Dentro de un par de semanas estaremos a las puertas de la única gran celebración judía que puede ser considerada una auténtica fiesta, en el sentido de que el resto de las festividades que componen el calendario litúrgico judío se estructuran en torno de una sustancial carga simbólica negativa: una necesidad de expiación, una compulsión a la sumisión a la ley o la figura divina. En Purim, en cambio, la alegría es prácticamente un imperativo. No sólo Purim es una fiesta por su contenido, sino que la tradición ordena vivirla como una fiesta. Hay en su espíritu algo del carnaval y de la liberación del propio yo que es propia de muchas celebraciones antiguas.
En términos de las fuentes canónicas, hay dos elementos que me gustaría recalcar, especialmente en esta fecha dedicada a la mujer trabajadora: Por un lado, Purim centra su relato en una figura femenina. Por otro lado, en pocas oportunidades se ve tan claramente en un relato canónico judío la influencia de otras fuentes míticas.
En cuanto al primer elemento, aunque la heroicidad atribuida a la reina Esther es marginal respecto de la sabiduría mostrada por su pariente Mordejai, simbólicamente es imposible captar el relato (denominado “Meguilat Esther”) sin esa figura femenina que se entrega doblemente por amor a su pueblo judío y por amor a su rey. Hay quien ve en esta entrega un acto de prostitución, pero es precisamente en este aspecto en el cual el segundo elemento, el del préstamo mítico, tiene un espacio central y una tarea esclarecedora.
El nombre de Esther, la “estrella del alba”, es muy antiguo. Mucho. Es más antiguo que la Persia imperial, más antiguo que la confederación de las tribus hebreas. También Mordejai, mejor conocido como Marduk en la mitología mesopotámica, es un personaje ancestral. Porque Esther es la diosa Ishtar, representada por el planeta Venus, el último astro que resiste al alba la salida del sol, señora de las aguas. Esther es un viejo recuerdo mítico de cuando las diosas-madre sostenían a dioses y hombres masculinos, pero secundarios. También el malvado ministro Amán, hijo de Agag, recuerda al principio mazdeísta de la oscuridad, Ahrimán. El rey persa Ajashveirosh (identificado con el histórico Jerjes 1º) es imagen compuesta del sol, el gran principio de la luz, el fuego y el bien del Zoroastrismo, Ormuz de los persas, Mitra de los medos, parte también de la trinidad masculina indoaria.
Como puede verse, la trama mítica y simbólica está muy mezclada y confundida en la reescritura bíblica de la época de Esdras y la reconstrucción del reino judío bajo la tutela imperial persa (momentos en los cuales los reyes persas son representados como grandes gobernantes y respetuosos reyes para los pueblos y religiones sometidos a su imperio tributario.
El pérfido Amán intenta conseguir la muerte de Mordejai y la eliminación de los judíos, pero la intercesión de la reina Esther evita el hecho y trae la condena para el malvado ministro. El antiguo relato de Ishtar y Marduk, la sempiterna lucha de Ormuz y Ahrimán (especie de Ying-Yang meso-oriental), la historia del pueblo judío bajo la dominación persa, son relatos reconducidos a un cuento de hadas que todas las partes pudieran aceptar: se elimina todo rastro de politeísmo y se sostiene la soberanía de los persas sobre los judías. También se exalta el papel de los poderosos judíos como “protectores y salvadores” del pueblo.
Ciertamente, Judith, viuda judía que también se prostituye (o simula hacerlo) para asesinar a un enemigo de Israel (el general Holofernes), muestra un valor más decisivo que Esther pero, en todo caso, también atrae la atención sobre la herencia de los relatos judíos sobre la “naturaleza” y el papel de las mujeres en la vida política judía.
No creo que deba decirse esto con sutileza: la tradición judía es, en este sentido, escasamente respetuosa con una perspectiva más moderna (o posmoderna) del la igualdad de la mujer respecto del hombre y de la equidad en el trato y la justicia de género, algo de lo que realmente se trata esta fecha del 8 de marzo.
Considerando esto, y observando el papel que tradicionalmente se ha reservado (por los hombres dominantes) a las mujeres en la vida judía, no es extraño que la ideología religiosa judía actual presente poderosas dificultades para adecuarse a los cambios éticos y políticos del presente en el cual, a pesar de estar muy lejos de terminarse la lucha por la igualdad entre sexos, ya no puede sostenerse con facilidad el machismo tradicional sin un fuerte (casi fundamentalista) discurso ideológico que lo sostenga.
Recordando también que los relatos importantes conforman las mentes judías además de informarlas, este es uno de los aspectos en los cuales, en mi opinión, los relatos clásicos deben ser revisitados con sentido muy crítico. Porque si los relatos no son aceptables en términos éticos y morales de una familia actual, toda la hermosa arquitectura de informaciones judías que nos legan los textos judíos antiguos está amenazada. Ya no es tiempo de que una frágil Esther ceda a las necesidades de Ajashveirosh y a los intereses de Mordejai. Para servir a la vida judía, Ishtar debe recuperar sus fueros y su poder, y que sea Marduk el que se deba a su acción para que él lucero sea, como siempre ha sido, el último astro que resiste al poder luminoso del sol. Y que se acompañe esta nota con un feliz día para las mujeres que luchan por la igualdad (y para estimular a hacerlo a las que no lo hacen). En la antigua tierra de la biblia Ishtar tuvo otro poderoso nombre, Astaroth, que durante siglos combatió duramente contra el sacerdocio masculino de Jehová.