martes, 10 de marzo de 2009

El sionismo: luces y sombras de la intersección entre el nacionalismo judío y la judeidad (segunda entrega de tres)

Por A. Soltonovich Segunda parte
Luces del sionismo en el proceso de formación y consolidación del estado de Israel En el contexto que tratamos aquí, el proceso de formación del estado de Israel no termina con la declaración formal de independencia. El proceso se extiende durante un par de décadas en lo que puede llamarse la etapa de consolidación del estado, que no sólo comprende la defensa armada del territorio, sino la configuración de los sistemas jurídicos, políticos y económicos a escala local e internacional. El periodo comprende los años que van desde la última ola migratoria hasta aproximadamente finales de la década de 1960. Sin duda alguna, el gran desarrollo alcanzado rápidamente por el proto-estado y el estado a partir de 1948 parecieron justificar la defensa de la utopía sionista original. Ciertamente, los ideales políticos del sionismo obtuvieron su mayor impulso por causa del genocidio nazi y el éxito sionista funcionó como una demostración práctica de la propia prédica sionista: el judaísmo no podía sobrevivir como cultura en otras naciones, y el estado de Israel era la única garantía contra futuros genocidios. Nuevas vertientes del judaísmo, modernizadas, actualizadas, florecieron en muchas comunidades judías, y esto contribuyó a la riqueza cultural del judaísmo. La lengua hebrea fue rescatada para su uso no-litúrgico y la juventud judía interesada en formar parte de la realidad social de sus respectivos países encontraron en los movimientos judíos nacionalistas un espacio ideal para combinar su identidad cultural con prácticas sociales modernas. Al mismo tiempo, los judíos que veían con cierta indiferencia las prácticas culturales y sociales del judaísmo tradicional encontraron también en el sionismo la confirmación de que una nueva forma de identidad judía era posible. Un judaísmo laico, progresista, amante de las ciencias y las artes pudo florecer también y la presencia del proto-estado primero y del estado después revitalizó las relaciones entre las comunidades dispersas, creando espacios de opinión y de ejercicio para la judeidad. Por primera vez en muchos siglos, el judaísmo parecía reunificado e incluso las vertientes religiosas más conservadoras debieron conectarse en un sentido u otro con el resto de la judeidad, porque la presencia potencial y efectiva del proyecto sionista a casi nadie dejaba indiferente. Muy rápidamente, nuevas vertientes religiosas se desarrollaron, anticipando las actuales variantes nacionalistas e internacionalistas del judaísmo religioso, tanto ortodoxo como conservador y reformista. Sombras del sionismo en el proceso de formación y consolidación del estado de Israel A pesar de todo esto, el propio éxito del sionismo contribuyó a ocultar una serie de problemas a los que la judeidad debía enfrentarse, y para los cuales el propio sionismo no tuvo respuesta alguna, porque ni siquiera había sido capaz de apreciar estas cuestiones como problemas (véase la primera parte y el artículo “los problemas en problemas” en este mismo Blog). El golpe sufrido por el genocidio nazi fue tremendo para la pluralidad de expresiones judías y el carácter centralista de la prédica sionista no era un medio eficaz para la defensa de esta pluralidad. La necesidad de alinear al judaísmo con el estado de Israel supuso que se hiciera caso omiso de las condiciones demográficas que resultaron para el judaísmo al terminar la segunda guerra mundial. Las comunidades sefardíes habían sido reducidas a una expresión mínima y la mayor parte de la población judía mundial se concentró en países en los cuales las comunidades eran relativamente nuevas (en comparación con la historia judía europea) o en sistemas en los cuales el estado comenzó a reprimir las diferencias culturales (como fue el caso de la URSS y el bloque comunista en general). El sionismo práctico, muy atareado con la supervivencia del estado, no tuvo respuesta eficaz para esta situación, como no la tenía la judeidad en su conjunto. Por el contrario, se reforzaba la idea de la centralidad por vía práctica. Las lenguas que tradicionalmente habían sido habladas por las comunidades judías se debilitaron muchísimo, debido al éxito de la divulgación del hebreo y a la tendencia de los estados nacionales a restringir el número de lenguas y dialectos particulares que se hablan en cada nación. El Yiddisch, el ladino y el árabe –si, el árabe– desaparecieron como lenguas tradicionales judías y con ellas tendieron a extinguirse melodías y géneros musicales, poéticas y danzas, gastronomías, al menos en el campo popular. En este sentido, esas prácticas judías se degradaron de fuerzas vivas de las comunidades a recuerdos vagos o materia de especialistas. Culturalmente