(Reflexiones para leer antes de la borrachera)
Indudablemente, la antigüedad de una tradición, un relato, una costumbre, les aporta un sabor particular. Sólo la idea de que una misma historia se ha venido contando durante siglos con el contenido más o menos intacto da algo de vértigo, porque nos sienta alrededor de un fuego circundado de oyentes, niños o adultos, de muchas generaciones atrás. La idea de que un mismo relato se presenta cíclicamente en la historia, en este caso en la historia judía, nos da una idea de nuestra edad real. No de esa edad mentirosa del documento de identidad y las células del cuerpo, sino la edad de la experiencia compartida y repartida que es la tradición judía.
No obstante, los tiempos cambian. Los jóvenes de nuestros días tendrán problemas para comprender las antiguas trapisondas de sus ancestros culturales si los adultos no contribuimos para que los contenidos del pasado se entronquen y den fruto en el mundo del presente.
Esta idea es particularmente relevante para la fiesta que viene, Purim, porque es un texto que transcurre mucho más cerca de nosotros, unos setecientos años más cerca que las correrías de Moisés por el desierto, y unos cuatrocientos años más cerca de la división de las tribus de Israel en Judea , con capital en Jerusalén, e Israel, con capital en Samaria (De hecho, para cuando llega el relato de Purim, el reino del norte es ya un recuerdo y el primer templo, el de Salomón, una ruina en el corazón de Judea). Esta relativa cercanía, y su calidad de relato en donde Dios no interviene para nada, permiten un análisis particular, en donde la interpretación no se acerca tanto a la blasfemia. Recordemos de paso que es una característica de los relatos bíblicos hebreos es que Dios interviene cada vez menos en los asuntos políticos y humanos, quizá porque en relatos más recientes es menos fácil hablar de acciones de la providencia y de milagros que en la antigüedad consolidada en la leyenda y el mito.
Sin embargo, es un relato antiguo todavía y algunas de sus partes integrantes, como ya anotamos en otro lado, son más antiguas que la propia Torá. Otras, como veremos, se han extraído de textos más antiguos del propio Tanaj. Vean: http://partisano-haalel.blogspot.com/2011/03/de-esther-ishtar-y-astaroth.html
Resumamos primero la historia. Tal vez es aconsejable que antes de seguir la leyeran de algún sitio de Internet, porque debe haber como un millón de páginas en castellano con el texto. Sugiero esto porque mis prolíferos comentarios adicionales no están exactamente en la versión autorizada. En fin.
Nos encontramos a los judíos dispersos después de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor (aunque la noticia histórica es bastante inexacta). El rey de Media y Persia, jefe supremo de un enorme imperio multicultural, hereda las conquistas de la vieja Babilonia y con ellas a las comunidades judías, que se encuentran en gran número incluso en su capital, Susa. El rey está casado con una mujer de gran belleza, llamada Vashti, pero, ante una desobediencia de ésta en una fiesta, en donde, por lo demás, las costumbres de los restantes súbditos eran respetadas, la repudia sin más trámite. La razón de los consejeros legales y religiosos del rey es explícita: si el desacato de la reina era perdonado, todas las mujeres del reino podían querer desobedecer a sus maridos. El rey no podía consentirlo y no lo consintió.
Tal vez recordando aquello de que no es bueno que el hombre que nos puede cortar la cabeza a todos esté solo, los consejeros le recomiendan buscar otra esposa entre las vírgenes de su reino. En una de esas, la verdadera razón de despreciar a la hermosa Vashti fue tal vez que no le había dado descendencia al rey. Pero no elucubremos inútilmente. Llegado este punto, nos enteramos de que en Susa vivía un judío exiliado de Jerusalén, llamado Mordejai, hijo de Yair, nieto de Shimi, bisnieto de Kishi, de la casa de Benjamín (con lo que se insinúa, y no por última vez, cierto vínculo con la casa real de David). Este Mordejai crió a Esther, su prima (no sobrina) huérfana, cuyo nombre original parece haber sido Hadasa (el mirto que es una de las cuatro plantas sagradas de la fiesta otoñal de Sucot).Cuando Esther fue requerida a palacio para la selección de la reina, Mordejai le prohibió declarar su origen judío, aunque no está claro por qué. A menos que hiciera como hizo Abraham dos veces, prohibiéndole a Sara presentarse como su esposa, sino como su hermana. No quiero poner en duda la virginidad de Esther, pero el rey Asuero tenía multitud de concubinas, de modo que sabía tan bien como cualquiera que la virginidad como ingrediente erótico está sobrevalorada, aunque esta es, más bien, mi opinión personal sobre la cuestión. Al rey le gustó todo de Esther y en un suspiro ya la había hecho reina. Mordejai, por razones que no se declaran, iba bastante seguido a palacio y así se enteró que dos guardias reales planeaban matar al rey. Hizo la denuncia ante Esther y el magnicidio fue reemplazado por dos ahorcamientos.
