Hace tanto tiempo que no escribo en este espacio.
No sé si sostenerlo tiene algún sentido todavía.
El partisano (cultural) es un viejo sueño personal, un sueño
de resistencia contra la desaparición cultural del judaísmo que aprendí a
querer y que es parte de mí. Considerando esto, parece razonable suponer que
debe ser sostenida la resistencia precisamente en el momento en que menos
sentido se le encuentra a la propia identidad judía.
Pero hoy, en para esta fiesta de las oligárquicas luminarias
asmoneas que suplantan el martillo macabeo de la liberación me toca asumir la
parte de ese amor que me duele profundamente.
Si puedo elegir ser judío de alguna manera, elijo caer con
Yehuda antes que levantarme con Iojanán. A muchos la opinión les sonará opaca,
confusa, inconducente.
La historia de los Macabeos es bien conocida, sin embargo, y
se trata de elegir la resistencia permanente antes que la gloria efímera de la
victoria. Porque en la resistencia la historia se hace y en la gloria la
historia se derrumba en vanidad. Y no me importa quién era el opresor de turno,
si egipcio, asirio, babilonio, persa, macedonio o romano, solo quiero pensarme
en esa resistencia a la opresión.
El hecho terrible (que pesa como una piedra funeraria sobre
mi espíritu judío) es que hoy la resistencia cultural se hace difícil no porque
seamos la parte débil, sino porque nos hemos sumado a los fuertes: gracias al
nacionalismo judío aceptamos la grandeza del mundo capitalista que domina a
cualquier otra sociedad y aceptamos defender las fronteras de Occidente frente
a la “barbarie” de lo que no es el mercado mundial y debe ser sometido a él.
Puestas así las cosas, reconozco la ironía de la tierra
prometida como la fruta del árbol del bien y del mal. Dios separó las aguas del
mar para que saliéramos de la esclavitud y nuevamente las del río Jordán para
que entráramos en la tierra de promisión. Fue una trampa, una más, de esa
deidad terrible que era Jehová. Nos hizo creer que Moisés no entró a la tierra
de Canaán por sus pecados, pero lo cierto es que no entró porque no quiso:
Moisés, como Yehuda ha-Macabí, era un héroe de la Libertad y no consintió en
ser un héroe de la guerra contra otros pueblos libres. Aceptó la defensa contra
los madianitas, pero no la destrucción de Jericó.
Pero la pregunta es si debimos cruzar estas aguas segundas
para ganar la tierra que visitó Abraham por la sangre de nuestros adversarios. “Porque
lo quiso dios” no es la respuesta: dios también aceptó que lleváramos de Egipto
el oro de los nobles que erigió el becerro maldito por la mano de Aarón: hacer
lo que dios nos permite no es siempre hacer lo que se debe. Somos el pueblo del
Pacto, pero somos también el pueblo de la Ley. Y si el pacto se opone a la
justicia debemos, creo, consagrarnos a la segunda, precisamente porque en la
injustica el pacto no sobrevive.
Dios es un cruel educador y la tentación de la victoria, la
decadencia y la venganza son sus herramientas predilectas, porque así consigue
que ser judíos nos duela y reaccionemos con ese dolor para que esa reacción sea
la resistencia para la supervivencia.
Ezequiel vio nuestros huesos resecos revestirse de carne,
¡cuidado! Los muertos de Jericó (también los otros muertos que causamos) dejan
huesos también y ¿quién conoce los caminos del señor?
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sionista y su influencia en el judaísmo (2010)
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introducción al estudio de la legislación judía antigua (2013)
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