jueves, 5 de marzo de 2009

¡Extra, extra!

¡Últimas noticias! ¡Primicia absoluta!
Un colaborador de “El Partisano (cultural)” descubre el origen de la actual “ola de antisemitismo”. Le cedemos el micrófono (a ver si lo suelta antes de la hora del café). "Hola. Soy judío. ¡Shalom! (¿ven?) Tan judío como usted (no sé quien es usted, sí usted no es judío, no se ofenda: “Judío” no es un insulto). Soy judío, le digo, lo he sido toda mi vida, quiero seguir siendo judío. Probablemente moriré algún día, y espero morir judío e ir... a donde va todo el mundo. Siendo judío, no me gusta el antisemitismo (preferiría decir antijudaísmo, pero así nos entendemos). No me gusta para nada. No me gusta que me digan “Moishe” con el tonito racista que se usa para decir “bolita” o “paragua” o “brazuca”. No me gusta que utilicen, como si fuera un pleonasmo, la expresión “judío de mierda”. Al margen de lo verbal, no me gusta que me tiren piedras, no estoy particularmente interesado en que violen a mi madre, hermanas o esposa(s); tampoco disfruto la perspectiva de ser torturado en una celda inquisitorial ni me seducen vacaciones pagas en un campo de exterminio. Créanme, no me gusta el antisemitismo en ninguna de las formas prácticas, discursivas o simbólicas en que suele aparecer. Por eso precisamente escribir este artículo me resulta difícil, porque he estado escuchando acerca de la “ola de antisemitismo” que hay en el país. Siendo que no me gusta lo antisemita, soy un tipo sensible a sus manifestaciones y, la verdad, no he visto tal ola. Entiéndanme bien, no digo que no exista antisemitismo en Argentina en el año 2009, digo que no se ha expresado particularmente una ola de ataques de algún tipo contra la población judía. No he visto más antisemitismo que en otros tiempos, incluso, la verdad, veo menos. Veo gente, eso sí, que con buena, mala o peor intención sigue confundiendo las políticas del estado de Israel con la “esencia de lo judío”, en la forma del sionismo (no soy sionista tampoco, sólo soy judío). Pero la gente tiene derecho a expresarse a favor del pueblo palestino, tengan o no la razón, como yo tengo derecho a expresarme a favor de los derechos humanos en cualquier situación en la que sean maltratados: Kosovo, Darfur, Tibet, Guantánamo, Libia, Italia, Chechenia y muchas etcéteras. En imágenes más clásicas. No veo patotas de skinheads trazando miles de svásticas en cada puerta de la ciudad; no veo huliganes apedreando negocios en el Once ni incendiando sinagogas; no veo neonazis en cada esquina proclamando que Hitler tenía que haber ganado (si no fuera por los poderosos y traicioneros judíos, claro); no veo escuelas judías amenazadas con bombas a cada rato; no veo en la televisión a los judíos siendo comparados con ratas. El gobierno no ha echado la culpa a los judíos por el conflicto con el campo, ni por los efectos locales de la crisis económica mundial. Por el contrario, ha dictado orden de expulsión contra el “obispo” lefevrista que puso en duda el exterminio nazi. Recuerdo con mucho dolor aquel julio fatídico de 1994. Mucho agua, lágrimas y sangre corrieron bajo el puente desde entonces, pero a pesar del encubrimiento del gobierno menemista y las conexiones locales y las dudas sobre las pistas exteriores... no se habló entonces de “ola de antisemitismo” (al margen de que varios colaboradores cercanos a Menem eran judíos o "de origen judío"). Hoy, no veo razones objetivas para hablar de “olas” de antisemitismo. Insisto, no quiero insinuar que se han agotado los prejuicios racistas en nuestro país, pero hay muchos grupos que la pasan infinitamente peor que nosotros en cuanto al respeto por su condición de minorías y de sus derechos: bolivianos, paraguayos, gente muy pobre, hinchas de Racing... y nadie habla de “olas” de antibolivianismo, antiparaguayismo, antimiserabilismo o antirracinguismo (salvo, quizá, en la “otra mitad” de Avellaneda). Soy judío, no me gusta el antisemitismo y lamento