ya en esta etapa era posible registrar que el éxito político del sionismo conllevaba una degradación cultural de la judeidad. No se trata de una “culpa” del sionismo, ni de una ceguera forzada. Simplemente, así como el ideal nacionalista judío era parte de las tendencias sociales de su época, así también la desaparición de las culturas no-dominantes era una marca registrada del siglo XX. Sólo señalamos aquí que la vitalidad del sionismo ocultaba la degradación de la vida comunitaria, aunque la relación lógica entre ambos procesos, que sin duda existe, es mucho más compleja y profunda. Dentro y fuera de las fronteras israelíes, a pesar de la permanente fragmentación, la cultura judía tendió a homogeneizarse y, lo que es mucho peor, a volverse menos atractiva que la cultura dominante para quienes crecían en estas comunidades debilitadas culturalmente. Los procesos de asimilación y reducción demográfica (que hoy son evidentes para quienes quieran observar el estado de la mayoría de las comunidades judías de cierta importancia) tienen sus raíces en la propia modernidad. Y el sionismo es, como se ha dicho, un fruto directo de la ideología moderna, incapaz en buena medida de considerara la pluralidad cultural como un valor humano y una riqueza social. Incluso dentro de Israel, las fuerzas vivas de carácter religioso cambiaron para adaptarse a las necesidades del nacionalismo, conformando partidos políticos o utilizando el discurso religioso para justificar determinadas políticas públicas. La existencia de estas agrupaciones sociales demuestra que el sionismo por sí mismo no rechaza la pluralidad. Pero ocurre que está en su naturaleza social adaptar y reducir esa pluralidad para caber en el marco de instituciones y organizaciones. Estas organizaciones, en última instancia, reducen esa pluralidad a variaciones de la propia vida política y económica, antes que ampliarla como bienes culturales de un pueblo y de la humanidad. El daño más agudo que causa esta situación es la pérdida del sentido y del objeto. Buena parte de la población que nace en las comunidades judías, y también en Israel, son educadas o eligen caminos vitales en donde “ser judío” no reviste ninguna especificidad, ninguna característica singular. El sentido de vivir en comunidad se disuelve por este camino, y también por otro más peligroso todavía. A medida que la persona judía es alejada de su identidad (es decir, cuando no encuentra más motivos para sentirse parte de una comunidad cultural y social específica) las únicas conexiones que van quedando son las particularidades judías que hay en el mercado. Comer comida judía deja de ser cocinar comida judía para comprar comida judía; escuchar o tocar música judía deja de ser una practica popular para ser un consumo característico; incluso el formar una familia judía pasa a ser en ocasiones una obligación más que una sensación de preferencia personal. La educación judía y la vida social judías ya no pueden ser simplemente “vividas”, sino que deben ser adquiridas por un precio en un mercado cuya oferta es reducida. También en Israel las concesiones a los sectores culturalmente conservadores suponen una especie de resignación social antes que el disfrute de una característica particular. En definitiva, el proceso de consolidación del estado de Israel no supuso un fortalecimiento de la cultura judía mundial, sino que más bien acompañó su proceso de debilitamiento. A esto se agrega que la posición comprometida del estado en términos geopolíticos no ha contribuido a mantener la cohesión interna entre las diversas posturas judías respecto del sionismo y del nacionalismo judío. Las diferentes posturas respecto de las políticas de estado llevadas a cabo por Israel causaron una constante efervescencia que todavía continúa, pero debajo de la cual no hay una auténtica discusión sobre la vida judía. Además, los argumentos que se esgrimen en este sentido suelen ser muy pobres y a menudo son malintencionados. Hasta hace algunos siglos apenas el mundo musulmán era un refugio para los judíos, pues las persecuciones más importantes se daban en el ámbito de la cristiandad (pensemos en la inquisición, las expulsiones, los pogromos, los guetos, la calumnia de la sangre). Por conveniencia política del sionismo, esta historia judía ha pasado a un segundo plano, y el Islam o el arabismo son ahora las mayores amenazas. Sin embargo, si se mira atentamente la situación de la judeidad, se verá que las mayores amenazas provienen de las tendencias de esta cultura contemporánea, globalizada y feroz, que no se detiene en las fronteras de las comunidades ni tampoco necesitan visado en las fronteras nacionales. El sionismo como ideología, por razones históricas, no ha sabido reaccionar ante estos problemas del pasado reciente, que continúan y se multiplican en la actualidad.