Acontece una elipsis en el relato y vemos que el rey asciende al cargo de primer ministro o equivalente a un tal Amán (se puede escribir con H inicial). Sin embargo, Mordejai cayó en desgracia ante Amán porque éste reclamaba honores ciertamente inapropiados (porque la genuflexión completa estaba reservada a la figura real). Parece poca cosa, pero Amán debía tener un gran complejo de inferioridad o algo así para ponerse tan furioso por una pavada y se juramentó para matar no sólo a Mordejai, sino a todos los judíos (porque Mordejai le aconsejó varias veces a Esther no decir que era judía, pero dejó que su propio origen fuera divulgado). La razón de esta determinación genocida de Amán es un misterio, y es todavía un misterio mayor por qué el rey de reyes persa eligió un primer ministro tan caprichoso y desaforado en sus intereses. Se presentó el ministro ante el rey y le recomendó matar a todos los judíos, porque no se guiaban por las leyes del rey, sino por sus propias leyes (lo cual a los reyes persas no les importaba en lo más mínimo, mientras los impuestos fueran pagados). El rey consintió (y después pareció olvidarse del tema) y le entregó el anillo. Amán redactó el decreto de exterminio y lo selló, haciéndolo irrevocable. La nota para el genocidio se despachó con fecha de ejecución: el día decimotercero del mes duodécimo (habría que contar mil quinientos años para atrás, pero seguro que caía un viernes trece). Este día se acercaba y, con él, el clímax del relato.
El atento Mordejai se enteró del plan y se vistió de luto, un poco a la manera de los antiguos profetas y, como aquéllos, se paró en la plaza para llorar y advertir a sus compatriotas. Acá presten atención: Esther se entera y ¡se enoja! con Mordejai. Le envía ropa limpia y él la rechaza (“¡Me hacés quedar mal, tarado, un familiar de la reina con onda jomles!”, le habrá dicho. A mí me ha pasado con algunos familiares). Él envía a los sirvientes a informar a la reina de la desgracia que se les venía encima, pero Esther le contesta que, al no haber sido llamada por el rey en treinta días, no podía presentarse ante él para intentar persuadirle de que cambiara su política anti-judía. Entonces Mordejai le recordó a Esther que ella también era judía y que iba a terminar mal incluso dentro del palacio. La respuesta de Esther es sorprendente: le pide a Mordejai que reúna a los judíos para que ayunen con ella durante tres días, y que así ella se presentaría ante el rey aunque eso le costara la vida. Es un acto heroico, sin duda, pero también una auto-canonización impropia de la vida judía. Mordejai, no obstante, obedeció.
Tres días después Esther se presenta ante el rey, que no la mata sino que le permite el acceso y le asegura que le concederá cualquier cosa que le pida, incluso la mitad de su reino. En cambio, con escaso sentido comercial, Esther le pide que él y Amán estén presentes en una fiesta que la reina preparaba para ellos. Amán estaba más feliz que chico con juguetes nuevos (“¡Mirá mamá, me regalaron el genocidio que pedí para mi cumple!”). Pero se enfurece de nuevo como un poseído al ver a Mordejai, aunque éste estaba hecho un asco, demacrado por el ayuno, vestido de harapos y con el pelo gris de la ceniza que se había echado encima. Por consejo de su esposa, construye con sus propias manos una horca de veinte metros de alto (mi traducción de cincuenta pies) para colgar a Mordejai. Es la versión megalómana y homicida de la laborterapia, supongo.
