Por A. Soltonovich
Introducción
Este artículo no tiene fines doctrinales, sino solamente explicativos y de planteamiento de debates. En alguna medida, es un resumen de las conclusiones generales de mi tesis de maestría, que espero publicar próximamente. No intenta negar al sionismo, ni su validez como expresiñon de la vida judía, tampoco defenderlo a ultranza: lo asume como parte integrante de la historia judía reciente, que es una parte de la historia humana reciente y, como tal, como un proceso con consecuencias esperables y de consecuencias inesperadas.
La distinción entre sus luces y sus sombras no alude a los contenidos éticos o morales del movimiento y sus diversas ideologías; alude, por el contrario, a lo que en él es o parece evidente y a lo que en él se encuentra velado porque el conocimiento sociológico que es necesario para su interpretación pocas veces se encuentra al alcance de las personas que interactúan con el sionismo en sentido práctico. Lógicamente, como el lector interesado ya conoce lo que es conocido, siquiera tangencialmente, nos centraremos en las "sombras", aquello que poco tiene de evidente.
Para dar contexto a las situaciones actuales, y sin intentar recorrer toda una larga y compleja historia, se ha dividido la presentación en tres partes: luces y sombras en los orígenes, en el proceso de formación del estado de Israel y en la actualidad. Estas tres partes serán publicadas de manera sucesiva, para que los archivos resultantes no sean excesivamente largos.
Cómo últimas aclaraciones, este artículo no trata sobre los conflictos entre árabes e israelíes, palestino e israelíes, o judíos y no judíos. Este artículo trata de las relaciones entre el sionismo y el judaísmo, es decir, entre partes integrantes de la judeidad. Cuando digo aquí “judeidad” me refiero a todo el amplio espectro de manifestaciones de la vida judía. Creo no mentir cuando digo que el concepto de "judeidad", al menos en este contexto, es una definición creativa que comparto con el Dr. F. Fischman, antropólogo. De todo los demás son responsable exclusivo.
Primera parte
Luces en los orígenes del sionismo
El sionismo pareció ser la respuesta a una pregunta difícil: ¿Qué debía hacer el pueblo judío para terminar con su condición de pueblo paria, de cultura despreciada, de individuos discriminados por su origen étnico o su vocación religiosa?
La respuesta que dio el sionismo en sus primeros años, allá en el último cuarto del siglo XIX (apenas una fracción en la larga historia judía) fue realmente interesante: supuso que la judeidad podía recurrir a los mismos elementos que parecían haber fortalecido a las sociedades europeas desde la disolución del feudalismo, es decir, supuso que la solución al problema de la diferencia de los judíos no consistía en negar esas diferencias, sino asumirlas como causas para el desarrollo de una identidad nacional. Porque el estado nacional parecía dar un marco adecuado a los problemas judíos: el estado organiza el ordenamiento jurídico, y un estado judío no tendría un conjunto de leyes básicas basadas en la discriminación de los judíos; el estado tendría sus propias fuerzas de defensa y seguridad que, siendo judías, no reprimirían a los judíos, sino que los protegerían; la economía del estado judío sería una economía realizada enteramente por judíos, resultando que no se abusaría del judío ni tampoco se lo acusaría de prácticas fraudulentas o dolosas por su presunta “naturaleza”; la religión dominante en el estado judío sería la fe mosaica en algunas de sus formas, evitándose la discriminación religiosa, el gueto y las acusaciones basadas en diferencias teológicas.
En este sentido y considerando la discriminación política, social, religiosa, cultural a la que se encontraba sometido el judío medio en las comunidades europeas, el sionismo era una respuesta interesante sin duda: constituía una esperanza cierta, una oportunidad de libertad y autonomía. Estas no son luces menores y, en el contexto del que hablamos, nada tienen de irracionales.
Pero hubo otras razones, secretas incluso para los padres y madres del sionismo, que influyeron en el desarrollo de los acontecimientos y que determinaron en parte el curso de la historia judía durante el siglo XX.
Sombras en el origen del sionismo
En primer lugar, los creadores del movimiento sionista no reconocieron una cuestión importante: la población judía no era homogénea, ni tenía los mismos problemas. Había una población europea occidental, urbana, con tendencias cosmopolitas, para las que el estado judío podía ser la respuesta para escapar de la discriminación ideológica, porque el pueblo judío ocuparía su lugar entre las restantes naciones occidentales. Pero había también una población europea oriental, para la cual el estado judío sería la respuesta para salir de la persecución práctica y, en no menor medida, para escapar de la urgente carencia de recursos. Estas diferentes necesidades tuvieron importantes consecuencias en las colonias que comenzaron a integrar el sionismo realizador.
