persona, familia y comunidad. Y con los lineamientos estratégicos de los que hablamos en otro artículo: tolerancia, para ganar amplitud y no perder auditorio judío o potencialmente judío, y democracia, para que el resultado sea a la medida de las necesidades presentes de los judíos, y no de minorías presuntamente esclarecidas por la ciencia o la fe. Debe notarse que aquí no damos ninguna prescripción acerca de los contenidos, porque eso sería contradictorio: eso debe hacerlo cada comunidad, familia y persona, y los dirigentes o intelectuales pueden, eventualmente, sugerir elementos para pensar y debatir. Ninguna cultura viva tiene todas las respuestas, porque las respuestas son simplemente ese resultado de seguir existiendo.
Hay quienes creen que todo esto resultaría en una política cara y difícil. Difícil sí, porque las condiciones del contexto son malas para las identidades culturales, especialmente si no son elitistas y apoyadas por gruesas cuentas bancarias. Pero no es caro, porque los elementos ya existen, hay que recuperarlos, y el tiempo personal que se ocupe en ellos no es “perder el tiempo”, porque son contenidos que potencialmente enriquecen y hacen felices a las personas, reúnen a las familias y sostienen a las comunidades.
En cualquier caso, no debe olvidarse que estrategia y táctica de supervivencia cultural se establecen como se han establecido siempre en todas las culturas del mundo: de generación en generación (y de cambio en cambio). Prácticamente cualquier cosa que se haga tendrá como resultado un impacto en las generaciones siguientes, un aprendizaje, una necesidad o una renuncia. Sí precisamente el principal problema que se quiere combatir es que las generaciones más nuevas desaparecen del arco cultural judío, eso sólo destaca el carácter imperativo de enfrentar el problema con las herramientas más inteligentes de las que disponemos. Hay judíos jactanciosos que creen que los judíos son una especie de aristocracia del conocimiento, que es un rasgo característico la inteligencia. Siempre recuerdo un refrán judío que viene al caso: “Cuando un judío es inteligente, es inteligente; y cuando es tonto... es tonto”. Si estamos equivocados (el refrán y yo), estaré feliz de reconocer el error.