Justo esa noche el rey tenía insomnio y, para pasar el rato, pide ver el registro de palacio. Casualmente descubre que Mordejai contribuyó poderosamente para que él conservara el trono entero y el cuero sin agujero. No se declara intervención divina ni esterlina, de modo que el guión es bastante pobre, casi de Hollywood. Asombrado, pregunta qué recompensa había recibido el buen Mordejai por delatar a dos enemigos de la autocracia. Aunque era ya plena noche, daba la casualidad que Amán andaba por el patio retocando algunos detalles de su horca. Se pueden decir de él muchas cosas malas, pero si construyó una horca gigante solito y de noche, tenía cualidades para ser primer ministro del mayor imperio de aquella parte del mundo. Aprovechando la presencia de Amán, el rey lo manda llamar (“–¿Qué decís, Amán? ¿Todo bien? –Sí, todo bien. –¿Qué andabas haciendo a esta hora? –Una horca. –¡Ah! Buenísimo, escuchame...”) . Y el rey le pregunta a Amán: “¿Qué se debe hacer para honrar a un hombre al que le debo un gran servicio?”. Y Amán pensó: “Debe ser para mí. Voy a pedir algo fenomenal”. Pero estaba cansado por la carpintería y lo único que se le ocurrió fue: “Hay que darle un traje real usado y un caballo que el rey haya montado y que lo lleve a la plaza el mayor oficial para honrarlo delante de todo el pueblo”. Podía haber dicho: “Dale una montaña de oro y que se compre lo que quiera”, pero pidió un traje usado y un paseo en jamelgo candidato a mortadela. Se parece a algunas de las mejores escenas del Quijote... si no fuera porque lo que Amán insinuaba en realidad era que se equiparara a ese hombre con la dignidad real (una sugerencia que por sí sola valía la pena de muerte). Pero, para sorpresa de Amán, el rey le ordeno hacer exactamente eso... pero con Mordejai sobre el rocín. Después de pasear a Mordejai se volvió a su casa más triste y desesperado que mi profesor de caligrafía de primer año, el pobre tipo quería suicidarse tragando tinta china con quince plumas Perry 541. Ni tiempo de reponerse tuvo Amán y le ordenaron presentarse a la fiesta preparada por Esther. Dicho sea de paso, este mecanismo de preguntar a alguien algo que se le ha de aplicar a él mismo es un recurso narrativo presente en la literatura griega clásica, y también en el Tanaj. Véase la fortísima increpación del profeta Natán a David cuando éste causa la muerte de un hombre para quedarse con su esposa (en Samuel II, 10 1-25). Recordemos también que yo supongo que nuestro Mordejai salva la vida declarando que Hadasa es su sobrina, su prima, una vecina, cualquier cosa menos su esposa.
Ya en la fiesta, el rey le volvió a pedir a Esther que le dijera cuál era su deseo. Entonces la reina pidió una tontería, una cosita de nada: que no asesinaran a su pueblo. “Sí fuéramos vendidos como esclavos no me importaría”, le dice, con bastante poca sensatez, “pero preferiríamos seguir vivos, si no es mucha molestia. Ya habrá ocasión para otros asesinatos en masa de judíos”. Acto seguido, la reina delató a Amán como instigador (cuando él había dado el visto-bueno). La contradicción debía superarse, de modo que el rey salió de escena, furioso, unos momentos y Amán intentó pedirle clemencia a la reina. No sabemos cómo le estaría pidiendo tal cosa, pero cuando el rey volvió creyó que estaba intentando seducir a la reina (o, como en otros relatos bíblicos, como el de la mujer de Putifar y José, ella declararía falsamente que Amán intentó seducirla o violarla, cosa poco probable en medio de una fiesta). Además, Esther explicó que la horca gigante de Amán no era solamente decorativa (que sorpresa), sino que en ella pensaba colgar a Mordejai, el soplón oficial del reino. El rey no esperó más y mandó colgar a Amán y dio permiso, a través de Mordejai, nuevo portador del sello, a los judíos para defenderse (ya que el decreto de exterminio no podía cancelarse por llevar el sello real, señal de que la burocracia no es un problema contemporáneo solamente). El rey dio las propiedades de Amán a Esther (lo cual recuerda la diatriba de Elías al rey Ahab por la viña de Nabot: “¿Asesino y heredero?”). Al parecer, los judíos mataron unos setenta y cinco mil ochocientos enemigos en eso dos días de revueltas, incluyendo a los diez hijos de Amán... pero no se quedaron con sus propiedades. Para celebrar la ocasión, Esther y Mordejai mandaron a festejar esos dos días maravilloso de justa ira y desbocada venganza.