En segundo lugar, los creadores del movimiento sionista no pensaron en las complejidades geopolíticas que implicaba la ayuda de los gobiernos occidentales para la realización del proyecto: el mundo estaba, de una u otra forma, ya casi completamente ocupado por seres humanos y, especialmente, pro pretensiones imperiales de jurisdicción, las famosas “áreas de influencia”: el desierto y los polos no eran opciones, de modo que incluso la mejor voluntad de los grandes imperios coloniales (Inglaterra, Francia, Italia, Rusia, el imperio Austro-húngaro, o el Otomano) daría como resultado algún conflicto de intereses territoriales y estratégicos, como efectivamente ocurrió. Lógicamente, la alianza (débil, a menudo traicionada) con algunas de estas potencias coloniales, implicó el enfrentamiento con aquellas potencias que eran rivales de las primeras e imprimió a la ideología sionista un giro discursivo que la asociaba a los valores occidentales en cuanto a las relaciones con otros pueblos. Creo que es excesivo decir que el sionismo fue una forma de imperialismo, pero creo que es posible decir que era una estrategia de colonización asociada al imperialismo europeo occidental.
En tercer lugar, y ya entramos en terrenos todavía más alejados del sentido común, el pensamiento sionista no consideró suficientemente las implicaciones de su proyecto sobre la judeidad. Existen dos importantes razones para esto. Por un lado, los actores sociales raramente logran visualizar consecuencias posibles más allá de la ideología en la que desarrollan sus estrategias. Simplemente, son incapaces de ver consecuencias a largo plazo, porque el interés inmediato domina las tareas del presente. Esto no es una acusación, es una descripción de la ideología sionista en sus orígenes. Por otro lado, a fines del siglo XIX y principios del XX no existían o no se habían divulgado suficientemente los avances científicos que permitirían una interpretación más completa de los fenómenos sociales. En este sentido, los fundadores y realizadores del sionismo en sus orígenes no consideraron con bastante profundidad las consecuencias del nacionalismo. Porque la creación de un estado nacional no solamente supone la existencia de una soberanía territorial y jurídica y una población homogénea en algún sentido (cultural, religioso o étnico). El estado nacional también supone el acceso a una categoría de relaciones entre diferentes pueblos y sociedades que no es gratuita, sino que exige profundas transformaciones en los pueblos que se proponen o aceptan integrar la categoría. El nacionalismo y la nación, suponen no sólo la autonomía política, sino también la adecuación de las formas políticas, económicas y jurídicas. La base de la ley en las colonias judías y, luego en el estado de Israel, no fue la Torá y el Talmud, sino las leyes británicas u otomanas. La organización del sistema político no tuvo como base las antiguas tribus o la confederación de Samuel, ni mucho menos la monarquía de David y Salomón. El sionismo se propuso una organización política moderna porque era parte de su ideología, pero también porque era la única compatible con el estado nacional. La organización económica no se basó en las prácticas comunitarias sino que, de uno u otra forma, busco su integración al mercado interno y externo que evolucionaba rápidamente hacia el capitalismo y la producción de excedentes. Estas “elecciones” son en realidad necesidades, pues de otra manera el proyecto habría fracasado. El gran problema es que el estado nacional vincula la vida social al capitalismo y la producción de mercancías. De hecho, la lógica del sistema no es sólo la continua persecución del beneficio económico personal, sino también, entre otras cosas, la continua expansión del mercado, que convierte en mercancías bienes que antes no lo eran. Esto afecta a los bienes culturales y simbólicos tanto como a los clavos y a los zapatos y es incompatible con la judeidad, a la que desintegra para reintegrarla como series de mercancías.
En cuarto lugar, el sionismo introdujo una lucha silenciosa entre sectores judíos ideológicamente dispares. Los promotores del movimiento sionista pretendían no sólo una “solución” para los problemas judíos. También querían un cambio de conciencia judía, que introdujera plenamente en la judeidad los valores y modos de la modernidad (íntegramente vinculados con las consecuencias señaladas en el punto anterior). No sólo querían una respuesta para el judaísmo, querían una respuesta del judaísmo en la aparición de un “nuevo judío” y un “nuevo judaísmo”. Esta decisión, perfectamente válida y comprensible, incluso legítima, incurrió en el frecuente inconveniente de considerarse a sí misma como la “única opción posible”, “la única opción razonable” o “la necesidad histórica”. Estas posiciones ya no son tan válidas ni legítimas, aunque sean comprensibles por la influencia de la ideología de la modernidad.
Sobre estas cuatro formas de las “sombras” en el sionismo continuaremos analizando su evolución en las dos partes restantes del artículo.