Economía, política y comunidad: las causas de la degradación de la base social
Es extraordinariamente sencillo creer que los principales problemas de la comunidad judía argentina son económicos. Cualquier observación comparativa de las instituciones judías que coteje, por ejemplo, la década de 1980 con la presente pintará un retrato bastante deprimente en este sentido. Tan deprimente que parece una pintura total del proceso.
Sin embargo, la economía sólo explica la disminución de las posibilidades de participación, pero no explica la disminución de la participación en sí misma. Porque el judaísmo es un fenómeno cultural, no puramente económico. Entonces, ¿qué ocurre? Ocurre que desde hace varias décadas se trata a las cuestiones culturales judías como una cuestión fundamentalmente económica y se ha relegado el aspecto más amplio, cultural y social, que integra a las personas con su comunidad y consigo mismas.
En otras palabras, dado que la gente no puede vivir sin espacios culturales (mirar televisión en casa, salir de compras, son ejemplos de un espacio cultural, muy pobre y degradado, pero espacio cultural al fin) y dadas las crisis sociales que siempre se viven en Argentina, muchos judíos argentinos han dejado de experimentar la cultura judía como una vivencia necesaria para transformarla en una vivencia posible entre otras muchas. Y como hay otras más fáciles, menos controvertidas, incluso más baratas de sostener, el judaísmo argentino entró en una competencia nefasta entre opciones de judaísmo “light”, opciones de judaísmo conservador-elitista y opciones de judaísmo religioso muy fragmentarias y dispersas, incapaces de reunir a un núcleo suficiente de masa social judía o capaces de hacerlo gracias a la construcción de espacios sociales regidos por dinero y opciones ideológicas que llegan del exterior.
Por otra parte, el nacionalismo judío, el sionismo, que fue durante buena parte del siglo pasado una de las principales líneas de reunión de fuerzas vivas de la comunidad ha perdido fuerza desde la creación del estado de Israel, y ello por dos razones: la base social del sionismo en Argentina se vinculó con el proceso de formación del estado, con la actitud activista del pionero, y nunca se adaptó del todo a la consolidación del estado. Por otra parte, pasó a depender mucho de las políticas de estado de Israel (lo cual es también una opción discutible, pero legítima). El problema se presenta a partir de una gradual modificación de la actitud del estado consolidado frente a las comunidades judías del resto del mundo. Principalmente desde la gran migración de judíos ex soviéticos, Israel ha adquirido, discursos aparte, las características propias de un estado auto-centrado y esto no contribuye a una reproducción de los viejos ideales sionistas en comunidades como la argentina, razón por la cual estos tienden a perder llegada y continuidad entre la gente. No desaparece el afecto, entiéndase bien, sino que se debilita la capacidad del sionismo para ser un agente integrador de la vida social judeoargentina.
No se trata de culpar al sionismo, al movimiento Jabad o al judaísmo conservador: el desarrollo de todos estos elementos es un síntoma (un síndrome) o un conjunto de efectos, no se trata de las causas de los problemas de fondo. El judaísmo en Argentina y (digámoslo de una vez) el judaísmo a escala mundial necesita reinventarse para seguir existiendo como una opción cultural de referencia. El gran problema es que su debilidad y eventual desaparición parece afectar cada vez menos a aquellas personas, a aquellas familias que en generaciones anteriores consideraban al “ser judío” como una parte integral de su naturaleza, y no como un evento accesorio de la personalidad.
Al transformarse gradualmente en un “accesorio”, la operación lógica es que puede ser reemplazado por otros “accesorios”. Ahora bien, para lo judío, como para cualquier cultura, lo que importa como imagen de su continuidad es precisamente “lo importante” (que también cambia) pero que no puede considerarse un accesorio más, sino en algo por lo que merece la pena trabajar y hacer para conservar.
Para ponerle un nombre, para lanzar al ruedo el problema, para debatir, yo diría que el desafío político es en la actualidad este: desarrollar lo importante para superar lo accesorio. La economía de las organizaciones judías como espacios de reunión, integración e intercambio es algo importante, no es un accesorio. Pero es, también, insuficiente. Sin la consolidación en la personalidad individual y comunitaria (no importa el número de individuos) de esta conciencia y esta presencia de la necesidad de lo cultural, de esta percepción de lo cultural como parte de la propia naturaleza del SER, la continuidad de la cultura y de la comunidad se hace muy difícil, no importa cuánto dinero esté o no esté disponible. En caso contrario, se produce el proceso conocido como aculturación, que desde la perspectiva interna del judaísmo remanente se percibe como asimilación de la base social al contexto social más amplio.
Crisis económicas en Argentina hubo y probablemente habrá, pero la comunidad judía estaba mejor integrada y era una opción cultural más sólida en tiempos de la hiperinflación de los últimos años ´80 que en el presente, e incluso la gente muy pobre y sin recursos materiales puede reunirse si es congregada por un pensamiento y un sentimiento en común. En conclusión: las causas últimas de la degradación de la base social de la comunidad judía argentina son culturales y sociales antes que económicas, aunque sin duda las dificultades económicas contribuyen a aumentar y a acelerar los procesos de debilitamiento.
Por supuesto, cuando decía más arriba que se impone “desarrollar lo importante”, esto implica asumir la discusión amplia de bases y contenidos, supone admitir la crisis y abrir la puerta al debate de una serie de conflictos y debates importantes para encontrar nuevas vías de acción. Se trata también de tomar el ejemplo de quienes vivieron crisis similares o peores en el pasado y ver qué resultados obtuvieron en sus intentos por superarlas.
Permítanme citar algunos ejemplos históricos para graficar la cuestión: entre los siglos quinto antes de la era común y hasta el siglo segundo de la misma, las dominaciones sucesivas de persas, griegos y romanos impusieron una transformación integral del pensamiento judío, tanto en lo legal como en lo doctrinal, permitiéndole desarrollarse en las geografías más diversas: este es el judaísmo post-tanaítico, el judaísmo del Talmud que sobrevivió a pesar de la completa destrucción de Judea por Roma, la “patria original” de la doctrina bíblica (“patria” es un concepto romano). Ya en la edad media, el judaísmo se adaptó de manera diferente en Europa, África y oriente medio (en la cristiandad que lo discriminaba y en el islam que lo absorbía). Ya en las puertas y durante la modernidad aparecieron el jasidismo, el iluminismo judío, el socialismo judío, el sionismo.
Siempre diferente... y siempre lo mismo... siempre se trató de aprender de las circunstancias para plantear alternativas de acción. Es a partir de la segunda mitad del siglo XX que el judaísmo ha venido mostrando cierta incapacidad de dar respuestas a la aculturación. Sin embargo, nadie de entre quienes libraron estas batallas culturales del pasado conocía el resultado de su lucha: algunos triunfaron, muchos fracasaron... todos, en algún punto, cometieron errores. No seremos la excepción, siempre y cuando decidamos dar batalla. Si la respuesta es negativa... Vae victis!