Economía y comunidad: primeras cuestiones
Cuando pensamos en la actualidad de la vida comunitaria judía es fácil sentirse preocupado. Es fácil incluso sentir que hay muchos problemas importantes que no tienen solución. Estas sensaciones, lejos de ser una cuestión personal, tienen un fundamento importante en la observación de la realidad. Incluso podría decirse, siquiera intuitivamente, que aquellas personas más preocupadas por el estado de la vida comunitaria sienten con más fuerza esta especie de desconsuelo por las situaciones de empobrecimiento social, cultural e institucional que pueden ver en su actividad cotidiana.
Las que en el pasado fueron grandes instituciones comunitarias (sociales, deportivas, culturales, educativas y políticas) durante las últimas décadas han venido atravesando crisis económicas cada vez más importantes, mientras que la base social de participación con la que contaban, tanto en cantidad como en intensidad, ha ido disminuyendo sensiblemente. Aunque sin duda las crisis de todo tipo que se viven en el país afectan a las instituciones judaicas, es ya innegable que hay otros factores que han influido para alcanzar esta situación.
En este contexto, para jerarquizar las posibilidades de acción política y social ¿a qué debemos atender primero? Lógicamente, muchas necesidades económicas son urgentes e inmediatas pero, en buena medida, no es sensato esperar que las instituciones se recuperen por sí mismas cuando su base social se debilita: se trataría de un ciclo descendente compuesto de dos problemas superpuestos. En primera instancia, el ajuste necesario para seguir funcionando disminuye la posibilidad de ampliar la base social de participación. Pero como, en última instancia, las personas que constituyen esa base social son los principales contribuyentes para la sustentación económica de las instituciones, el círculo terminará siempre por reproducirse con una tendencia a la baja.
Durante años se han buscado soluciones de emergencia en fondos venidos del exterior o de fundaciones privadas, o se han solicitado “esfuerzos extraordinarios” a la base social remanente. El resultado ha sido, generalmente, que ese salvavidas ha resultado ser un lastre importante para la movilidad de las organizaciones. Con este panorama, no es extraño que hayan ganado espacio organizaciones internacionales que sin duda representan una alternativa válida de judaísmo contemporáneo (dejando de lado cuanto nos gusten o no su ideología y sus contenidos), pero que poco tienen que ver con las características de la vida judía en Argentina tal y como se desarrolló a lo largo del siglo XX.
Considero que aquí se debe hacer una primera observación sobre condiciones que no son económicas. A lo largo de su historia, las comunidades, sus tradiciones y costumbres, sus reglas, normas y códigos, los modos de hacer, sentir y pensar que guardan y reproducen, cambian. Antes o después, debido a sus condiciones internas o a la interacción con el entorno social o natural, las comunidades humanas cambian. Deben cambiar, en realidad, porque la adaptabilidad y conservación de los sujetos que las componen dependen de esta capacidad social de modificar sus contenidos y actividades.
La conciencia de este hecho sociológico es muy útil para pensar en lo que debe hacerse con los problemas comunitarios, porque cualquier posición conservadora (o meramente preservadora) termina por ser un obstáculo en el con texto de sociedades que cambian muy rápidamente. En general, consideramos que los cambios son positivos o negativos cuando se evalúa que las condiciones precedentes eran peores o mejores que en el momento de evaluar, y es la sensación de que “antes las cosas estaban mejor” las que nos permiten hablar de crisis.
Esta es una dimensión subjetiva, pero que se apoya generalmente en observaciones objetivas. Lo que interesa, finalmente, es lo siguiente: frente a estos cambios ¿qué es posible hacer? En la enorme mayoría de los casos, ya que tratamos con comunidades cuyos cambios son principalmente heterónomos (es decir, que no dependen principalmente de sus condiciones internas, sino de las condiciones externas), la capacidad de acción se verá limitada. Pero es más limitada todavía sí se adopta una actitud cerrada respecto de la posibilidad de buscar nuevas posibilidades de acción social. Así, la tendencia será intentar resolver los problemas que están más a mano. Sin embargo, con esta decisión reproducimos el círculo de ajuste del que hablábamos más arriba, porque las soluciones más inmediatas serán también las que menos responderán a los problemas de base.
