Casi
todos los años compro harina de Matzá,
hago una o dos veces kneidelaj,
hacemos brownies de Pesaj; poco más. Tal vez en estos días ensayaré
unos Latkes. Este año llegué tarde
con la compra: ya no había matzá y
revisando el precio encontramos la harina a casi ciento diez pesos el medio
kilo (después la encontramos más barata, eso sí). Inmediatamente se planteó la
duda: ¿podemos tener Pesaj sin los kneidelaj ni los brownies? ¿Qué hacemos sin matzá?
Ningún problema. Compré dos kilos de harina triple cero, llegué a casa, prendí
el horno, agregué agua, sal, azúcar, ni una gota de aceite, una pizca de
pimienta negra y otra de pimienta de Jamaica, mezclé y estiré en menos de doce
minutos como creo que dice la caja y diez minutos después tenía más de dos
kilos de matzá, una parte de la cual
será molida para hacer harina.
Pero
en el trayecto me ocurrió algo extraño. Por primera vez, recordando que no
quise (no es que no pude, no quise) pagar el precio, esa matzá se pareció a lo que dice la sentencia: “Este es el pan de la pobreza que comieron nuestros padres en la tierra
de Egipto, la casa de la esclavitud”.
A
doscientos pesos el kilo de harina de matzá,
por mucho que la haya besado un rabino, un pobre no puede ser judío. Pensé que
era al revés: lo que está siendo pobre es el judaísmo, si ya no deja que sus
pobres sean judíos. Antes no había problema en ser judío y pobre, ahora sí. De
hecho, salimos de Egipto siendo más pobres que nunca y, al mismo tiempo,
dejamos de ser pobres esclavos al salir, para ser judíos. Es complicado, sí.
Escribamos algunas páginas para terminar de confundirnos.
En
ocasiones es perfectamente lícito hacerse preguntas sobre lo que parece obvio y
evidente, apodíctico, en la jerga
filosófica, es decir, una instancia ontológica en donde conviven el ser y su
definición. En otras ocasiones no solo será lícito, sino indispensable y,
cuanto más importante sea la cuestión tratada, cuanto más evidentes sean las
respuestas del sentido común, más importante será utilizar la razón crítica
para revisitar esa cuestión.
No
pocas veces encontraremos que, a pesar de tratar con frecuencia un concepto que
consideramos esencial, en cuanto intentamos definirlo se nos escapan las
palabras como cucarachas cuando se enciende la luz. Antes de preguntar no
podíamos ver el objeto, en cuanto
hacemos la pregunta, el objeto deja de
estar allí para darnos la respuesta. Tal es el caso de un concepto central
en la celebración de Pesaj, esto es,
el concepto de Libertad. En este sentido, no perdamos tiempo y planteemos la
pregunta: ¿Qué es la Libertad? Tema bendito, tema espinoso, tema para Baruj
Spinoza.
Una
respuesta es la clásica y moderna propuesta liberal, de corte individualista:
La libertad es la posibilidad que cada persona tenga de realizar su plan de
vida sin que nadie se lo impida (y, lógicamente, sin arruinar el plan de vida de
los demás). Pero los problemas empiezan muy pronto: ¿En qué condiciones puede
una persona realmente trazarse un plan de vida en forma autónoma? ¿Cuánto pesa
la herencia, el contexto, la correlación con otras personas? ¿De qué sirve
tener un plan de vida a los veinte años si uno no sabe que es lo que va a
querer a los treinta o a los cuarenta? No cabe duda que la definición es buena,
solo que omite considerar la situación real de las personas.
Detalles:
olvida que la gente nace en un mundo en donde hay ricos y hay pobres (donde, de
hecho, hay ricos porque hay pobres), y en donde la probabilidad de nacer pobre
es cuatro veces más alta que nacer en el escalón más bajo de las clases medias
y quinientas o seiscientas veces más difícil que nacer en una familia rica y
trazar su plan de vida incluyendo la posesión de un Poni, todos los accesorios
originales de la Barbie, estudiar en Harvard, casarse con una supermodelo,
tener una Ferrari y una casa en Montecarlo, morir a los cien años con pinta de
tener menos de noventa y contratar a un vigilante que mire una pantalla todo el
día por si los médicos cometieron un error y nos despertamos en nuestra tumba
de mármol de Carrara con cochera y cancha de tenis. El imaginario liberal supone que nacemos y
tendemos a desarrollarnos iguales no solo en razón y en derechos (que tampoco)
sino también en posibilidades, lo cual es la gran mentira original del
liberalismo. Eso sin contar con un elemento sustancial: nadie traza un plan de
vida solo, hay otros que intervienen en él, tanto antes de que la persona gane
autonomía como después. Eso me pasó a mí a los dieciocho años, cuando tuve un
tórrido romance con la Claudia Schiffer: solo podría haber sido mejor y más
ajustado a mi plan de vida si ella se hubiera enterado y decidido participar.