Hasta aquí, más o menos, la historia de cómo se instituyó el festival de Purim. O mejor dicho: el carnaval. Durante dos días se dejaba al rey (representante político del principio bueno y luminoso que gobernaba el universo) sin verdadero poder y se permitía que el principio de la oscuridad poseyera el mundo. El reemplazo del rey por un cierto tiempo por una víctima expiatoria (en este caso Amán –alias Ahriman, principio del mal y la oscuridad–) es una costumbre mesopotámica muy antigua también. Terminada la fiesta, llena de alegría, violencia báquica (es la única celebración en la que se exige al judío adulto emborracharse) y, probablemente, orgías (representadas por la elección de las reinas y representantes de la diosa del amor y las aguas, Esther), se encarga al principio del orden universal, Marduk, poner las cosas en su lugar. Este comentario complementa el artículo anterior, por cierto, sobre el tema de la herencia mesopotámica de Purim.
Pero ahora quiero volver al tema de la transmisión de los contenidos del relato de Purim a los cachorros judíos. Como es muy poco probable que se acepte una sugerencia que invite al regreso del festival primaveral de la carne, propongo lo opuesto, que pensemos un Purim políticamente correcto.
Para empezar hay que decir que la “Meguilat Esther” tiene como particularidad ser un relato que alude permanentemente a la vida judía comunitaria fuera de la tierra prometida (en los términos bíblicos, no en mis términos). Dicho de otra forma, es un texto que dice cómo los judíos pudieron vivir y prosperar sin un estado territorial propio. Hubo problemas, claro, pero salieron adelante, aceptando la hegemonía de Persia.
En segundo lugar: hay que revisar esa postura del rey (junto con la idea de monarquía en general) respecto del matrimonio y la “obediencia debida” de la mujer. Ya en el siglo XXI ningún niño o niña expuestos a la realidad puede ser educado con semejante degradación de la mujer. Mi heroína de la historia es la pobre reina Vashti, la única que luchó por sus convicciones de no ser tratada como objeto y lo perdió todo. A Amán no lo cuento porque creo que padecía de algún problema psicológico grave (y, sin embargo, es mucho más respetuoso con las opiniones de su esposa). Eso es. A partir de ahora, quiero un Purim republicano e igualitario en materia de sexos.
Otro detalle, en tiempos posteriores, durante las cruzadas y la inquisición, fue tolerado por los rabinos el que un judío abjurara públicamente de su fe para evitar la conversión forzosa con la tortura y la muerte involucradas more sutilis en ella. Recordemos a Mordejai y Esther como precursores de esta estrategia.
Mucho más importante para mí en estos momentos: Esther no opone resistencia alguna a casarse con el rey, ni tampoco Mordejai (a que Hadasa se casara con el rey, no a que él mismo se casara con el rey, aunque hoy en Argentina podrían sin problemas). Ellos son héroes reconocidos de la historia mítica judía... y la reina Esther es reina porque... aceptó un matrimonio mixto. Purim es la historia de la salvación de los judíos, y el matrimonio intercultural es la clave política de esa supervivencia. ¿Estoy forzando el texto? Seguramente. Pero de eso se trata reinterpretar, de adaptar los contenidos a las nuevas realidades y necesidades.
Yo no puedo creer que, después del baile del desierto del Sinaí, Esther le diga al rey eso de “sí fuéramos esclavos, no me importaría...”. Sólo puedo disculparla interpretando que por “esclavos” implica “sirvientes leales al rey de Media y Persia”, algo que, en su calidad de señora del palacio real, podía tolerar.