Por otro lado, parece totalmente insensato desatender las urgencias económicas porque, de hecho, esas urgencias son ya la parte principal del contexto de las instituciones y organizaciones comunitarias judías. Se ha pasado (creo en realidad que hace largo tiempo) un punto de no-retorno: ninguna aportación individual, en lo económico o en lo político, puede siquiera moderar la situación; es necesario comprender que se impone un cambio de políticas institucionales. Mejor dicho: los cambios en las políticas institucionales se han venido imponiendo desde hace mucho, debido principalmente a las urgencias administrativas. De lo que se trata ahora es de plantear alternativas para que la comunidad judía argentina en sus organizaciones retome al menos el control político de las decisiones que la afectan.
De lo que hablo ahora es de una reorganización política y social, ideológica y práctica, que permita nuevas acciones de intervención para que la comunidad disponga de una renovación en sus bases sociales. Sí nos atenemos solamente a la situación económica, esto parece imposible. Sí atendemos a la renovación de los sectores que han dedicado su esfuerzo a la vida comunitaria, la situación parece todavía peor: no hay un recambio generacional con una consciencia del proceso que permita creer que se aproxima un cambio de políticas y directivas.
Pero pongamos las cosas en una perspectiva diferente, y veremos que tal vez haya luz en el fondo del túnel.
Algo que ha enorgullecido al judaísmo tradicional ha sido la longevidad y la permanencia de sus relatos básicos, sus tradiciones y sus costumbres. Siempre repetimos: a pesar de las persecuciones y el odio, a pesar de las matanzas, seguimos aquí. Resulta paradójico y desconcertante que justo en nuestro contexto actual de la comunidad judía argentina, en el cual no sufrimos particularmente persecuciones religiosas, racistas o ideológicas, no recurramos a este mismo discurso. ¿Por qué sería ésta crisis peor que la inquisición o el nazismo? ¿Por qué es más desesperante tener que cerrar escuelas y ajustar economías institucionales que ver como los pogromos arrasan aldeas enteras?
La pregunta es retórica: esta crisis ES peor y ES más desesperante porque es NUESTRA crisis y, lo que es más grave, porque intuimos que algo en la comunidad judía ha perdido voluntad de pelear por su propia continuidad. Vivimos un judaísmo algo cansado de su propia existencia, le cuesta encontrarse sentido a sí mismo. Hasta que no identifiquemos a qué se debe esa apatía, ese entregarse a la disolución y el olvido de las tradiciones, costumbres y relatos no habrá ninguna política institucional ni comunitaria efectiva, la economía de las organizaciones no se saneará ni la base social se recuperará.
Ciertamente, no me importa aquí la cuestión de la CANTIDAD de participantes, sino la CALIDAD de la participación y la sensación que tengan esos participantes de hacer algo que realmente quieran, que no tengan más opción que querer. Por esta razón, las opciones que pueden presentarse no son necesariamente caras en términos económicos, aunque serán necesariamente intensas en términos políticos. Hay que atreverse a tomar decisiones, porque es la única manera de enfrentar los problemas con autonomía. Esto asegura la aparición de peleas y conflictos, pero de eso se trata la política: de discutir y tomar decisiones en el contexto del disenso. Sin antagonismo habría puro consenso, que no necesita de política alguna.
A lo largo de la historia de las comunidades judías, algunas han tenido éxito en la supervivencia y otras han desaparecido pero, es importante señalarlo, el número y la riqueza de sus integrantes no siempre ha sido el factor decisivo. No obstante, vivimos en una época en la cual la fuente de los problemas, la fuente también de esa desgana de ser judío, es muy diferente a las de tiempos pasados. Es una respuesta diferente la que se impone: las recetas viejas ya no sirven, es necesario ser creativos en nuestras políticas institucionales, tomar riesgos, enfrentar nuestros prejuicios y renunciar a algunas de nuestras preferencias para que la vida comunitaria argentina siga teniendo cuerpo y sabor. Es preocuparse por el presente atendiendo a las condiciones del presente, recuperando aquellas cosas que en el pasado nos permitieron llegar hasta aquí.