Otra
respuesta es la dialéctica. Esa sí que comprende la interacción humana: solo es libre quien nace en un pueblo libre.
Por supuesto, no se espera ingenuamente que sea el pueblo el que trace el plan
de vida de la persona, pues en este caso la persona tampoco es libre, camarada.
Muy bien, corrijamos el punto de vista liberal original y agreguemos dos
condiciones: La libertad es la posibilidad de trazar el propio plan de vida en
el contexto de un pueblo libre y partiendo de condiciones de igualdad real.
Pequeño
problema: en estas condiciones hay funciones sociales reconocidas como
importantes que no existirían, pues no podríamos forzar a nadie a ser, por
ejemplo, recolectores de residuos, sepultureros, sirvientes, mano de obra
barata y demás, es decir: la sociedad tal como la conocemos, en la cual hacemos
planes considerando la realidad existente, sería imposible, de modo que no
podemos hablar de libertad hasta que todos seamos libres y veamos cómo nos organizamos,
antes de que nadie trace nada usando al prójimo como bolígrafo.
Por
suerte tenemos una ventaja llamada experiencia,
que nos habla de nuestra pasada existencia
como sociedad, pueblo o especie y que, analizada con buena ciencia, nos puede dar alguna clave para trabajar con este
problema. Esta ciencia de la experiencia
de la existencia, que no es
filosofía sino una rana de la sociología, que llamamos sociología del conocimiento, se encuentra con la cuestión de que no
es suficiente la memoria personal, sino que se debe recurrir a la memoria
colectiva, la tradición, cosa tan compuesta de historia como de mitología y,
para peor, ambas interpretadas desde el prisma ideológico del presente, que
encima... es plural y equívoco... la pucha digo.
No
nos asustemos. A pesar de la existencia inevitable de este prisma ideológico
multifacético y cambiante como un caleidoscopio en manos de un borracho, a
pesar de la mezcla de conocimiento y fantasía, el hecho es que nos quedan
relatos de lo pasado en los cuales sí es posible pensar las propiedades de los
conceptos que intentamos definir. De este modo, no importa en realidad la
verdad o la falsedad de un relato, sino su contenido como espacio social de
reflexión. Por eso ningún pueblo puede prescindir de estos relatos, pues sin
ellos no sería capaz de construir sus bases éticas, morales, estéticas,
teológicas, legislativas, jurídicas ni políticas. Este tipo de relatos son
denominados axiológicos, pues son los
ejes de cada debate y, en cuanto tales, son relatos que otorgan sentido, por lo
cual los debates habilitados son ontológicos.
Muy
bien. Si usamos la cabecita nos daremos cuenta que de eso se trata contar una
historia sobre la salida de la esclavitud en Egipto, pues es el modo en que
podremos discutir cuál era el sentido de la liberación y así poder pensar cuál
es nuestra idea de libertad. El más ingenuo repaso de la historia narrada nos
revelará muchas contradicciones y problemas, como cuando el pueblo en el
desierto le pregunta a Moisés: “¿Para eso
nos sacaste de Egipto, principito, para morir de hambre y de sed?”.
Pregunta jodida que es una forma de preguntar qué significaba la libertad en
medio de la nada. Tampoco encontrarán los judíos de entonces espacio, por
ejemplo, para la libertad de culto: fíjense en el enojo de Moisés y la matanza
que realizaron los Levitas de Josué cuando ocurrió el asunto del becerro de
oro. No podían elegir tampoco hacia dónde ir, pues la tierra prometida era una
sola, y no existían Brooklyn ni Miami. Ni siquiera pudieron realizar la
existencia en esa tierra, pues fueron obligados a vagar por el desierto hasta
la extinción de toda esa generación, calificada de perversa (sí era tan
perversa, ¿para qué tomarse la molestia de sacarlos de Egipto?). Y fíjense que
el dios del Éxodo no ahorró en gastos para conseguir la liberación del pueblo
judío ni para convencerlo de la existencia pues, después de la creación del
mundo, no hay relato más cargado de portentos, milagros y demás.