decirles esto: creo que esta vez los prejuicios antisemitas los tenemos nosotros, los judíos y en nosotros está el origen de esta “ola” actual. Por lo menos una partecita. Antes de dejar de leer enojado haga un ejercicio de tolerancia. Piense, respire y piense. Sí le digo esto es porque me interesa el bienestar de los judíos (por lo menos de la gran mayoría) y porque me interesa que estemos protegidos contra lo que considero son los verdaderos peligros de hoy en día. Creo que el problema actual tiene dos partes. Una es política y superficial; la otra es cultural y muy profunda. En la primera parte del problema, tenemos una serie de prejuicios que oponen al judío medio con el actual gobierno (no soy Kirchnerista ni Fernandista de ninguna hora, nunca fui peronista). El judaísmo argentino actual es básicamente un judaísmo de esa clase media comercial y profesional, profundamente urbana e individualista, y sus prejuicios son los que suele tener esta clase social: los gobiernos que tienen tintes populistas o nacionalistas le desagradan... y si son peronistas, peor. No voy a hacer aquí un análisis histórico de este prejuicio, pero lo cierto es que no se debe asociar alegremente una ideología política con un prejuicio de algún tipo. Creo que, en alguna medida, este rechazo político actúa como caldo de cultivo para la presunta “amenaza” gubernamental o popular (populista) contra los judíos. Insisto, no veo ningún dato objetivo que avale esta postura. Los gobiernos van y vienen, este pasará como han pasado otros... esta parte me interesa menos. Pero la segunda, la parte cultural... no les voy a mentir: esta parte me tiene muerto de miedo. Y es que la cultura judía argentina se ha empobrecido mucho, se ha distendido mucho y se ha fanatizado mucho. Hoy en día, quien no es judío “muy religioso” o, al menos, “severamente conservador” en lo religioso, tiene pocas herramientas culturales para definirse como judío: la cábala, el colegio de los chicos, el club, algunas festividades, poco más. Pero siempre queda esa herramienta terrible para definirse como judío: “Ser judío es que los demás te odien por ser judío”, me dijeron una vez. En esta postura, no es que haya una ola más o menos grande de antisemitismo: es que alguna gente la necesita para “surfear” con su judaísmo a cuestas. En estas condiciones, el antisemitismo no es la “ola”, sino la tabla que nos mantiene a flote. Esto les vengo a decir ahora: está muy bien que nos protejamos contra algún nazi de turno; mejor aun si queremos estudiar todo el día la Torá (un tercio del día, otro tercio para el Talmud y otro tercio habrá que trabajar), me parece fantástico si muchos quieren defender una postura sionista, o un judaísmo laico y progresista, intelectual o artístico. Lo que me parece mal es que perdamos todo apoyo para la identidad judía que no sea el odio de otros (de unos “otros” cada vez más nebulosos).
No puede ser que nuestros tres (o seis) milenios de historia se agoten en las matanzas y las persecuciones: son importantes, no debemos olvidar sus causas ni sus consecuencias, pero el acervo cultural judío es infinitamente mayor que eso.
Dejenme que lo grite: El judaísmo no empezó con el genocidio nazi, no dejemos que termine con él.
Tenemos que volver a disfrutar la condición judía, ser un poco como el jasid y como el pionero jalutziano: vivir el judaísmo a través de la vida entera, del trabajo diario, y, también, a través de la alegría del ser. Con esto me quedo para terminar: judaísmo debe ser también alegría, no sólo tristeza. Felices por ser judíos, si llegan a venir verdaderas “olas de antisemitismo” estaremos mejor preparados para enfrentarlas con entereza y dignidad. La dignidad de ser judío puede ser algo solemne, si quieren, pero tiene que ser también profundamente vital. Y a esa alegría, y a esa vitalidad judía que debemos recuperar, he dedicado estas líneas. Compañeros de “El Partisano”, muchas gracias, les devuelvo la conexión...