Además, hay otra cosa que me gustaría actualizar: está bien que Amán nos quiso matar a todos más o menos porque sí... igual se lo colgó sin juicio justo ni defensa debida, y no se sabe por qué fueron colgados sus hijos con él. Prefiero mi versión de Purim: Amán es relevado de sus tareas públicas y asistido psicológicamente para superar su complejo de “Mordejai no me saluda como a mí me gusta”. Hay que abolir la pena de muerte, gente, y dejar la historia como una advertencia para que los administradores de los bienes públicos (en mi Purim republicano) no contraten asistentes con excesivas tendencias psicopáticas.
Tampoco me gusta eso de hacer bandera de un contra-genocidio. Festejamos mucho en Purim... que no sea eso. Dios nos da su ejemplo: dice el Midrash que, cuando ahogó a los soldados egipcios en el Mar Rojo, prohibió a los ángeles entonar el aleluya, porque sus hijos estaban muriendo. Tenemos que hacernos a la idea de que los asesinatos en masa son malos, sin importar si son los “buenos” o los “malos” los genocidas de turno. La historia la escriben los vencedores casi siempre, pero el maestro Rubén Dri siempre recordaba que lo bueno de la Biblia era que contenía también la historia de los vencidos. Los judíos casi siempre perdimos en materia de persecuciones y exterminios. Por eso mismo, mayor empatía y cuidado debemos tener cuando nos toca ser vencedores. La celebración de Purim políticamente correcta, en mi opinión, es la de la supervivencia inteligente, nunca la de la victoria sangrienta.
Listo. Me despediría ya mismo con el clásico ¡Jag Sameaj! Pero queda todavía el...
Post-scriptum obligado:
No es ningún secreto (o a partir de ahora deja de serlo) que no me gusta la política israelí de presionar con la colonización del territorio palestino (entre otras muchas políticas israelíes que no me gustan). Si algún idiota cree que eso es equivalente a querer que Israel desaparezca, no puedo hacer gran cosa. Me hermana vive en Tel Aviv, tarados. Por otra parte, me horroriza como a cualquiera el asesinato de la familia de colonos por parte, según parece, de las Brigadas de Al-Aqsa. Desprecio el método, aborrezco el resultado, considero profundamente equivocado el camino de la violencia de este tipo como discurso o símbolo práctico de la resistencia a la opresión.
Pero, en mi opinión, el pueblo Palestino no es Amán. De hecho, desde su perspectiva, ellos son Mordejai colgando a Amán y a sus hijos (¿Qué edad tenían los hijos de Amán? ¿Qué hicieron de malo? ¡Eran diez, alguno sería chiquito!). Se dirá: Mordejai se vio obligado a colgar a Amán, porque Amán quería su muerte y la de todo su pueblo, fue un acto de auto-defensa. Desde la perspectiva de esos brigadistas pasa exactamente lo mismo. Han matado criaturas, inocentes por definición; la respuesta será refleja: “Los colonos judíos también quieren la muerte de nuestras criaturas: por hambre, por subdesarrollo, por expulsión, por dominación o por las armas”.
Unas líneas más arriba propuse cambiar el relato de Purim para que a Amán se le perdone la vida y se le ofrezca la alternativa de un tratamiento para conseguir una vida menos violenta para todos. No es ningún secreto que la espiral de venganzas (en Israel y Palestina y medio mundo) se conjuga con los intereses más repugnantes para que las guerras continúen cobrando su cuota de sangre y vaciando el sentido común y la compasión del cerebro de la gente.
Si leen de nuevo la historia de Esther, Mordejai y Amán, van a ver quién es el único verdadero vencedor de la guerra de Purim. Es el emperador, el rey de reyes, el “tonto” que se queda con todo, que cambia de mujer porque no lo obedece, que se emborracha y firma decretos de exterminio y recibe a cambio lealtad de los posibles exterminados, que se bambolea y parece imbécil como Claudio de Roma, pero recibe honores y fiestas y dinero para que otros satisfagan sus deseos perversos. Judíos: ¿no se dan cuenta que si no reflexionamos en Purim elegimos, como dijo la propia Esther, la sumisión y la esclavitud al imperio persa para conservar la vida? Pregúntenle a Moisés su opinión, a ver qué dice. Me llamo Alejandro, que en la tradición judía representa un homenaje a Alejandro de Macedonia (que mató a un millón de personas en sus campañas) por habernos “liberado” de la opresión persa. Siempre recuerdo esa contradicción cuando me miro en mi espejo judío.