A
esos liberados del cautiverio egipcio de poco les valió la libertad, en
términos materiales. Y sin embargo contamos el relato como si fuera la mayor
alegría del pueblo judío, además del pogromo abortado en Purim. Y hacemos bien. ¿Por qué? Pues es muy sencillo: sin esa
liberación del cautiverio, aun forzada y llena de sufrimiento para nosotros
mismos, ni siquiera podríamos ser. Por eso tengo para mí que este relato, al
que incito cada vez que puedo a rodear de debates y críticas, es tan importante
para el pueblo judío. Es sencillo: quien no necesita este relato para pensar en
la libertad, sencillamente ya no necesita ser ni sentirse judío.
No
es una crítica personal, no lo tome a mal si usted va al Seder solo a morfar
pastrón y a quejarse de lo mal que se hacen las cosas actualmente: es una
invitación a la reflexión. Debe haber cientos de otros relatos a partir de los
cuales pensar la libertad: la revolución francesa, la rusa, la de mayo, muchos
otros, en realidad. Tal vez nunca nos pongamos de acuerdo sobre qué es la
libertad... pero lo importante es que tengamos relatos que nos permitan debatir
acerca de lo que no es, de lo que irremediablemente la destruye y la niega y,
así, nos aniquila.
Tal
vez obedecer a Moisés implicaba cierta falta de Libertad, discutámoslo (yo lo
discuto). Pero indudablemente es esclavitud seguir obedeciendo al capataz y al
faraón que su látigo representa. Indudablemente también, sin Pesaj todos los relatos que lo siguen no
serían parte de la historia del pueblo judío (historia real o mítica:
discutámoslo) sino del pueblo egipcio (no creo que haya nada de malo en eso,
solo que no seríamos y no tendríamos nuestra ciencia judía de la experiencia de
la existencia, sino la egipcia). Indudablemente sin la dirección autocrática y
tiránica de Moisés no tendríamos la ley
judía básica (fíjense en google earth
lo lejos que queda el Monte Sinaí del camino más corto a Tel-Aviv desde la
tierra de Goshen) y, sin la ley, nada habría de judío después: ética, moral, estética,
teología, ciencia jurídica, legislativa ni política. Sería exactamente lo mismo
que si la Torá dijera que dios mandó a Abraham: “Deja tu tierra, la tierra tus padres, y vete a la tierra que te
indicaré”, y el viejo le hubiera respondido “No, que se las tome otro, yo me quedo acá”.
Recordemos
que el primer mandamiento no es una ley, sino un relato y una forma de expresar
el propio relato: “Yo soy el señor tu
dios, no tendrás otros dioses además de mí”. Ni siquiera se molesta en
negar la existencia de otros dioses, simplemente establece una base literal
para el pacto: “A partir de la redacción
de la presente norma a este pueblo (en adelante los judíos) le corresponde este
dios (que en adelante no será nombrado) y viceversa”, es decir, que la
historia de este pueblo debe contarse a partir de esta relación, y no de otra,
tal cual ocurre en la mayor parte del resto de la Torá, los libros de las Crónicas,
los de los Profetas (mayores y
menores) y el material complementario seleccionado en los Escritos. Nos la pasamos metiendo la pata y dios se la pasa
haciéndonos pagar caro cada metida de pata, cuando no nos hace meter la pata él
mismo.
En
fin. Así la entiendo aquí, como parte de Pesaj.
¿Qué es la libertad? Es tener la posibilidad de desarrollar el propio ser. No
es la definición liberal, es otra cosa. No es un plan de vida lo que hace cada
uno, sino definir su vida dentro de las condiciones que le imponen su cultura y
su contexto. Pero para llegar a eso hay un proceso de crítica y autocrítica necesarias,
de modo que ser libre es, en realidad, un permanente esfuerzo por pensar
críticamente las condiciones que se nos imponen y luchar contra ellas sí es
necesario. Por eso cada judío debe creer, como dice el relato, que él mismo ha
sido sacado de Egipto, de la casa de la esclavitud. Porque es verdad: la
libertad no es algo que se tiene o se pierde, no es una propiedad inherente ni
un atributo adquirido; la libertad es algo por lo que se lucha y algo que se
construye en forma permanente e interminable. La esclavitud es lo opuesto, es
no poder hacerlo, incluso no poder siquiera pensar en hacerlo. Por eso, por
pensar de esta manera, entre el cautiverio y la muerte no soy capaz de
encontrar gran diferencia, excepto que el primero da todavía algún margen de
revancha, la esperanza de que llegue del desierto algún redentor.
Lo
curioso es que, si podemos soñar al menos con un redentor, incluso siendo
demasiado cobardes o débiles para encarar la liberación por nosotros mismos, no
seremos completamente esclavos. Dicho de otra forma: si en Egipto hubiéramos
estado completamente esclavizados, jamás podríamos haber sido liberados.
Jag
sameaj y pásen el pastrón